Ignominiosa expulsión de Virenque
Ángel Arroyo, que fue luchador y ciclista orgulloso, decidió retirarse del ciclismo un día subiendo el Tourmalet en el Tour, cuando, desfallecido y descolgado, vio por sus propios ojos lo que muchas veces le habían dicho y nunca había querido creer. "Que sí, Ángel", le decían sus compañeros, "que los últimos del pelotón suben los puertos agarrados a los coches, que así van los sprinters y los rodadores". Y Arroyo, que creía que el orgullo y la dignidad son parte del oficio de ciclista, vio, creyó y se deprimió. Pero, por lo menos, no siguió siendo ciclista tanto tiempo como para tener que ver lo que ayer ocurrió en el puerto del Cantó, una subida pestosa e interminable, entre Lleida y Andorra. Allí, descolgado del pelotón, solitario y hundido, Richard Virenque, uno de los ciclistas más admirados por su valentía, su espíritu inconformista, su carácter atacante y desestabilizador, el que en el último Tour, a los 33 años, ganó otra etapa, alcanzó su sexto maillot de rey de la montaña, se agarró a una ventanilla del segundo coche de su equipo y se dejó llevar durante la ascensión. El corredor y el segundo director del Quick Step-Davitamon fueron, por ello, expulsados de la Vuelta.
Conocida la expulsión, Virenque se encerró en su habitación y no quiso hacer declaraciones. Su equipo, por su parte, explicó, justificó al corredor y asumió el error. "Había tenido problemas intestinales y se había descolgado. Pensamos que era pasajero y que podría seguir mañana. Y le ayudamos".
Virenque, que el día anterior vivió unos minutos mágicos -enlazó con el pelotón después de quedarse en el Peyresourde, subió el Portillón en cabeza y atacó luego en el llano- había pactado con el equipo retirarse de la Vuelta el día de descanso, mañana. Pero, de una forma ignominiosa para su oficio, tuvo que adelantar un día su retirada.