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Crítica:LAS VENTAS | LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tarde de despropósitos

Antonio Lorca

Se unieron todos los elementos que hacen imposible que en una corrida de toros luzca una pizca de emoción. Fue una tarde de viento incomodísimo, que hizo ondear los engaños como si fueran banderas; y el viento es mal amigo de los toreros porque los despoja de corazón y de ánimo, y hasta los más valientes se vuelven precavidos y desconfiados. El viento es peor que la lluvia porque deja a los toreros desnudos ante el peligro y desarmados ante el riesgo de un toro en la plaza. El viento, en fin, lo descompone todo y nada es ya igual cuando un capote o una muleta vuelan como una pluma.

Pero hubo más: toros mansos, descastados e inválidos. Toros feos y mal presentados, despojos de carne, todos de desecho, de cinco ganaderías, entre titulares y sobreros, auténticos saldos, impropios todos de la supuesta categoría de esta plaza, que dieron al traste con todas las ilusiones. Toros de La Dehesilla, de procedencia Núñez, tullidos y noqueados, que se derrumbaron por la arena de la plaza venteña, y sobreros destartalados que no mejoraron la pésima impresión de los titulares.

La Dehesilla / Díaz y Cortés, mano a mano

Cinco Toros de La Dehesilla -devueltos, 2º y 5º- y uno de Carlos Núñez, el 4º, también devuelto; sobreros de Campos Peña, Luis Terrón y Alcurrucén. Todos mal presentados, a excepción de este último, mansos, descastados e inválidos. Curro Díaz: pinchazo y bajonazo (palmas); pinchazo y estocada trasera (palmas); estocada y un descabello (silencio). Antón Cortés: estocada y descabello (silencio); estocada y tres descabellos (silencio); estocada delantera y cuatro descabellos (silencio). Plaza de toros de Las Ventas, 13 de junio. Menos de media entrada.

Al final, entre el viento y los toros, la corrida no tuvo arreglo y se desarrolló entre fuertes protestas que a punto estuvieron de desembocar en un escándalo mayúsculo. Es normal que el público se canse de tanto disparate y de tanto animal enfermo o borracho que impiden que la fiesta se parezca en algo a lo que un día dicen que fue. Fue una tarde de despropósitos que debiera invitar a la reflexión a los que dirigen este negocio.

Lo más triste, sin embargo, es que en el ruedo había dos toreros modestos, Curro Díaz y Antón Cortés, que destacaron en San Isidro y llegaban con el legítimo deseo de refrendar de una vez por todas sus buenas maneras y conseguir los contratos que hasta ahora se les han negado. Pero no pudo ser. La oportunidad se convirtió en una encerrona; la posibilidad de triunfo fue una empresa imposible con el material que tuvieron delante. Y lo peor es que los despachos taurinos les pasarán la factura correspondiente, y les harán responsables únicos de su propia situación. Así de dura y triste es esta profesión para algunos que, al margen de sus condiciones toreras, no están tocados por la suerte.

El viento les robó la alegría que demostraron en la pasada feria. Normal, por otra parte. Pero a fe que lo intentaron con capote y muleta y lucharon valientemente contra los elementos atmosféricos y ganaderos.

Curro Díaz se mostró muy decidido y animoso toda la tarde. Áspero y deslucido fue su primero, que le propinó una espectacular voltereta sin consecuencias cuando intentaba pasarlo por la izquierda. Brilló en algunos momentos de la faena de muleta al tercero, el único noble de la corrida, al que logró encelar y torear con hondura por ambos lados en dos tandas trazadas con elegancia. Y se desesperó ante el quinto, que no tuvo un solo pase.

No encontró mejor suerte Antón Cortés, que tuvo delante un lote imposible. Su primero llegó agotado al tercio final, muy descastado y sin recorrido el segundo, y con media arrancada y sin codicia alguna el sexto. Velentón siempre, sus ilusiones, como las de su compañero, se desvanecieron ante la realidad de sus toros.

En conclusión, una tarde para el olvido o, quizá, para no olvidar el difícil momento de la ganadería brava. Tan difícil que el aburrimiento habitual se torna en desesperación ante las cotas de desastre que puede alcanzar un espectáculo basado en la emoción de los toros bravos y los toreros valientes.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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