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Columna
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'Navidator'

A mí, la cercanía de la Navidad no sólo me pone poética y sensiblemente dickensiana, sino que me colma de ideas sensacionales para ocupar el ocio. En esta época beatífica (oye, España, oye, ¿me recibes?) se me ocurre que esa panda de juristas que hace poco le brindaron una cena al juez que condenó al albañil tetrapléjico, deberían darse un garbeo por las minas leonesas. Qué de mineros culpablemente accidentosos. Qué de condenas, qué de cenas. Qué de condenadas cenas do asistir a, ¿cómo los llamaría don Luis de Grandes? ¿"Trasnochados brindis con olor a naftalina"?

Luego están las devociones. Yo a Zaplana lo veo un poco como el Cristo de Medinaceli, dicho sea con respeto para los dos (el Cristo y Medinaceli), con esa larga cola que tiene, no la que dicen que tiene, sino la de desfavorecidos de ¡España! (aquí Catalunya, cambio y corto), que obtienen de él prebendas, y además, fascinados quedan por la labia del cartagenero audaz. A mí, el ministro del Misterio del Trabajo me recuerda mucho a mamá, que también era de Cartagena y siempre intentaba convencerme de que me sentaban bien las enaguas de can-can. Una gracia impresionante. Cómo me apetecería que el señor Zaplana viniera a mi casa a cantarme cualquier tontería, como si se tratara de un villancico: "¡El tabaco disminuye el flujo sanguíneo! ¡El tabaco puede producir impotencia!", por ejemplo. Lo haría bien. Fíjense que cuando anteayer recitó lo del aumento de las pensiones, casi me sentí verdaderamente viuda. La suya, quiero decir.

Estos alicientes, con ser muchos, no alcanzan sin embargo la categoría de los placeres perversos que pueden ofrecernos, por las fiestas, el susodicho Luis de Grandes y Ana Mato, mis predilectos en materia de excitación. Aunque el primero carece de la simpatía natural de Eduardo Zaplana (parece un desabrido cura secundario de Pérez Galdós), en mi opinión tiene madera de animador de fiestas; resultaría adecuado para usarlo como piñata. Y en cuanto a Ana Mato, quedaría divina como adorno del árbol navideño, metida en una bolsa de Caprabo, con ajos, para que no propagara la anamatosis.

Todo ello sin violencia, con dulzura y con butifarra. A la catalana, para qué les voy a contar. Cambio y corto.

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