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Reportaje:

Cuenta atrás en el poblado portugués de Fuencarral

El Ayuntamiento prevé desmantelar este verano el asentamiento chabolista de Pitis, donde aún quedan 58 familias

Lucía Jordán siempre ha deseado para sus seis hijos un barrio mejor que Pitis, el poblado chabolista lleno de barro y basura donde se han criado. Lleva años escuchando que el Ayuntamiento va a desmantelar este asentamiento de barracas en Fuencarral -el más antiguo de los que quedan en la ciudad, con 18 años de historia- porque impide el trazado de varias carreteras necesarias para la zona. Y la mitad de sus antiguos vecinos están ya realojados en pisos de alquiler de la Empresa Municipal de la Vivienda (EMV). Pero ella no sabe aún cuándo le llegará su turno.

"Si quiero marcharme es por los niños. Antes en el poblado había familias que no querían salir a pisos, pero ahora casi todo el mundo sueña con irse, aunque algunos no saben dónde meter la chatarra de la que viven", explica esta mujer de 31 años al amor de la lumbre de su caseta, formada por dos habitaciones, una sala-cocina y un baño, con agua y luz obtenida por generadores. Junto a ella están su madre, María Augusta, y su abuela, María, dos mujeres que ni siquiera saben la edad que tienen. "Unas tres veces veinte", explica la mayor, ya bisabuela, a quien el realojamiento le parece bien siempre que pueda seguir junto a sus hijos, ya que se siente mayor y achacosa. Originaria de la deprimida comarca lusa de Tras-os-Montes, como casi todos los habitantes del poblado, habla una mezcla de español y portugués para la que su bisnieta hace de traductora.

"Antes había familias que no querían salir a pisos, pero ahora casi todo el mundo sueña con dejar el barrio"

De los más de 120 chamizos que llegó a tener este poblado ya sólo quedan 58. El resto ha sido derribado tras el realojamiento de sus moradores o porque estaban vacíos. El Consistorio preveía desmantelar para 2002 este núcleo, pero la operación se ha ido retrasando. Ahora ha fijado un nuevo plazo: este verano.

A Sandra Claudina Correa, de 20 años y casada desde los 14, no le convence el piso de Villaverde que le han adjudicado para ella, su marido y su hijo. Pero lo va a aceptar porque no quiere acabar en un juicio. "Tiene dos habitaciones que están bien, pero luego hay una sala cocina que es muy pequeña, así que no sé que vamos a hacer si tenemos otro niño", explica. Sabe que en el piso tendrá que afrontar unos gastos, de alquiler y de recibos, que ahora no tiene. Pero espera poder arreglarse con el dinero que gana su marido trabajando como albañil a temporadas.

Su cuñada, Teresa de la Cruz, de 24 años, no tiene derecho a realojamiento. "Me dicen que como llevo sólo cuatro años casada no me dan un piso y que tengo que ir al de mis suegros, pero yo con ellos no me arreglo y, además, si tenemos un hijo no cabremos", argumenta esta joven en su caseta con suelo de baldosa.

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A Justiniano de los Anjos, su esposa y sus tres hijos, les adjudicaron un piso de Sanchinarro hace dos meses. "La casa está muy bien, el problema es que tenemos que pagar 223 euros de alquiler, más las facturas de agua, luz, gas y comunidad, y eso es mucho dinero para nosotros. Hasta hace dos meses vivíamos de mi sueldo de pescadero, unos 700 euros, y ya era difícil, pero, además, ahora me he quedado en el paro", cuenta este hombre de 35 años en medio del poblado, donde se ven las calvas dejadas por las chabolas derribadas. "Yo hubiera preferido un piso más viejo pero con una renta de 30 o 60 euros como los que han concedido a otros vecinos", añade refiriéndose a los pisos de segunda mano, algunos en antiguas colonias municipales, donde viven otros chabolistas.

Marisa de Frutos, responsable de atención social de la EMV, explica que la familia de Justiniano es una de las tres que volvió a reconstruir su chabola tras ser realojada. "Decía que le teníamos que bajar la renta, pero ya le subvencionamos la mitad porque si no, por un piso nuevo de 90 metros como el que le adjudicamos pagaría al mes 400 euros, no los 223 que abona ahora. Hace días volvimos a tirarle la caseta que reconstruyó; si quería que le realojásemos en un piso de segunda mano y más barato podía haberlo dicho", afirma.

Uno de los mayores escollos que el Consistorio veía para realojar en pisos a estos chabolistas era su bajo nivel económico y cultural. Pocos tienen un trabajo mínimamente estable y viven de la recogida de chatarra y cartón, las ferias y el peonaje. Buena parte de las familias que aún siguen en el poblado son las que sufren mayor penuria, con menos ingresos y más bocas por alimentar

Realojados que regresan

La responsable del área social de la EMV, Marisa de Frutos, explica que los chabolistas de Pitis ya realojados no han tenido problemas para integrarse en sus nuevos barrios y que tampoco son morosos en el pago de los alquileres, que oscilan entre los 30 y los 230 euros.

"Pero en el poblado quedan algunas familias reacias a trasladarse a pisos; de hecho, hemos pedido a los jueces que nos permitan derribar 16 casetas de chabolistas que no tienen derecho a realojamiento, unos porque han construido su chamizo en fechas muy recientes y otros seis o siete porque ya poseen casas en Zamora o Galicia. Hay 10 familias más que han dejado los pisos que les adjudicamos para volverse a vivir a los camiones de feriantes que tienen aparcados en el asentamiento", asegura De Frutos.

En 2000, la asociación O Pobo de Pitis, formada por voluntarios que ayudan a los chabolistas, realizó una encuesta entre éstos para saber si querían ser realojados en pisos. La respuesta fue que el 80% prefería ir a otro poblado de casas bajas porque temían no poder pagar el alquiler y para seguir viviendo junto a sus familiares, como en un pueblo y a pie de calle.

Pero las instituciones son contrarias, desde hace años, a construir poblados específicos para chabolistas porque la mayoría acaban convertidos en guetos y optan por realojarlos en bloques de pisos.

El barrio de Pitis, pese a su proximidad a hipermercados de venta de droga como el poblado de La Quinta, nunca ha sido un punto importante de trapicheo. Sin embargo, según De Frutos, en los últimos tiempos hay ya alguna chabola dedicada al mercadeo de papelinas de heroína y cocaína.

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