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Reportaje:

Georgia trata de recuperar sus territorios rebeldes

Tras someter Adzharia sin disparar un tiro, el presidente Saakashvili pretende hacer lo mismo con Osetia del Sur y Abjazia

Pilar Bonet

La Revolución de las Rosas de Georgia, que en noviembre del año pasado obligó a dimitir al presidente Eduard Shevardnadze, uno de los últimos dinosaurios de la época soviética, ha provocado una oleada de euforia en el Estado caucásico. La nueva élite confía en someter rápidamente los territorios separatistas de Osetia del Sur y Abjazia, mientras los expertos internacionales temen el riego de un estallido de violencia.

"Tenemos la voluntad clara de salir de estos conflictos congelados y de restablecer la integridad de Georgia", dice la ministra de Exteriores georgiana, Salomé Zourabichvili, de 52 años, que se encuentra en el meollo de la dinámica creada por el presidente Mijaíl Saakashvili. Zourabichvili, nacida en Francia de origen georgiano, era hasta hace poco la embajadora de Francia en Tbilisi. Hoy tiene la doble nacionalidad y no siente "ninguna esquizofrenia" por ello, según dice en una entrevista con EL PAÍS, porque se considera parte de un proyecto creativo y de "vanguardia", consistente en probar que "puede haber una colaboración productiva con Rusia, EE UU, la UE y Turquía en la región".

Abjazia y Osetia del Sur y las negociaciones sobre las bases rusas en territorio georgiano, que se reanudaron ayer en Moscú, pueden ser la prueba de fuego de la habilidad del nuevo presidente. En pocos meses Saakashvili consiguió lo que Shevardnadze no había logrado en una década y, sin derramar sangre, sometió la díscola provincia de Adzharia (poblada por georgianos). El éxito le anima ahora a hacer lo mismo en Abjazia y Osetia del Sur, territorios controlados por grupos étnicos no georgianos y fronterizos con Rusia.

"Políticamente, el uso de la violencia para la resolución de estos conflictos está excluido", señala la ministra. "Ahora bien, si un día hay una matanza de refugiados que retornan a sus hogares, no sé que pasaría. No quiero imaginármelo". Unas 300.000 personas están desplazadas en Georgia tras los enfrentamientos étnicos de principios de los noventa, que fragmentaron de hecho la república.

Rusia, con mandato de la Comunidad de Estados Independientes, tiene pacificadores en Abjazia, donde hay también observadores de la ONU. En Osetia del Sur los observadores son de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y Rusia participa con 500 hombres en el contingente pacificador tripartito integrado además por la misma cantidad de georgianos y de osetios.

Las tensiones de Tbilisi con las regiones rebeldes aumentan día a día desde hace varias semanas, cuando los georgianos pusieron en práctica su nuevo enfoque de repartir ayuda humanitaria y simultáneamente "estrechar el cerco" a las regiones rebeldes. Los rusos protestaron ante el envío de nuevas tropas georgianas a Osetia del Sur. Los georgianos, a su vez, denunciaron la llegada de una columna de vehículos militares desde Rusia.

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Zourabichvili asegura que Georgia se ha limitado a cubrir su cupo de 500 pacificadores, que antes no desplegaba en su totalidad. Según la ministra, en las relaciones con Rusia hay más "nerviosismo e incomprensión" que en el pasado, debido al papel más activo de Georgia, pero también hay "un diálogo que frena la escalada". La situación en torno a Osetia del Sur es "muy tensa y muy volátil", según dijo ayer Roy Reeve, el jefe de la misión de la OSCE en Tbilisi.

Moscú ha repartido miles de pasaportes rusos en Abajzia y en Osetia del Sur. En teoría, los rusos podrían invocar los intereses de sus ciudadanos para intervenir. Georgia ha protestado, pero la ministra ve más bien un argumento para consumo interior ruso que una "amenaza directa".

Zourabichvili quiere evitar un tête á tête entre Moscú y Tbilisi y prefiere un contexto más multinacional para los dos grandes quebraderos de cabeza de Georgia. Los dirigentes rusos indican un cambio de talante, pero sus tropas pacificadoras muestran "una actitud ambigua", ya que "sus intereses están muy vinculados a los de los separatistas, al contrabando y otras prácticas arraigadas en esta región de conflictos congelados". Zourabichvili desearía que Moscú se comportara como lo hizo en Adzharia. En contra de los temores georgianos, la base rusa en aquel territorio se mantuvo neutral.

Georgia, según la ministra, está dispuesta a dar un amplio margen de autonomía a los territorios díscolos. Yugoslavia no es un ejemplo válido, dice. Ambos son "conflictos postimperiales con similitudes, pero no podemos sacar lecciones de aquello. Al contrario, hay que inventar la solución". Hoy, tanto Abjazia como Osetia del Sur rechazan todo lo que no sea independencia.

El problema de las bases rusas en Georgia (Batumi y Ajalkalaki) fue objeto de discusión especifica ayer entre georgianos y rusos por primera vez desde la Revolución de las Rosas. Tbilisi ha propuesto crear un centro antiterrorista común a cambio del cierre de las bases y utilizando parte de la infraestructura de éstas. Si la idea no es aceptada, Georgia tiene "nuevas ideas para desbloquear la negociación", hoy estancada. Moscú quiere prolongar su presencia durante once años y Tbilisi, no admite más de tres. Eventualmente, los rusos se muestran dispuestos a llegar a un compromiso en torno a los siete años. "Si la prioridad hoy es luchar contra el terrorismo, las bases están obsoletas y no tienen ningún sentido estratégico", añadió Zourabichvili.

Salomé Zourabichvili, ministra de Exteriores de Georgia.
Salomé Zourabichvili, ministra de Exteriores de Georgia.D. MDZINARISHVILI

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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