AL SOL DEL CARIBE
UN CRUCERO por el Caribe. Suena a aventura de Curro. Un barco de más de mil plazas cargado de turistas procedentes de todos los rincones, deslizándose suavemente, sin apenas sacudidas, sobre la mansedumbre caribeña. En estos hoteles flotantes hay distintos tipos de camarotes. Los más sencillos, los de la clase turista, son estrechos, funcionales y están dotados de un pequeño ojo de buey por el que asomarse y recordar que no se está en tierra firme, sino sobre la superficie del mar. Las dimensiones del barco provocan que la sensación de navegación sea mínima, a no ser que se esté en cubierta.
Sepa que los cruceros no ofrecen exactamente el prototipo de viaje de aventura. Todo está programado al milímetro y nada se sale del cauce. A salvo de cualquier imprevisto y sin tener que comprobar, registrar... buscarse la vida, en definitiva. Lo mejor es dejarse llevar. Un complejo turístico en movimiento en el que no falta de nada, desde juegos en la piscina hasta espectáculos nocturnos y merendolas gratuitas. La tripulación forma un mundo paralelo, en el que es posible inmiscuirse si se es suficientemente curioso. Un mundo formado por el más variopinto mosaico de nacionalidades e idiomas.
Los cruceros más clásicos suelen comprender unos ocho días y recorren, desde Puerto Rico o la República Dominicana, las pequeñas islas de las Antillas y las islas Vírgenes que salpican el Caribe oriental. Los tramos de navegación no son muy largos, y los atraques, frecuentes. Las visitas se pueden hacer por libre, o bien contratando las excursiones propuestas por la compañía, que es donde le exprimen la Visa al viajero. Éstas incluyen snorkeling en playas de arena blanca como la harina, paseos por selvas tropicales con fumarolas volcánicas y colibríes, mercados al aire libre, acordes de reggae y zuk, visitas a fábricas de ron y fortalezas coloniales y un baño de exotismo entre las urbanizaciones más glamourosas, cobijadas entre cocoteros y ensenadas de película.
