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Crítica:ÓPERA | 'Fausto'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sin palmas por bulerías

La versión de Gounod del mito de Fausto llegó a Sevilla con honores de inauguración de temporada. Dos estrellas destacaban en el cartel: Jorge Lavelli y María Bayo. Lavelli es un hombre de teatro, y eso se nota. Dio un tono de ensoñación al espectáculo, apoyándose en un ritual en cierto modo circense. La carpa típica era sustituida por una de esas espectaculares estructuras de hierro y cristal que suponían un motivo de orgullo del despegue industrial para la clase burguesa parisina. La correspondencia visual con la música también burguesa de Gounod estaba servida. La transición de lo específicamente alemán a lo francés se forjaba con suavidad. Todo ello sin olvidar los valores eternos del teatro y el drama. Los maquillajes en blanco de los rostros, los guantes, introducían un distanciamiento casi brechtiano; las sábanas blancas o la noria de luces aliviaban el desarrollo del discurso reflexivo. Lavelli ejerce su magisterio en el oficio de contar. Su claridad resplandece. Y saca partido al movimiento de grupos y a los destellos teatrales de los actores, en especial de María Bayo, inmensa en su carga trágica cuando recorre la escena de punta a punta con el niño-muñeco muerto o cuando, en la cárcel, canta a dúo con el tenor la emotiva escena final.

Fausto

De Gounod. Con Robert Nagi, Alastair Miles, María Bayo, Angel Ódena, David Rubiera, Larissa Schmidt y Anne Pareuil. Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Stephen Barlow. Producción de la Ópera Nacional de París. Director de escena: Jorge Lavelli. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 20 de octubre.

María Bayo debutaba en el personaje de Margarita. No defraudó, y se llevó las más grandes ovaciones de la noche, pero a su personaje le falta aún rodaje, especialmente en el lado más lírico. Comprende Bayo la evolución de Margarita y la muestra magistralmente a través de sus recursos expresivos y dramáticos. El irregular tenor Robert Nagy cantó como a impulsos, sacando a relucir por instantes un timbre bello. La simplemente correcta interpretación de Alastair Miles dejó a Mefistófeles bastante descafeinado. El resto del reparto cumplió holgadamente. La Orquesta de Sevilla y su director, Stephen Barlow, se durmieron en los laureles desplegando una lectura escasa de matices y con tendencia a la monotonía. Hubo fuertes ovaciones, pero las típicas palmas por bulerías se quedaron esta vez en el más recogido silencio.

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