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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Llega la grandeza a Salzburgo con 'La clemenza di Tito'

Grandes ovaciones y algún abucheo minoritario para el equipo técnico de la ópera de Mozart.

Volvió la pasión, volvió el riesgo con sentido, se asentó la calidad musical. Nikolaus Harnoncourt y Martin Kusej han logrado con La clemenza di Tito un espectáculo imponente en el Festival de Salzburgo. Sencillamente, por la conjunción de un reparto vocal de campanillas, un director teatral capaz de convertir una historieta de romanos en una reflexión profunda sobre la condición humana y un director musical analítico y sutil que desentrañó desde el sonido los ecos de la tragedia.

Con La clemenza di Tito Salzburgo recupera el pulso en el terreno operístico. Peter Ruzicka, al fin, acierta después de un primer año de tanteos y un segundo de bandazos. Y, precisamente, lo hace con La clemenza mozartiana, el primer título emblemático de la era Mortier, con la producción de los Herrmann, procedente de La Monnaire de Bruselas, que supuso la ruptura con Riccardo Muti. Lo escandaloso entonces ahora ha entrado ya a formar parte de los clásicos. Hoy ya casi nadie se sorprende de nada. ¿O todavía sí?

Jens Kilian ha creado una escenografía apabullante: un inmueble de pisos en construcción a cuatro niveles de altura, con un resto de la civilización romana en primer plano. Por sus rincones -lavabos, escaleras, columnas desnudas de hormigón- el director de escena Martin Kusej, excelente director de actores, hace que los cantantes-actores vivan, intriguen, sufran, duden o reflexionen sobre la piedad, la fidelidad, la traición, el deseo y la tolerancia. Hay una enorme fuerza teatral en el desarrollo de todas las acciones, y también una potencia plástica inquietante para acompañar la complejidad de las relaciones personales o los movimientos corales.

Hay en el planteamiento escénico intensidad y misterio a partes iguales. La violencia se integra con cierta naturalidad. Se busca un efecto de universalidad desplazando la ambientación a los tiempos actuales, con una permanente dialéctica entre el amor y el poder, pero todo ello con imágenes de nuestros días, desde el estilo terrorista en el incendio del capitolio-inmueble, hasta la visita de turistas a lo que queda de la historia. Los numerosos espacios de la estructura escénica son ocupados al final por un coro uniformado de gris. En varios de esos espacios hay solamente una pareja y una mesa. Unos niños se incorporan creando una sensación de imágenes como mínimo inquietantes. ¿Una esperanza de futuro o un factor de incertidumbre más?

El cada vez más celibidachiano Nikolaus Harnoncourt se recrea en los tiempos lentos para explicar desde el color y el fraseo musical los pormenores de una partitura nada trivial. Saca un sonido sosegado de la Filarmónica de Viena, utiliza los contrastes dinámicos con menos énfasis que en otras ocasiones y mantiene en todo momento un rigor espeluznante.

Los cantantes responden al reto musical y teatral con unas prestaciones soberbias. Todos, sin excepción. En primer lugar ese animal operístico de pura cepa que es Vesselina Kasarova, en el personaje de Sesto, pero también se mantienen a gran altura Dorothea Röschmann, una Vitellia llena de fuego y deseo; Barbara Bonney, una Servilia de filigrana; Elina Garanca, Annio de impoluta elegancia en la línea musical; Luca Pisaroni, un bajo barítono de referencia para el personaje de Publio, o Michael Schade, un tenor capaz de sacar a la luz por medio de la voz los conflictos existenciales y morales del emperador Tito Vespasiano.

La pasión -en las grandes ovaciones o en los minoritarios pero encendidos abucheos para el equipo escénico- contagió también a la sala. Era como retroceder unos años, pero dando un paso adelante. Martin Kusej se ocupará de la dirección teatral del Festival de Salzburgo a partir de 2005. Sería una lástima que disminuyese por esta razón la frecuencia de sus montajes teatrales. Con La clemenza di Tito ha demostrado que es un director de escena imprescindible aquí y ahora.

Un momento de la representación de <i>La clemenza di Tito</i>, en Salzburgo.
Un momento de la representación de La clemenza di Tito, en Salzburgo.H. MICHEL

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