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Columna
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Instantes

El otro día en un restaurante de Sevilla se celebraba una de las tradicionales comidas navideñas. Se trataba de una comida de y entre amigos. Otros amigos, en una mesa próxima, celebrábamos la propia. Más pronto que tarde, tanto por el motivo de la reunión como porque algunos nos conocíamos, ambas mesas fueron una sola. Hablábamos de forma distendida y sin que los temas de conversación guardaran gran relación unos con otros. Y así iba transcurriendo la comida cuando alguien se dijo "no nos vemos durante el resto del año, y ahora nos reunimos como si nunca hubiéramos dejado de vernos" y añadió ¿por qué? La respuesta no se hizo esperar: es Navidad. Una sola palabra resumía las razones por las que nos habíamos reunido, por las que estábamos allí. No había que decir más. La Navidad era la razón de ser de la reunión. Pero por qué, me pregunté a su vez.

Tal vez -quiero pensar- cuando repetimos estos actos año tras año, lo que estamos haciendo es juntar tiempos e ilusiones. Es intentar volver a vivir tiempos pasados. A sentir las mismas ilusiones que sentíamos en la niñez y en la juventud. Decirnos, aunque sólo sea durante un instante, que sabemos estar ilusionados como si fuéramos esos niños que están en el País de Nunca Jamás. Que una vez al año podemos pensar que son nuestros los sentimientos que, de pequeños, nos embargaban en la Nochebuena; que, una vez al año, soportamos las inocentadas con la misma inocencia que las gastábamos y que, una vez al año, nos sorprenderemos al sentir ilusiones en la noche de los Reyes Magos.

Sin embargo, todos sabemos que no es así. Que sólo serán instantes en los que las fechas harán parecer que la nostalgia que, a veces, nos lleva a la niñez y a la juventud es menos nostalgia, y que el tiempo no ha pasado. Todos sabemos que mañana, cuando Baltasar nos dé la espalda, esos instantes desaparecerán y volveremos a ser como somos, como nos ha hecho y nos hemos hecho en la vida, esperando que llegue otra Navidad.

Pero, en fin, eso será mañana. Hoy, cuando escribo, aún queda una noche mágica. La de Reyes, en la que durante unos instantes volveremos a sentir la felicidad que tuvimos pero, sobre todo, contemplaremos la felicidad de nuestros hijos, pues para ellos su ilusión no es un sueño sino su realidad.

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