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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo
Crónica
Texto informativo con interpretación

Plata toledana

Julio Rey acaba segundo en el maratón más rápido de la historia de los Mundiales y los Juegos, que gana el marroquí Gharib

Carlos Arribas

"Esto es muy duro, tíos". Javier Cortés, un hombretón hecho y derecho, un maratoniano veterano, curtido, llegó hasta la zona mixta, hasta donde los periodistas, llegó y se derrumbó. Empezó a llorar. "Tres meses sin ver a mi hija, entrenándome como un condenado, tres meses sin vivir, para esto...".

El maratón es una carrera de parias, de sufrir miserias, de perderse en el campo o en la montaña y entrenarse todos los días pensando en un sueño esquivo. En un objetivo que muchas veces se escurre de los dedos en el último momento. Javier Cortés no era muy ambicioso. Le bastaba con quedar octavo o décimo, con contribuir a una victoria de España para irse a la cama satisfecho. Pero le atacó el flato, insidioso. La venganza del cuerpo contra el atleta que le tortura es una bolsa de aire en el colon, una presión sobre el hígado, un dolor que se hace insoportable y no lo arregla ni la visión de la torre Eiffel, el Arco de Triunfo o el Sacre Coeur. Son 42 kilómetros de tortura. Física y mental. Tantas esperanzas hundidas, tantos sacrificios por nada. "Me tuve que parar varias veces y ni por ésas", lloró Cortés. Alberto Juzdado, otro del equipo español, también sufrió los nervios, también se vio atacado por el flato. "Me costó, pero pude quitármelo", dijo Juzdado, el más veterano. Se apretó el costado, respiró hondo, logró que el diafragma alegrara el ritmo de los intestinos. Tampoco iba muy bien.

Rey y Gharib entraron juntos en el estadio, pero a la luz y al clamor salió primero el marroquí
El español iba tan fuerte que metió metacarpianos y se fue solo. Se volvía y no se lo creía
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Cuando se va muy bien, los kilómetros son cortos, las cuestas no existen, las piernas no pesan, el asfalto es una nube sobre la que se flota. Chema Martínez iba muy bien, iba en el grupo importante, su cabeza rapada sobresaliendo en medio bote a bote, zancada a zancada. Iba en su túnel. Iba bien hasta que las cosas se pusieron serias. O más serias. Serias estuvieron desde el principio. Desde el ayuntamiento de París. "Hemos corrido como animales desde el principio", dijo Martínez. "Demasiado". Se empezó a correr en tres minutos el kilómetro desde el comienzo y nunca se bajó el ritmo. Más bien se aceleró. Y siempre, al principio, al medio y, sobre todo, al final, siempre estuvo allí delante, enseñando el dorsal a todo el mundo, Julio Rey. Saltando a por todo lo que se movía, fuera angoleño, tanzano, japonés o marroquí.

Hace un año, en el Europeo de Múnich, Julio Rey iba en el primer grupo cuando se escapó un desconocido finlandés, Janne Holmén. Todos le dejaron ir. Los españoles, sobre todo, que eran los favoritos. Cuando decidieron ir a por el insolente finlandés, ya era tarde. Julio Rey acabó tercero y cariacontecido. Se juró que nunca repetiría el error. Que antes se pasaría de generoso que de rata. Que más valía perder un oro a por el que se había ido, que ganar un bronce de consolación. "He salido a muerte a todos los ataques", dijo ayer orgulloso el atleta toledano. "Ya había dicho que estaba para cualquier ritmo y para cualquier tipo de carrera. Para tres minutos el kilómetro y para 3.15. Para una carrera regular y para una marcha a tirones". La carrera fue espectacular, rápida -muy rápida: el ganador terminó en 2h 8m 31s, el tiempo más corto de la historia de los maratones olímpicos y de campeonatos del mundo- y entrecortada. Siempre a tirones. Siempre con ataques, con cambios de ritmo de ésos que vacían los depósitos de energías. En uno de esos ataques, el decisivo, el que inició el marroquí Jauad Gharib en el kilómetro 31, en el último repecho fuerte, en la subida a la plaza de Stalingrado, reventó Martínez. "Llegué al final de la cuesta y vi que estaba vacío", dijo el madrileño. "Había venido para ganar, y tener que correr agotado 10 kilómetros más y sin ninguna esperanza se hace durísimo". En cambio, correr hacia el oro es la felicidad.

Julio Rey estaba muy fuerte. Tan fuerte que en el kilómetro 29, bajando de la Bastilla a la plaza de la República, una bonita cuesta, metió metacarpianos como quien no quiere la cosa y se fue solo. Se volvía y no se lo creía. "Yo no intentaba atacar", dijo. "Adónde iba a ir yo solo. Me tuve que frenar". No se frenó, claro, cuando el que atacó fue el marroquí Gharib. Se fue tras él como se había ido a por todos, pero esta vez detrás se hizo el vacío. Sólo aguantó, pero poco, el keniano Michael Rotich, un corredor peligroso que había ganado en primavera el maratón de París bajando de 2h 7m. Pero el marroquí, en su día de gloria, lo dejó clavado. Fue en uno de los muchos tirones que dio en los últimos 10 kilómetros. "El marroquí me llevó todo el tiempo a tirones", explicó Rey. "Eran tironcitos como poco convencidos, como si tuviera miedo de quedarse sin fuerzas". El keniano se quedó. Sólo aguantó Rey. Le aguantó hasta el túnel. Hasta que no quedaban más de 500 metros. Entraron juntos, pero a la luz y al clamor salió primero el marroquí. Rey ya no podía más. "Tenía los cuádriceps imposibles. Han sido muchos tirones. Quizás si no hubiera salido a todos los ataques... Quizás si hubiera economizado más... Pero tenía que ser así. Así tenía que correr el maratón. Y, además, la plata me hace feliz".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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