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Cansados del 'establishment'

Francesc de Carreras

Aunque todo influye, Joan Laporta no ganó las elecciones a la presidencia del Barça ni por ser joven ni por querer fichar a Beckham. Creo que las ganó porque era la única alternativa creíble e ilusionante tras los penosos últimos años de Núñez y de su epígono Gaspart.

La credibilidad de Laporta tenía dos orígenes complementarios. Primero, sus adversarios -a excepción de Majó- se han mostrado ante los socios barcelonistas como continuadores, más o menos disimulados, del establishment tradicional del club. Segundo, él y su grupo han aparecido como todo lo contrario: los posibles protagonistas del cambio. Y este cambio era creíble porque Laporta tenía una historia detrás.

En efecto, Laporta era la cara visible de la única oposición seria que tuvo Núñez: el grupo que adoptó el curioso nombre de Elefant Blau, el cerebro del cual fue el muy inteligente Armand Carabén, siempre en la sombra, que ya fraguó, 30 años antes, la candidatura de Agustí Montal. Desde Elefant Blau, Laporta plantó cara a Núñez, le interpuso una moción de censura y no quiso participar en la junta directiva de Gaspart, no quiso entrar en el establishment barcelonista. Estos gestos le han dado la credibilidad necesaria para merecer el respeto de un socio cansado y harto. En estas recientes elecciones, además, Laporta ha tenido dos grandes aciertos: formar un equipo de personas de su confianza no contaminadas por el nuñismo y hacer una campaña electoral (¡felicidades Xavier Roig!) impecable.

Con estos mimbres de credibilidad histórica y coherencia por el cambio, Laporta ha ganado de calle al gran favorito Lluís Bassat, persona decente y valiosa -lo cual es mucho en este mundo del fútbol- que ha cometido el gran error de ser demasiado confiado y prudente, de no arriesgar nada y quererlo tener todo bien amarrado, de aparecer como el continuador pensando en el voto de un socio conformista y no en el de un socio irritado, de dirigirse sólo al barcelonista de tribuna y no al conjunto de los 100.000 potenciales votantes. El triunfo de Laporta se ha basado, en buena parte, en saber atraer a las urnas a personas desencantadas, tradicionalmente abstencionistas, que han visto en esta ocasión la posibilidad de un verdadero cambio: por ello nunca la participación había sido tan alta.

De forma bastante lamentable, las elecciones han sido aprovechadas por ciertos políticos para llevar, indebidamente, las aguas a su molino. La descarada aparición de Mas y los suyos en la oficina electoral de Laporta, tras conocerse los resultados, es una muestra de oportunismo de muy baja categoría. Políticos del PSC y de ERC también han querido establecer extrañas similitudes entre Laporta y sus respectivas opciones.

Pero el mismo Laporta ha dado ocasión, con sus palabras, a que su candidatura se utilizara políticamente al decir en su primer discurso tras el triunfo electoral que el Barça no debía "hacer política, pero sí hacer país". Lo de "hacer país" resulta, en abstracto, bastante incomprensible, pero la experiencia nos enseña que cuando alguna personalidad ha formulado este deseo ha acabado formando un partido y siendo presidente de la Generalitat. Algunos consideramos acertado mantener durante el franquismo que el Barça era más que un club. Todo valía -incluso politizar al Barça- para luchar contra la dictadura. Politizarlo ahora sería, en cambio, un grave error: a Laporta se le puede perdonar el farol de Beckham, no se le perdonaría que su candidatura ocultase intereses políticos partidistas a una masa de socios eminentemente plural.

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No obstante, como decía Ramoneda en estas páginas, las elecciones barcelonistas, junto a las pasadas municipales, deberían hacer reflexionar, salvando todas las distancias, a los partidos catalanes que van a competir pronto por el gobierno de la Generalitat. Si el voto a favor de Laporta es considerado como un voto por el cambio y a favor del establishment, ciertamente Artur Mas no puede aprovecharse de ello: por definición, representa la continuidad de un sistema que dura hace 23 años a menos que nos dé la sorpresa de mantener lo contrario. El caso de Maragall es más complejo: lógicamente debería representar el cambio que muchos desean pero, desde las pasadas elecciones que a punto estuvo de ganar, hace ímprobos esfuerzos para convencernos de lo contrario, de querer aparecer como el continuador natural de Pujol, de querer un cierto cambio "para que nada cambie", como el héroe de Lampedusa. En el fondo, está actuando de forma muy parecida a Bassat, cometiendo parecidos errores. Ésta es, por lo menos, la desilusionante percepción que tenemos muchos.

Sólo un ejemplo de anteayer mismo. El Departamento de Enseñanza de la Generalitat puso, en las pruebas de selectividad para los alumnos de toda Cataluña, un comentario de texto extraído de un libro de Rubert de Ventós en el que defiende la independencia de Cataluña y un fragmento de una novela de Manuel Rivas en el que se ponen a un mismo nivel Milosevic, el presidente de Corea del Norte, Sadam Husein, Fujimori y Fraga Iribarne.

Es evidente que no se trata de textos neutrales, lo cual es perfectamente legítimo por parte de sus autores, un excelente filósofo y un gran escritor. Ahora bien, lo ilegítimo, por partidista y sectario, es plantearlos en una prueba oficial y pública. Sólo pensemos en el supuesto que en otras comunidades autónomas se propusiera comentar un texto contra la autonomía de Cataluña o se comparara a Pujol con los personajes antes citados. El escándalo en nuestros medios políticos y de comunicación sería mayúsculo.

¿No tendría que decir alguna cosa al respecto el que se autodenomina jefe de la oposición en Cataluña? Hasta el momento, ni palabra. Para algunos, cansados como estamos del establishment, el gran cambio en Cataluña pasa, quizás antes que nada, por acabar con el sectarismo del Gobierno de la Generalitat, por restablecer unas reglas del juego neutrales. Pero, ante ello, Maragall, o bien está conforme o bien está missing, no se entera, se esconde, no arriesga. Como Bassat.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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