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Bandas latinas, el fin de su impunidad

En aquellas sociedades en las que el Estado, su autoridad y la seguridad económica se desintegran, surgen grupos que ofrecen cohesión y refugio al individuo que se siente indefenso. En unos casos estos grupos cumplen una función mutual, como son los comedores populares implantados en tantos lugares de Latinoamérica. Pero en otros, como ha ocurrido desde hace décadas en los barrios pobres de Brasil, bandas mafiosas, legitimadas bajo un falso manto de nuevos Robin Hood, que robarían a los ricos para repartir entre los suyos, se hacen dueñas de territorios en los que extorsionan. Y se nutren de jóvenes de un lumpen urbano deseosos de ser alguien respetado.

En Ecuador, cuando hace cuatro años, tras una persistente crisis económica, se aprobó la llamada "dolarización", el país padeció un nuevo deterioro económico e institucional. La sociedad se desintegró y los atracos a plena luz del día en las calles céntricas de Quito y Guayaquil se convirtieron en algo habitual. La policía casi nunca aparecía y los transeúntes, asustados, continuaban su camino sin detenerse para auxiliar a ese ciudadano que con el cuchillo en la garganta se desprendía de todo. Estas bandas juveniles no eran las más peligrosas dado que no cometían robos a gran escala, pero imponían su ley, generando entre los jóvenes una bipolar sensación de miedo y admiración. Y la imparable crisis económica, unida a la inseguridad que sentía el ciudadano, originó una ola de inmigración hacia Europa.

Tras el asesinato de Ronny Tapias, los catalanes han tomado conciencia de lo grave de la violencia de estas bandas latinas
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Tres años después de iniciarse esta migración masiva hacia España de ecuatorianos, y también de ciudadanos de otros países latinoamericanos donde el Estado ha pinchado, como antes Colombia y o ahora Bolivia, han comenzado a aparecer en Barcelona y L'Hospitalet estas bandas que emulan las allá existentes. Aquí comenzaron a delimitar territorios, a enfrentarse y a extorsionar a adolescentes, inicialmente también latinoamericanos como ellos. La sociedad catalana no ha tomado conciencia de la gravedad de esta violencia hasta que grupos como los Ñetas y los Latin Kings han comenzado a extorsionar a estudiantes no latinoamericanos y, lamentablemente, se ha producido el asesinato del colombiano Ronny Tapias. Con la misma firmeza con que se pidió que se tomaran medidas para acabar con la violencia de los Boixos Nois o de los skins que se adueñaron de plazas de Sabadell, se debe perseguir a estos grupos, más cuando todavía están en fase de implantación y no tienen las causas sociales que generaron en otros tiempos ciertas bandas procedentes de barrios con problemas endémicos de marginación, que cometían delitos en busca de dinero para costearse la droga. La actitud prepotente de acusar de racista a quien ellos consideran que les mira mal y, acto seguido, amedrentar a ese ciudadano es un insulto para quienes padecen la lacra del racismo. Los principales perjudicados de estas bandas eran los mismos jóvenes inmigrantes, que tenían que optar entre continuar esquivándolas con un silencio cómplice, ceder a sus chantajes y convertirse en víctimas o ingresar en ellas mismas y pasar a ser verdugos. Y precisamente la ley del silencio y el miedo a acudir a la policía, al carecer muchos de papeles, hicieron que estos grupos que emulaban a los de su tierra crecieran con plena impunidad.

Pese a que estas bandas se han replegado a sus lugares habituales tras el asesinato de Ronny, todas las administraciones deben combinar una política preventiva y represiva de su actividad. Afortunadamente, en Cataluña las administraciones gobiernan y no se produce el vacío que les dio impunidad sus países de origen. La principal arma de estos grupos es el silencio de los demás. Pero, tras la muerte de Tapias, tanto los alumnos como los equipos docentes de los centros de secundaria alrededor de los cuales imponían su miedo han empezado a denunciar su violencia. Ni el Clot, ni Camp de l'Arpa ni Collblanc son los barrios de São Paulo, Guayaquil o Cali donde imperan las bandas entre cientos de miles de personas sin posibilidades de salir de la miseria. Si tras el asesinato de Tapias han perdido la impunidad con la que crecieron, se trata ahora de realizar una acción combinada entre los educadores de calle, los servicios sociales, los cuerpos policiales y las mismas asociaciones de latinoamericanos para erradicar su violencia. Porque una cosa es que surjan tribus de grafiteros que realizan pintadas o que visten siguiendo una estética determinada, y otra que, tras dotarse de una jerarquía y unos juramentos de sangre, recibiendo instrucciones vía Internet de sus dirigentes de Madrid o Latinoamerica, impongan el miedo, extorsionen y asesinen a quienes no les siguen el juego. Depende de cómo se actúe que la muerte irreparable de Ronny sirva para acabar con tales actos o, si la sociedad y los poderes públicos se amedrentan, que este crimen genere más miedo, y es sobre el miedo donde toman su fuerza.

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Xavier Rius-Sant es periodista.

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