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Lars von Trier convierte su 'Dogville' en un alegato anti-Bush

El filme inauguró anoche la 48ª Seminci

Aunque allí fue aclamada, Dogville se fue de vacío en el Festival de Cannes, pero pese a ello en sólo unos meses este grave y atrevido filme se ha convertido en un nido de controversias y en un foco de agitación, que su autor, el danés Lars von Trier, ha canalizado con astucia hacia un irónico y duro alegato contra la imagen de la América violenta de George Bush. Esta notable película abrió anoche por todo lo alto una Seminci que promete cine combativo.

"Dogville' es una película de emociones. Siendo niño aprendí que si se es fuerte hay que ser también justo y bueno"

El director de la Semana, Fernando Lara, expresó en términos vivos y precisos el sentido de ese carácter combativo. Dijo: "No ha sido éste un año fácil para el mundo. Se ha vuelto a desplegar un pensamiento belicista que parecía arrumbado. Y sólo nos queda, más como refugio que como tierra de promisión, la cultura. La Seminci quiere ser una muestra de esa cultura, cine sin fronteras. Un cine que apueste por la fuerza de la cultura en oposición a la cultura de la fuerza".

Dogville es una película que ilustra a la perfección el subsuelo de un tiempo como éste, de alza de lo abominable. Fue áspero y fulminante, como un resorte oxidado, el rechazo por la caverna de Hollywood al filme de Lars von Trier. Pero el cineasta danés es un locuaz y temible polemista y enmudeció así las toscas reacciones iniciales contra su película: "Cuando estrené en Cannes Bailando en la oscuridad, los periodistas norteamericanos me criticaron que hubiese hecho una película sobre EE UU sin haber estado nunca allí. Me molestó, porque, que yo sepa, ellos no pusieron los pies en Marruecos para hacer Casablanca. Y entonces es cuando decidí hacer más películas ambientadas allí".

De ahí proviene Dogville. "La acción del filme", añade Von Trier, "se sitúa en unos EE UU vistos a través de mi mirada. No es una película científica ni histórica, sino de emociones. Siendo niño aprendí que si se es fuerte hay que ser también justo y bueno, pero no veo nada de eso en EE UU. Los norteamericanos me gustan y no creo que sean peor gente que los demás, pero tampoco me parece que el suyo sea mejor que esos otros Estados 'canallas' de los que tanto habla el señor Bush. El poder corrompe. Y son tan poderosos que me gusta hacerles rabiar, ya que, evidentemente, no puedo hacerles daño".

La afilada ironía del cineasta danés cerró la boca de esa "rabia" del aparato mediático estadounidense destacado en el mes de mayo en Cannes, pero quedó flotando en su silencio algo muy perturbador, la lógica de la caza de brujas, que reapareció de manera abrupta en dos de los oráculos de la caverna, Variety y Hollywood Reporter, que esculpieron las palabras indecibles del gran anatema, la abominable losa del macartismo: es una película antiamericana. Y esto es lo que ha dado un nuevo e inesperado aliento de celuloide de combate y de documento metafórico sobre un poder injusto, al frágil, sombrío y hermoso drama de una bella mujer perdida y errante, que es recogida y luego sojuzgada hasta los límites más abyectos de la esclavitud por los habitantes de una aldea llamada Dogville, perdida en un rincón remoto de las montañas rocosas.

Esta austera, compleja, larga, tenebrista y nada cómoda de ver representación de un caso, de infortunio devastador y de violencia colectiva extrema, abrió anoche una Semana de Cine que, tras esta proyección, queda por fuerza bajo el signo corrosivo y el empuje moral de un arranque tan combativo y tan radical, en el sentido noble de esta ensuciada gran palabra. Y una película que comenzó como un juego de refinada alquimia escénica incrustada en un alarde de cine puro ha derivado a signo o a metáfora de un mundo, del mal mundo que hoy pisamos gracias, entre otros, al señor Bush, convertido por Lars von Trier en sheriff de Dogville.

Lars von Trier, el pasado mes de mayo en el Festival de Cannes. 

/ AP
Lars von Trier, el pasado mes de mayo en el Festival de Cannes. / AP
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