Flamencos así no quedan
Otro episodio más de la lección permanente que Chano Lobato nos da en cada una de sus actuaciones: cómo ser, antes que nada, flamenco. Que no es sólo cantar, mejor o peor, jondo.
Chano Lobato canta superior, desde luego, y en este concierto en la Sala Clamores, de Madrid, dejó testimonio de ello una vez más. Porque demostrar, él no tiene ya que demostrar nada. A sus 76 años, con su diabetes y sus achaques de los que casi alardea, echa a cantar y es siempre una maravilla. Sus cantes divierten o acongojan, pero siempre emocionan. Anteanoche, cuando de pronto lanzó el primer ¡ay! siguiriyero nos puso a todos un nudo en la garganta y se hizo un silencio sepulcral. Portentoso. Lobato es el último de una raza de flamencos excepcionales. Esa forma de hablar, de contar cosas, esa forma de estar... Cuando se retiraba hacia el camerino, recibiendo aún aplausos, se acercó a una mesa a saludar a un amigo y allí mismo se hizo un cantecito más, que remató con baile mientras el público le hacía corro. Lo dicho, flamencos así ya no quedan.