_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sin miedo

Elvira Lindo

Había un niño en mi colegio que volvía todos los días a casa dándole patadas al balón. Así cruzaba la calle, así esperaba a que el semáforo se pusiera verde, y así nos iba esquivando a los otros niños, charlando entre los jadeos del esfuerzo. Aquel chaval no se iba directamente a casa, se quedaba en el parque y esperaba a que los otros chicos bajaran con la merienda para echar un partidillo. Su madre trabajaba, así que él pasaba el día en la calle. A mí la independencia de aquel chaval me daba entre pena y envidia; me provocaba intriga pensar cómo sería la vida si tu madre no estuviera siempre en casa. De cualquier forma, la libertad con la que nos movíamos los niños era extraordinaria. Recuerdo estar jugando en la puerta del bloque hasta las tantas. Pero en los años ochenta, poco a poco, los niños desaparecieron de la calle, y ya no digamos, los niños solitarios. El sonido de un chaval dando patadas a un balón dejó de oírse. Ese insignificante hecho, en el fondo, cambió el mundo. Los niños empezaron a ir siempre con una chica a su lado, suramericana, africana, de la Europa del Este. La ciudad se pobló de canguros. Llegó a haber tantos canguros como niños. Los padres no concebíamos que un niño pudiera dar un paso sin una cuidadora. Pero resultó que las canguros inmigrantes tuvieron hijos o se los trajeron de sus países, y como las canguros no pueden permitirse el lujo de pagar canguros, el centro de la ciudad de pronto se ha poblado de niños libres: chinos, coreanos, suramericanos, marroquíes. Juegan al balón en cuanto tienen 20 metros cuadrados libres, los ves charlar en los bancos como hacíamos nosotros. Christian y Mayra, por ejemplo, cruzan la ciudad todos los días para ir a la escuela. Se saben el mapa del metro de memoria. A veces, los sábados van a buscar a su madre al trabajo. Tienen doce y ocho años. Sus rasgos son ecuatorianos y su habla madrileña. Extienden su mapa suburbano antes de salir y acuerdan el recorrido. Los veo marchar de la mano, controlando cada paso, llegando a la hora prevista. Van solos al colegio, a hacer recados, a buscar a mamá a barrios lejanos. No tienen miedo, ni su madre ni ellos. Ahí los tienes, parece que van a comerse el mundo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_