Said, Edward W.
De Edward W. Said, palestino de origen, ciudadano de Estados Unidos y profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York, recientemente fallecido, los obituarios han destacado el ardor moral y la precisión analítica con que trató el llamado conflicto de Israel con Palestina. Fue, sin duda, durante los últimos años, una perseverante voz crítica empeñada en narrar una historia de destrucción interminable y contemporánea. Una historia, sin embargo, antes por otros contada y fácilmente reconocible tanto en sus rasgos generales como incluso en sus episodios detallados, que, a menudo, resultan desagradables, a la vez banales y horrorosos, inesperadamente crudos. Como cuando, por ejemplo, los amigos de Adela, una infortunada y mentirosa mujer, personajes todos ingleses residentes en la India, en 1924, tratan de animarla "pidiendo holocaustos de nativos", tal lo cuenta E. M. Foster (A passage to India, Londres 1924, reeditado en 1989). Pero ¿fue la colonización así? Edward W. Said respondería inequívocamente que sí y, como Marlow, el narrador que utilizó a menudo Joseph Conrad, diría que la conquista del mundo vista de cerca resulta ser un muy feo asunto. Quizá por ello quiso él mismo participar con un mínimo papel en la representación de tirar piedras, como cualquier otro palestino, a un puesto militar israelí. Claro que fue un papel, un artificio, un adorno personal de quizá dudoso gusto. Pero el gesto de Said tal vez pretendía mostrar una implicación personal, fuera de toda duda, en la resistencia física a la conquista por parte de una potencia colonial que no se reconoce del todo como tal. Justamente, Said quiso, por un momento, dejar constancia de que no era un crítico lejano, como lo pudieron ser algunos intelectuales franceses durante la guerra de Argelia, de una acción colonial.
En los últimos años, los escritos de Said han puesto nombre y perfilado la fisonomía de la guerra de Palestina. Durante mucho tiempo la naturaleza de esta guerra sólo era aludida por rumores indecisos, analogías furtivas o eufemismos confusos. Pero el israelí era, a fin de cuentas, un colono blanco. Y como tal no podía, pues, ser tenido como insólito. Al contrario, era perfectamente reconocible y su comportamiento social, la lógica de su guerra, era, como todas las otras de su género, inteligible. Said tirando piedras, en un acto quizá de cartón-piedra, revelaba que la resistencia palestina no podía limitarse a un rechazo intelectual, bienpensante, sino que el israelí podía ser tan destructible como lo seguían siendo los palestinos, uno detrás de otro.
Ciertamente, la vivacidad de la narración que hizo Said de la interminable destrucción de Palestina puede atribuirse en parte a su condición de relativo implicado. Pero la consistencia y rigor analítico son claramente resultado de un extraordinario ejercicio intelectual anterior dirigido a describir el "orientalismo" (Orientalism, Nueva York 1978). Los efectos de este libro sobre casi todas las disciplinas académicas ligadas a lo que buenamente se llama Humanidades han sido enormes y persistentes, tanto que resulta difícil y de alto coste intelectual hacer como si la descripción de cómo, quiénes y cuándo se inventan en Europa el "Oriente" no existiera. Que yo sepa, ningún libro escrito en la segunda mitad del siglo XX ha producido tanto debate, ansiedad intelectual, rechazo y vituperación como éste. El que, como muestran elocuentemente los sentidos obituarios en la prensa, la principal contribución intelectual de Said no haya sido destacada es algo congruente con la nula incidencia que, que yo sepa, ha tenido Orientalism en la academia local, catalana y española. Salvo alguna precipitada y huraña referencia inmediatamente posterior a las traducciones española y catalana, no consta incidencia alguna de alcance en las prácticas académicas locales. Y no es que el "orientalismo", la descripción que de él hizo Said, sea irrelevante para apreciar la naturaleza de la secuencia historiográfica de España y Cataluña o que resulte algo dispensable que afecta sólo a los grandes imperios coloniales, tan lejanos. No es así. Las grandes fases constituyentes de la narración de España -la reconquista y la conquista imperial de América- son percibidas, concebidas y contadas como un cuento "orientalista", sin más, inadvertidamente. Y justamente esta indiferencia, este no darse por conceptualmente aludido, constituye un no menor portento académico. Pero ¿en qué consiste el "orientalismo"? Pues en hacer una narración de superioridad -raza, religión, civilización, cultura, o una mezcla cambiante de todo- creando de esta manera el sujeto inferior, objeto de dominio. El discurso de la barbarie es profuso y debe ser capaz de dar cobijo y sentido a todos los aspectos de inferioridad, desde la pereza de los indígenas a su sensualidad bestial o a la sospecha de su voluntariedad maligna de permanecer en su condición de bárbaro.
Said muestra cuán fácil es reconocer la artificialidad falaz del discurso. Pero va más allá. Un discurso tan inconsistente, tan informe, impugnable en todos sus infinitos detalles, sólo puede sostenerse si una práctica de dominio lo renueva permanentemente. Sin un dominio imperial efectivo el discurso se disiparía irremediablemente. No hay, pues, en rigor, de qué hablar. Y no debería sorprender ni su cambiante vigencia ni renovado vigor. El "orientalismo" es un cuento del vencedor. Said creó una poderosa duda en el saber académico. Dejó libre una fundada sospecha sobre el objetivo final de este saber, indistinguible del de los colonos de primera fila, en el terreno de la acción.
El relato de la ocupación de Palestina se inscribe, pues, en un contexto intelectual complejamente elaborado en el que los agentes coloniales y sus discursos -todos los colonos tienen fantásticas historias genealógicas, los españoles recuperan el solar patrio ancestral, los peregrinos en América buscan a Dios y a la libertad, los franceses heredan la misión de los romanos en Argelia, etcétera- son parte de una representación consabida, pronosticable. Que se haya insistido en el último Said, en el analista conmovedor de la destrucción de Palestina es quizá no sólo signo de la irrelevancia académica local sino de la capacidad corrosiva del "orientalismo" introduciendo factores estables de irracionalidad en el análisis de la realidad, haciéndola irreconocible, como, por ejemplo, que el israelí no es un colono o, si lo es, que resulte ser un colono históricamente muy singular. Al que Said quiso una vez tirar piedras. Descanse, ahora, en paz.
Miquel Barceló es catedrático de Historia Medieval de la UAB.
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