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La manera europea de entender la empresa

Hace pocos días falleció Sumantra Ghoshal, profesor de Estrategia y Dirección Internacional en la London Business School, uno de los más apreciados gurús de la profesión, aún joven (55 años) y en pleno potencial de desarrollo intelectual.

No pretendo hacer aquí una necrológica de Ghoshal, sino recordar un artículo que publicó hace unos meses en el Financial Times, titulado Las escuelas de dirección tienen parte de culpa por el asunto Enron. Su tesis era muy sencilla: los escándalos de los últimos años no deberían llamar la atención de los profesores de esas escuelas, porque no son sino la consecuencia lógica de lo que ellos han enseñado durante años: la finalidad de la empresa no es otra que maximizar el valor para sus accionistas (lo demás no cuenta, siempre que uno evite ir a la cárcel), la supervivencia obliga a una competencia a muerte contra todos, los directivos deben controlar estrechamente a sus subordinados para que éstos actúen siempre de acuerdo con los intereses de la compañía...

En las empresas se tiene que maximizar el valor de los accionistas y se compite a muerte contra todos para poder sobrevivir

Y concluía: "Incorporando supuestos negativos y muy pesimistas sobre las personas y las instituciones, las teorías seudo-científicas sobre la dirección de empresas han contribuido a reforzar, o quizá incluso a crear, la conducta patológica de muchos directivos y compañías".

Lo malo es que... Ghoshal tenía razón. Al menos en parte. Cuando yo entré a trabajar en el IESE, hace más de cuatro décadas, la concepción digamos europea de la empresa era más claramente ética y humanística. De hecho, recuerdo que las primeras sesiones que tuve que impartir a directivos, a finales de la década de los sesenta, eran sobre lo que ahora llamamos "responsabilidad social de la empresa", que entonces formaba parte del contenido ordinario de los cursos de política de empresa o dirección general. Las teorías económicas de corte anglosajón estaban menos desarrolladas y llegaban a este lado del Atlántico con más dificultades.

Luego, en los años setenta, la crisis económica, la revisión de la concepción de las políticas públicas y una patente pérdida de liderazgo intelectual de los economistas europeos propiciaron la entrada en masa de las teorías que Ghoshal denunciaba. Afortunadamente, las escuelas de dirección que ya estaban en funcionamiento en Europa, y en concreto en España y en Cataluña, tenían una impronta ética y humanística patente, que no perdieron a pesar de la entrada de los modelos norteamericanos. A modo de ejemplo, el libro del profesor Miguel Ángel Gallo Las responsabilidades sociales de la empresa es de 1980, y pienso que en aquellos años costaría encontrar obras similares en Estados Unidos.

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En todo caso, la consolidación del modelo tradicional europeo no fue posible en algunas escuelas de más reciente creación, ni en algunas universidades que abandonaron rápidamente los modelos izquierdosos de los años de la transición política, para adherirse a la nueva fe del beneficio y de la competencia.

Pero, como es lógico, los norteamericanos acabaron descubriendo la ética primero y la responsabilidad social de la empresa después. Digo que es lógico porque, para personas que provenían de campos no estrictamente económicos, como la filosofía o la sociología, las li-

mitaciones del modelo que he llamado anglosajón o norteamericano eran patentes. Y así estaban ellos, felices por su descubrimiento. Porque lo

fue, ya que los viejos escritos de los pensadores de la dirección de empresas habían quedado olvidados.

Y ha habido que esperar al reencuentro de la ética y de la responsabilidad social para desenterrar las aportaciones de tantos pensadores, hombres y mujeres, que antes de los años sesenta habían dicho cosas muy sensatas sobre los fines de la empresa, el gobierno de las personas y la aportación al bien común de la sociedad que las corporaciones deben llevar a cabo. Y ese redescubrimiento es más interesante aún, en el caso de las escuelas norteamericanas, porque en aquel país se habían producido numerosas aportaciones de interés, principalmente dentro de las corrientes del pensamiento social cristiano desarrollado por economistas, empresarios, filósofos y teólogos católicos y protestantes durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

"No hay nada nuevo bajo el sol", sentencia el lector. Bueno, algunas cosas nuevas sí hay. Pero esto no quiere decir que todo lo antiguo carezca de valor, sobre todo en el mundo de las ideas. Pensar que los capitanes de industria de hace 100 años eran tontos o ciegos para entender la realidad en que vivían es, por lo menos, una arrogancia que algunos pagarán con la cárcel, y todos con una merma en nuestra calidad humana y profesional.

Antonio Argandoña es profesor de Economía del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE).

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