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Reportaje:CICLISMO | Grandes duelos del Tour (3)

Del odio a la amistad

Anquetil y Poulidor encendieron el 12 de julio de 1964 las cuestas del Puy de Dôme

Más vale decirlo enseguida: siendo adolescentes, estábamos apasionadamente a favor de Jacques Anquetil. Minoritarios en medio de millones de partidarios de Raymond Poulidor, sabíamos que nuestra elección era compartida por los ciclistas de verdad, como Bernard, antiguo corredor aficionado: "Todavía sé diferenciar entre un galgo y un caballo percherón". Afortunadamente, a las jovencitas picantes también les atraía el corredor rubio, de tez blanca y cuya vida sentimental tenía un perfume a azufre: ¿acaso no sedujo a la mujer de su médico y a algunas bailarinas de la ópera de Argel durante su mili? Nuestras madres, claro, preferían a su adversario, un buen chico: "No es Marlon Brando, ¡pero no es eso lo único que cuenta!". También estábamos seguros de que el general De Gaulle, que conocía el precio de la gloria y de la soledad, prefería a Anquetil. En definitiva, la Francia de aquella época vivía una verdadera disputa. Así que nos citamos con Poulidor para hablar de ello.

A las jovencitas picantes les atraía el corredor rubio de vida sentimental perfumada de azufre
Dos soledades: Anquetil desconfía de los aduladores; Poulidor no comprende la popularidad
Vísperas del puerto de Envalira: Jacques se atraca de cordero y compite a beber sangría

Ahí estaba Raymond, como siempre, con sus 68 primaveras, su tupido pelo cano sobre un rostro noble esculpido al cincel, con los ojos fruncidos, burlones, como si todavía se riese por la jugarreta que le había hecho a una vida que le prometía pocas cosas buenas, a él, al hijo de un campesino pobre de la Creuse. Sentado tras una mesa, dedicaba a unas cuantas personas la foto en la que se le ve precisamente subiendo el Puy de Dôme y con su hombro tocando el de Anquetil. Como si fuese el depositario de una gloria compartida con un antiguo adversario.

Anquetil-Poulidor es primero la historia de una gran admiración; luego, de una enemistad cercana al odio, y finalmente, de una amistad. Uno piensa en Léo Ferré: "Simplemente, la historia de un hombre, de una melancolía".

Todo empieza el 27 de septiembre de 1953. Los espectadores que se agolpan a lo largo del circuito del Gran Premio de las Naciones descubren a un joven ciclista de 19 años, no profesional, que gana y pulveriza la plusmarca. "Lo recuerdo muy bien", cuenta Pierre Chany; "le miraba sin llegar a creerlo. Estaba desconcertado porque Anquetil no tenía buen aspecto. Era delgado, pálido, con unas venillas color violeta bajo los ojos y las sienes. Francamente, al verle así, no podía adivinar que era un prodigio". Entre los engañados está Poulidor. A sus 17 años, aún no ha abandonado la granja de sus padres. Ha visto las fotos de Anquetil en Miroir Sprint: "¡Un chaval! Habría dicho que era un crío de 15 años, con su maillot de seda. ¡Ni siquiera tenía músculos!".

Anquetil va a ocupar progresivamente el lugar de Louison Bobet en la cima internacional. Bobet, que recordará durante mucho tiempo su primer encuentro con el niño, a la llegada del Gran Premio de las Naciones, donde había animado la espera. "Hola y enhorabuena; encantando de conocerte", dice Bobet. "¡Si ya nos conocemos! Os ganamos el domingo", responde Anquetil, impertérrito, aludiendo a una prueba en pista en la que Claude Le Ber y él vencieron al dúo Bobet-Geminiani.

Aunque ambos se respetan, sus relaciones son tensas. Bobet, el bretón, mantequilla salada como le apoda Anquetil, considera poco conforme a la ética la vida disoluta de Camembert, el nombre que le ha dado a Anquetil. Éste no sólo choca al ex campeón del mundo. ¿Quién no se ha quedado pasmado ante los platos de marisco y las jarras de vino blanco que se traga el joven prodigio incluso antes de una carrera?

Aunque ha batido el récord de la hora y vencido en algunas pruebas en línea, Anquetil firmará sus mayores gestas en el Tour. Lo gana ya en 1957, en su primera participación. La selección francesa se lleva un montón de victorias de etapa y Anquetil, a sus 23 años, se convierte en un verdadero capitán. "Nunca le vimos abroncar a un compañero", dice Jean Stablinski, que corrió con él durante 11 años; "nunca se le subió la fama a la cabeza".

Poulidor entra en escena en 1961. Él también lo hace por la puerta grande. ¿Acaso no gana la Milán-San Remo y el Campeonato de Francia desmintiendo a aquéllos que se burlan de su palmarés? Su director le disuade de correr el Tour, ganado con facilidad por Anquetil. Silbado por lo mucho que ha dominado la carrera, el normando lo percibe con una sincera amargura: "¿Por qué me silban a mí y no a mis rivales, que no han corrido lo suficiente?".

Nuevos silbidos para Anquetil en 1962, cuando ingresa, tras Bobet y el belga Thys, en el club de los triples vencedores. Poulidor ya está presente. Tiene 26 años, mala suerte y una mano escayolada. La guerra empieza. Todos están de acuerdo en que la inicia Anquetil, que no soporta la creciente popularidad de su adversario. Entre el rubio y el moreno, el antipático y el simpático, el que corre para una marca estadounidense y el que ha permanecido fiel a una francesa, el que tiene suerte y el que no, todo vale para exacerbar las diferencias. Por la la causa, incluso se pretende hacer pasar a Anquetil por "el hijo de un rico" cuando en su hogar las habas estaban contabas.

No fue el único punto en común entre ellos. No se comprendería en absoluto la historia entre ambos sin saber que sufrían el mismo tipo de soledad. La soledad de un Anquetil que conoce la gloria a los 19 años y que ya no puede salir a la calle sin ser reconocido. Esta persona extremadamente tímida, introvertida, desconfía de la horda de aduladores. Su círculo de amigos, muy cerrado, lo abre con cautela. Sin embargo, le habría gustado mucho que le quisieran. Pero no sabía cómo lograrlo. "Yo, por mi parte, no era muy atrevido", cuenta Poulidor. Sufría la soledad del campesino un tanto cerril que no comprende la popularidad.

Llega el Tour de 1964. Los dos nunca han estado tan fuertes. Poulidor ha ganado la Vuelta a España. Anquetil, el Giro. En Italia no olvida a su rival, para desgracia de un honrado corredor italiano cuyo único defecto es llamarse... Polidori y que no logra entrar en ninguna escapada sin ser controlado por los compañeros de Anquetil. El Tour empieza a todo tren. Anquetil y Poulidor marcan la pauta. Durante la jornada de descanso, en Andorra, Anquetil, bien situado para ganar en París, sorprende nuevamente a su círculo al participar en una gigantesca comilona a base de cordero asado y realizar un concurso de bebida, de sangría, con Geminiani. Al día siguiente se queda atrás en el puerto de Envalira, se plantea abandonar y debe su salvación a un descenso vertiginoso, en plena niebla, ayudado, es cierto, por las luces de los coches de asistencia y de los periodistas. Poulidor es víctima otra vez de la mala suerte: pincha y se cae. Pero se toma el desquite en los puertos y llega a Luchon en cabeza.

Antes de la etapa entre Brive y Clermont-Ferrand, con final en el alto del Puy de Dôme, Anquetil aventaja por 56 segundos a Poulidor. Ya se ha dicho todo sobre ese mano a mano del 12 de julio de 1964 en el que corren separados siempre por unos centímetros hasta que Poulidor se despega metro a metro y llegue a la cumbre 42 segundos antes que Anquetil, que conserva el maillot amarillo por 14. Todo, salvo esta reflexión de Poulidor 39 años después: "Aquel día estuvimos mal los dos". Anquetil ganó en París por 55 segundos su quinto y último Tour.

El hacha de guerra está lejos de ser enterrada. Ambos se lanzarán todavía algunas pullas. En especial, durante la París-Niza de 1966, ganada por Anquetil. "Compruebo que Jacques sigue dominando. No niego sus cualidades ni su superioridad en muchas disciplinas, pero sus compañeros han demostrado falta de corrección en la carretera", lanza Raymond. "Poulidor es un quejica. Estas declaraciones no son dignas de un campeón. Me costará mucho perdonárselas", responde Jacques.

El 31 de diciembre de 1969 abandona Anquetil el ciclismo. Poulidor corre hasta diciembre de 1977, una de las trayectorias más largas. ¿Acaso no corrió con Fausto Coppi, Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault?

Poulidor parece hoy reconocer la superioridad de Anquetil: "Me dejé llevar un poco. Nunca superé ciertos límites. Si hubiese ganado dos o tres Tours..." Basta echar un vistazo a las fotos en el Puy de Dôme para comprenderlo todo: Poulidor parece cansado, pero dentro de unos límites soportables, mientras Anquetil está destrozado.

"A Jacques había que conocerlo. Tenía un corazón fabuloso", insiste Poulidor. No sólo se reconciliaron, sino que se convirtieron en verdaderos amigos. "Raymond y yo hemos perdido 15 años de amistad", dijo Jacques. Raymond empieza a comprender la temible, incluso mórbida, complejidad de Jacques. Su gusto permanente por el desafío y su voluntad inquebrantable de quemar la vida por los dos lados. Días después de ser operado de un cáncer de estómago, Anquetil dio una vuelta en bicicleta: "Hay que batirse, no dejarse abatir. Uno no puede molestar con algo así a la gente que le rodea". Luego, la última llamada a Poulidor poco antes de morir, el 18 de noviembre de 1987: "En el Puy de Dôme me hiciste sufrir. Ahora vivo un Puy de Dôme cada hora".

© Le Monde-EL PAÍS

Jacques Anquetil y Raymond Poulidor (con gorra), durante su mítica ascensión de 1964, codo con codo, al Puy de Dôme.
Jacques Anquetil y Raymond Poulidor (con gorra), durante su mítica ascensión de 1964, codo con codo, al Puy de Dôme.

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