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Reportaje:

Cuando el juego es más fuerte

Más de 40.000 barceloneses sufren ludopatía. Pierden el control y hacen lo que sea para seguir jugando

Entre el 1% y el 2% de los habitantes de Barcelona son ludópatas. Llevados por su adicción, pueden llegar a robar a sus familias o a realizar estafas en el trabajo. Pueden mentir y engañar porque lo único que les importa es conseguir más dinero para continuar jugando.

Pilar lleva gastados 20 euros. En la cartera le quedan algunas monedas para jugar un rato más. "La esperanza es lo último que se pierde", dice justo antes de pedir un nuevo cartón. Tiene 62 años y acude casi todos los días al Bingo Intercontinental, situado en la confluencia de las calles de Sants y Riera Blanca, justo en el límite entre el barrio de Les Corts, en Barcelona, y L'Hospitalet de Llobregat. La sala está prácticamente llena, no hay ninguna mesa vacía. Pilar saluda a otros jugadores que pasan al lado de su mesa, mientras una voz acaramelada canta los números. Es consciente de que es muy difícil que saque bingo. Es consciente de que está tirando el dinero. "Pero jugar un poco no hace daño", se concede con una sonrisa.

"Te entra una gran desesperación. Lo único que te interesa es seguir jugando"
La Unidad de Juego Patológico de Bellvitge atiende cada año 450 nuevos casos

El problema es que a veces, lo de un poco es muy difícil de mantener. José María, de 46 años, es jugador compulsivo: su vida cambió para siempre hace cuatro años. Nunca había prestado atención a las máquinas tragaperras, pero una noche intuyó que la suerte estaba de su lado. Decidió jugar algunas monedas con el cambio que le había sobrado de pagar un café, y se llevó el premio.

Ese premio fue una trampa para él. A partir de ese momento cayó en una espiral incontrolable. En poco tiempo subió la cantidad y la frecuencia de las apuestas, y comenzó a perder mucho dinero. "Me pasé de la raya y me convertí en un jugador solitario. Lo único que me interesaba era la máquina. Perdí el control y mi escala de valores se derrumbó", asegura. José María dejó de apostar hace un año. Había tocado fondo: el juego le llenó de deudas, le hizo perder el trabajo y romper con su familia. "Cuando juegas y tienes pasta, eres el hombre más feliz del mundo. Pero el juego es muy jodido siempre", aclara mientras enciende el segundo cigarro en pocos minutos. Ahora intenta recomponer su vida y acude regularmente a las terapias de la asociación Jugadores Anónimos de Cataluña.

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El suyo no es un caso aislado. Entre el 1,6% y el 2% de la población de Barcelona son jugadores compulsivos, según cifras de la Unidad de Juego Patológico del hospital de Bellvitge. "Es un número muy alto, pero coincide con la tasa que se da en los países que tienen máquinas en bares y gran cantidad de salones recreativos. A mayor oferta de juego, más cantidad de jugadores patológicos", explica la doctora Susana Jiménez, coordinadora de la unidad. A ella llegan 450 casos nuevos cada año, pero casi la mitad abandona rápidamente el tratamiento. Entre los que lo siguen, el 80% se recupera de su adicción.

Esta unidad de carácter público -única en Cataluña- fue fundada en 1996 por el Gobierno de la Generalitat, que paga el sueldo de los tres funcionarios: dos psicólogos y la coordinadora. Pero al mismo tiempo, el Ejecutivo autónomo administra cinco juegos de azar e ingresa fuertes sumas de dinero por los impuestos que gravan el juego.

Caminar por cualquier calle de Barcelona es una constante tentación para un ludópata. Ir a tomar un café o una cerveza a un bar supone encontrarse con una o dos máquinas tragaperras, y eso puede ser irresistible. "Cuando estás delante de una máquina no quieres que nadie te hable, y te pones frenético si al encargado del bar se le acaban las monedas", cuenta Raquel, de 43 años, que logró abstenerse de jugar durante los últimos tres años, pero tuvo una recaída hace pocos meses.

Como Raquel, muchas mujeres juegan. Basta acercarse una mañana a los bares que hay alrededor de cualquier mercado de Barcelona: antes de hacer la compra, algunas mujeres pasan a "echar unas monedas". Juan, de 55 años, presidente de Jugadores Anónimos de Cataluña y en abstinencia de juego desde 1995, afirma: "Algunas se prostituyen para jugar y luego volver con la compra hecha; señoras casadas, amas de casa".

Los ludópatas hacen lo que sea por el juego. José María, por ejemplo, vendió su coche "por cuatro duros", pidió un préstamo que nunca pudo pagar y llegó a gastarse el sueldo entero en tres días. "Te entra una desesperación total. Lo único que te interesa es seguir jugando, por lo menos para recuperar el dinero perdido".

Las mentiras están a la orden del día. "Shakespeare no es nadie a nuestro lado", bromea Juan. Enciende un cigarro y agrega: "Tú mismo te crees lo que inventas". Su voz retumba en la pequeña oficina de Jugadores Anónimos, ubicada junto a la sala donde se reúnen los miembros (cerca de 60 en la actualidad). Juan cuenta alguna de tantas mentiras que le dijo a su mujer: "Un día salí del bingo después de las cuatro de la madrugada. Se me ocurrió vendarme la cara y le conté a mi esposa que me había caído, que me había despertado en la comisaría y no me acordaba de nada". Pasaba muy pocas horas en casa: llegaba muy tarde y se levantaba muy temprano, a la hora de apertura de los bares, para volver a jugar.

Está claro que la familia siempre se ve afectada por la enfermedad del jugador. Pedro, que es alcohólico y también miembro de Jugadores Anónimos, admite con nerviosismo: "Una vez me esperaban para Reyes. Tenía que llevar los regalos para mis sobrinos, pero llegué a las cuatro de la madrugada y sin una moneda. Me había convertido en una persona agresiva y malhumorada".

Los jugadores compulsivos que se han alejado del juego sueñan con que desaparezcan las máquinas. "A lo mejor no lo veo, pero sé que en algún momento se sacarán las tragaperras de los bares. Estoy convencido", dice Juan. Mientras tanto, en el bingo no paran de jugar. "Hace una vida que no gano", se queja Pilar. Muchos pierden, y unos pocos festejan. Muy pocos.

Tres perfiles

Cada ludópata es un mundo. Por eso mismo, los estudios sobre ludopatía diferencian tres subgrupos. Uno está formado por personalidades adictivas, asociadas al consumo de tóxicos. De hecho, la mayoría de los jugadores fuma y un gran número abusa del alcohol.

Otro grupo está integrado por personas ansiosas o depresivas, que utilizan el juego para escapar de estados emocionales negativos. Tal es el caso de Raquel: "Me acostaba en la cama y no quería saber nada del mundo. Estaba arruinada totalmente, en mi peor momento. No comía, no me bañaba casi nunca, ni me peinaba. No hacía las tareas de la casa. Me sentía inútil. No quería vivir", explica en voz muy baja.

Un tercer grupo lo forman jugadores compulsivos que entran en contacto con el juego en forma casual. "En estos casos no se observan trastornos asociados. Hay conciencia de la enfermedad y la recuperación puede ser rápida", explica la doctora Susana Jiménez, de la Unidad de Juego Patológico de Bellvitge.

Estén en el grupo que estén,muchos jugadores recurren al robo para obtener efectivo, "pero por lo general no usan la violencia", aclara Juan. En los últimos meses han sido encarcelados dos integrantes de Jugadores Anónimos de Cataluña: a uno lo procesaron por robar a mujeres en los cajeros automáticos y a otro por sacar 30.000 euros de una cuenta de la entidad bancaria en la que trabajaba.

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