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Columna
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Iconos navideños

Este año no ha sido un buen año para el Niño Jesús. Por no hablar del buey, de la mula, de los camellos, de los ángeles... En lo que a la iconografía navideña se refiere, este año ha sido el año del caganer por antonomasia, el año del honorable Carod Rovira. Imagen entrañable la de este político campechano mostrando el culo (en la plaza de la Sagrada Família se han quedado sin figurillas del simpático conseller en cap). Pero la gloria del bigotudo caganer ha durado tan sólo unos escasos días, tan breves que parecen horas, pues el pasado domingo aparecía en la tele la imagen de un Sadam Husein sonado o medio sonado, atrapado como una rata en un estrecho escondrijo en los alrededores de Tikrit, la ciudad que le vio nacer. Todo el posible -más que posible- glamour del culo del conseller en cap se diluía ante la barba y los cabellos desaliñados del vagabundo Sadam, forzado a mantener la boca abierta mientras un médico militar le escudriñaba la dentadura. Esa imagen, sumamente humillante, hasta el punto de que uno se pregunta si era preciso ofrecerla, se ha convertido ya en la imagen mundial de las presentes navidades. Una imagen tan patética y humillante que la industria del jolgorio yanqui se ha apresurado a suavizar con la ayuda de un fantoche barbudo, vestido de preso y sentado en una silla eléctrica, que funciona (es de esperar que el muñeco se venda tan bien como el caganer del año).

Ante una imagen tan humillante -insisto en el calificativo- como la que ofrecía el dictador iraquí, ante el máximo y ejemplar castigo que se le avecina, y que me parecería una bestialidad -nada justifica la pena de muerte- a pesar de todas las atrocidades cometidas por tan indeseable sujeto, ante esa inesperada imagen navideña de la captura de un diablo -queda otro, el que se oculta tras los montes afganos- que nos traerá, al fin, la paz, la pax americana, a uno se le van al traste sus buenos propósitos de ofrecer al lector, en fechas tan señaladas, unas líneas más acordes con la felicidad que suele acompañar la celebración de la Navidad.

Y a fe mía que, puestos a hablar de felicidad, no iba a desperdiciar ningún detalle. Así pues, había confeccionado una lista de artículos y curiosidades que he ido pillando en los suplementos de la prensa extranjera dedicados a la Navidad, es decir, dedicados al consumo. Como esa botella de Glendfiddich 1937, rare collection, que se puede adquirir por 15.000 euros y que nos llega directamente de las profundidades de la bodega que la destilería tiene en Dufftown, después de 64 años de maduración. Un malta escocés que, dicen, tiene un ligero sabor a chocolate amargo. O ese coucou de Rennes, debidamente capado y alimentado en sus últimos días con miel e higos, que va a zamparse el día de la Navidad el chef Olivier Rollinger, con una botella de meursault, una buena reserva, naturalmente, el vino preferido de su señora esposa. O ese secretillo de otro ilustre cocinero francés que nos confiesa que la mejor bebida para acompañar la degustación de un excelente caviar -iraní, por supuesto- es una botella de manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. O los últimos cigarros que nos propone la casa Gérard Père & Fils, de Ginebra; unos cigarros suaves de aromas ligeros, dulces, ligeramente melosos (yo me quedo con el habano fuerte, achocolatado). Y así hasta llenar el espacio que tengo asignado.

Pero, no; he encontrado otra noticia que cuadra más con la imagen humillante de Sadam Husein y con el pavo de plástico del tejano Bush. La pillé en el Corriere della Sera (11 de diciembre): la editorial Random House se dispone a dar continuidad a El padrino, la célebre crónica mafiosa de Mario Puzo. El escritor encargado de resucitar a Don Vito Corleone y su esperpéntica familia es Mark Winegardner, un norteamericano de 42 años, que ya se encuentra en Palermo. Porque, a diferencia de Mario Puzo, que elaboró su saga con la sola ayuda de unos mapas y unos libros de una biblioteca universitaria, Winegardner dice que quiere impregnarse de los rostros, de las costumbres (y muy especialmente de la cocina), del paisaje que vio nacer a personajes tan entrañables como Nitto Santapaola, Totó Riina y Bernardo Provenzano.

El libro de Winegardner tiene un título provisional: El padrino, los años perdidos, y va a centrarse en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Lo cual preocupa un poquito a Winegardner, que, por lo visto, es un escritor con sólidos principios morales. Porque esos años son, para Sicilia, la herencia del desembarco aliado de 1943 -la madrugada del 10 de julio de 1943-, un desembarco en el que la Mafia norteamericana y la siciliana desempeñaron un importante papel, aunque luego supieron hacérselo pagar con creces. Pero la necesidad de aniquilar a Hitler y Mussolini "constituía una prioridad moral", afirma Winegardner, "como ocurre hoy en Afganistán o en Irak". Y termina Winergardner: "Quién sabe, tal vez con la ayuda del mafioso Genco Russo hubiésemos pillado ya a Sadam". Eso decía el escritor norteamericano el miércoles, 10 de diciembre, en Palermo, y el sábado, 13, caía Sadam Husein cerca de Tikrit. Al parecer, lo denunció un sobrino. Podrida mafia.

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