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Jordi Vilches muestra su cara más divertida el día que una película japonesa deslumbra en Cinema Jove

Por su aspecto, se diría que Jordi Vilches (Salt, Girona, 1981) es cualquier cosa menos un actor de cine. Pero es que él mismo no se considera como tal. "Yo hago cine sólo por dinero, porque si fuera multimillonario no trabajaría", dice con desparpajo este actor de físico inconfundible a quien el público descubrió como aquel adolescente que despertaba a la sexualidad en Krámpack de Cesc Gay. Era el primer trabajo para la pantalla de un joven formado en el mundo del circo y en el teatro alternativo cuya máxima, desde entonces, ha sido aprender esta profesión. "Yo hacía gimnasia deportiva de pequeño y me gustaba actuar; era una combinación entre hacer el imbécil y actuar, hasta que me di cuenta de que en el cine había que trabajar menos y te pagaban más", dice para corroborar: "Si sigo en esta profesión es porque estoy muy atento en los rodajes a todo lo que ocurre a mi alrededor, no soy como otros actores, que son muy vagos".

"Yo hago cine sólo por dinero porque si fuera multimillonario no trabajaría", dice el actor

Con esa premisa, Vilches ha desarrollado una corta carrera, que sólo comprende cuatro filmes, en la que ha elegido minuciosamente sus papeles y en la que "sólo he hecho los guiones que me han gustado", según confesó. Por ello, se ha negado a trabajar en anuncios y en series de televisión, "porque odio la televisión y hay series que si me viera haciéndolas sentiría vergüenza de mí mismo", según su sincera confesión.

Amante de la música, "sobre todo la electrónica", del mundo del circo y de "los actores que hacen de malos por su capacidad para transformarse", el catalán no teme que le encasillen como un actor de comedia, pues considera que "es inevitable que así suceda y yo no puedo escapar de mi físico". En todo caso, afirma que la comedia es algo que le sale "de forma natural" y se toma su carrera "sin prisas, pues cuando eres joven hay que saber esperar". Esa concepción tranquila de la vida ha cautivado a los responsables de Cinema Jove para otorgarle este año el premio Un futuro de cine, que distingue al actor español con una carrera más prometedora a juicio del certamen y que recogerá el sábado, en la gala de clausura, de manos de Fernando Ramallo y María Almudéver.

La ruptura con el tópico del actor joven y ambicioso que encarna Vilches fue el complemento perfecto para una jornada en la que la sección oficial ofreció la película más brillante de cuantas se han exhibido hasta ahora: la japonesa Lializumu no yado, de Nobuhiro Yamashita. A partir de una historia con tintes beckettianos que narra el deambular de dos directores de cine amateur por un poblado abandonado del norte de Japón a la espera de la promesa de hacer una película con un actor de éxito, Yamashita construye un filme espléndido, amargo y divertido a la vez, en el que convergen los personajes más extraños y en el que los diálogos son tan surrealistas como los de los personajes de un cómic. De hecho, Lializumu no yado está basada en un manga del dibujante de culto Yoshiharu Tsuge, muy popular entre los círculos alternativos.

Pero lo más relevante de la película de Yamashita es que, en realidad, es una subversión de Lost in traslation, la película de Sofia Coppola en la que se mostraba la soledad de dos americanos ante una sociedad que les es extraña. Esa dinámica del absurdo está presente en el filme, pero revertida a personajes japoneses, ajenos a un mundo hostil e incomprensible en su propio país, y se hizo patente también en la rueda de prensa posterior a la proyección del filme. Allí, por su escaso dominio del inglés y su desconocimiento del español, Yamashita ejerció de Bill Murray al ser incapaz de entender lo que se le preguntaba y quedó perdido en la traducción.

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