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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Circo y vaciedades

Marcos Ordóñez

Uno. Ante el nuevo espectáculo del Wooster Group, To you, the Birdie! (2002) uno se siente como la bola extra de una sofisticadísima máquina de millón: escuchas mil sonidos a tu alrededor (pom, zuum, crash, piii), te empujan de un lado a otro, y te devuelven al hoyo sin que acabes de pillarle la vuelta al asunto. Birdie es, digamos, una deconstrucción de la Fedra de Racine: tan deconstruida queda la pobre que el espectáculo podía haberse llamado Bye Bye Birdie, como el musical. Birdie es (según la directora del grupo, Elizabeth LeCompte) "un culebrón de ventanas y reflejos, confesiones y enfrentamientos, en un palacio con rieles de aluminio, paneles de plexiglás, pantallas omnipresentes y cámaras ocultas que convierten momentos privados en exhibiciones públicas". Birdie es terriblemente divertida, terriblemente pesada, terriblemente brillante, terriblemente vacía. Lo de birdie viene de que los personajes juegan a bádminton, y así es como llaman a la pelotita emplumada. Lo del bádminton es el high concept del montaje, o sea, lo que sirve para venderlo. "¿Qué hacen ustedes?". "Hacemos la Fedra de Racine, sin Racine pero en un campo de bádminton". "Ah, caramba". El bádminton puede ser el deseo, si ustedes quieren. O el lenguaje. Juegan muy bien, por cierto. Sobre todo Hipólito y Teramene (a Fedra han de sostenerle la raqueta, porque no está muy católica) pero a la tercera partida acaba uno un poco fatigado del high concept. También hay pantallas, claro. Si hace dos semanas me quejaba del caldo pantallero de Frank Castorf, aquí te sirven tres tazas. Por abrir la boquita. Y con monitores de plasma, que son más caros. Su utilización es más chungona o más pueril, según como lo vean. Mientras Teramene e Hipólito hablan de sus cosas, por ejemplo, la pantalla les muestra rascándose los huevos (literalmente), como los ciegos de la calle de Sierpes. Luego vemos los pies de Fedra probándose unos zapatos. O, en lo alto, la cabeza omnipresente de Madame LeCompte contemplando el partido, de izquierda a derecha. (Ya puestos, hubiera preferido una mirada fija, obsesiva, como la de Robert Walker en Extraños en un tren). Hay una idea poética e impactante: la cabeza de Teseo aprisionada en la pantalla mientras su cuerpo real se retira. Luego están los sonidos, muy en la línea de los trabajos de Heiner Goebbels. Hay un ruidito para todo. Cada frase, cada gesto, cada pausa tiene un correlato sonoro. Se oye hasta cuando Fedra se rasca el culo (literalmente). La partitura de sonidos (rastreados, grabados, amplificados) es asombrosa. Dislocaciones, reverberaciones, desincronizaciones que provocan un efecto hipnótico o un torrente de gags cercanos al cartoon. Ecos que se superponen a las voces, unos segundos más tarde, como las imágenes de webcam. Ventriloquía electrónica elevada a figura de estilo: Fedra, por ejemplo, apenas dice palabra; es Teramene (Scott Sheperd) quien recita su texto, no me pregunten por qué. La sirvienta Enone (Sheena See), en cambio, habla con su propia voz, quizá porque aquí la han convertido en el Yago de la función, la manipuladora de Fedra. El único pasaje sin ruiditos es el monólogo de Teramene contando la muerte de Hipólito: un buen detalle.

Sobre To you, the Birdie! (versión de la Fedra de Racine) del Wooster Group, en el Lliure

Dos. El trabajo del Wooster Group -las cosas mocosón- roza el virtuosismo: pura orfebrería gestual. Para citar un ejemplo menor: la piscina imaginaria que se hace real por los sonidos grabados y la extraordinaria mímica de los actores. Actores, eso sí, convertidos en robots o marionetas mecánicas, arquetípicas. Fedra es una histérica obsesionada por la moda, que defeca en escena y se inyecta su propia orina (no me pregunten por qué); Teseo (Roy Faudree), sólo repite "Look at that!" mientras se marca posturas a lo Increíble Hulk; Hipólito es un chavalote que habla como si estuviera en Kentucky. De hecho, todos hablan como en una peli de serie B. Mi frase favorita es cuando Enone dice, a propósito de Teseo: "No one goes to Hades and back twice". Y mi gag favorito es el tortazo de Teramene contra la mampara de plexiglás justo antes de decir "Sorry, Fedra, Teseo's dead". (Mi mujer me dice que a veces tengo el mismo sentido del humor que Homer Simpson). Por lo visto, a Elizabeth LeCompte no le gustaba Fedra ni un pelo, y se nota: "Un aburrido sermón católico", dijo. Lo que no sé es si leyó la pieza de Racine o la adaptación del difunto Paul Schmidt, que es la que utilizan. Si es lo segundo tiene un pase (de bádminton), porque el texto de Schmidt es un mero digest del original, una banalización sin un átomo de su poesía. (Tan poco debe importar el texto que en el Lliure ni se molestaron en subtitularlo). Por lo visto (bis), Kate Valk, la actriz que interpreta a la reina incestuosa, convenció a Madame LeCompte de que Fedra no estaba tan mal. Y la jugada ha funcionado: cuando la obra se estrenó en Brooklyn (con Willem Dafoe como Teseo y Frances McDormand como Enone, que no es mal cartel) se llevó el Obie a la mejor producción (ahí pocos le tosen) y encantó a la crítica. Sobre todo porque "llevaría público joven al teatro".

Tres. A la salida del Lliure me dijeron (no les diré quien: un alto mandatario): "¿No te parece que aquí está toda Fedra en ochenta minutos?". ¡Ah, si todas las respuestas fueran tan fáciles!: "El argumento sí", repliqué, sacudiéndome los mitones. "Faltan los alejandrinos. Y la emoción". Como diría Carlos Argentino Daneri, "olvidaron/cuitados/el factor hermosura". Hermosuras aparte, la moraleja que extraigo de esta Fedra/Birdie es de otra índole. Una moraleja preocupante. Sobre todo para los "nuevos creadores", como se dice ahora. El trabajo del Wooster Group nos deja el listón muy alto, amigos. Antes se podía ser moderno con dos poliedros, una bombilla pelada y cuatro actores retorciéndose. Ahora, si el nuevo creador no tiene pantallas de plasma, micros inalámbricos y una panoplia de lo último en alta tecnología, ya puede ir olvidándose del mercado internacional y casi casi del nacional. Vayan ustedes tomando buena nota, jóvenes.

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