Arqueología
Entre las muchas muestras de benevolencia humana está la de haber convertido a Un, dos, tres... responda otra vez en referente de la calidad televisiva y a Chicho Ibáñez Serrador en mesías del buen gusto. En los últimos años se ha generado una corriente de simpatía reverencial hacia este programa, puede que porque la distancia modifica la percepción de las cosas o porque nadie creía que el concurso volvería. Pero ha vuelto: con sus azafatas y sus horrendas gafas y los elementos que lo han convertido en un clásico tan respetable como anticuado. Sumergirse en esas tres horas de televisión equivale a visitar una excavación que nos proporciona reveladores datos sobre nuestra teleprehistoria. Poco antes del estreno, el mismo Ibáñez Serrador daba muestras de honestidad e inteligencia declarando que el programa no estará listo hasta la tercera entrega y que al primero le sobraban media hora y algunas cositas.
La audiencia obtenida [6.800.000 espectadores de media] le permitirá limar defectos con la tranquilidad necesaria, aunque me temo que sobra bastante más que media hora. Hay que decir que Ruperta y compañía han vuelto para llevar a la pantalla la buena nueva del placer de leer. Cuidado: del mismo modo que algunos futbofágicos acabaron aborreciendo el fútbol a causa de la saturación de retransmisiones, de tanto fomentar la lectura puede que acabemos equiparando los libros con la televisión y usándolos como coartada para maquillar abusos publicitarios.
La prueba de que una idea culturalmente correcta tiene su peligro es que la pareja finalista demostró que le bastaba leer Las mil y una noches y no tener ni idea de nada más para salir adelante. Se fomenta, pues, la lectura de un libro, que da contenido a esta superproducción. Cuando mejor funciona es cuando recurre a genios como el mago Tamariz, al proustiano "hasta aquí puedo leer" o a la rueda de preguntas. Los humoristas, en cambio, no deslumbraron como hiciera en su día Angel Garó. En cuanto a si Un, dos, tres... ¡A leer esta vez! representa el inicio de una cruzada contra el mal gusto, se queda en mal menor comparado con otros formatos más chabacanos.
Queda por comentar la labor de Luis Roderas. Dio muestras de una gran eficacia, convicción y una irónica flexibilidad con los concursantes, pese a no contar con el físico de guaperas normativo (cuando señala a la cámara, debería bajar un poco el brazo: se tapa la cara). Pertenece, eso sí, a la secta de los fuerteaplaudistas, presentadores que no paran de pedir fuertes aplausos. A veces, es una manera de premiar un detalle que podría pasar inadvertido o de engrasar el tempo del programa. Otras veces sustituye al aplauso auténtico.
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