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El Vaticano y los nacionalismos

Es precisamente ahora, más que en sus primeros tiempos, cuando a Juan Pablo II le sienta mejor el adjetivo de valiente al proclamar sin ambages la primacía de ciertos valores humanos, como los del diálogo y la paz, enfrentándose a los intereses geopolíticos del imperialismo económico de Estados Unidos.

Por eso no se comprende por qué no entró a fondo en el tema de los nacionalismos hoy vigentes en España, en lugar de mencionar sólo los "exacerbados", que no se sabe bien cuáles son. El papa Wojtila conoce a fondo los problemas de los nacionalismos, en torno a los cuales ha elaborado una doctrina precisa y bien fundamentada. A Wojtila, la claridad de ideas sobre este tema le viene de nacimiento. Como buen polaco, ha debido estudiar la naturaleza y la razón de ser de los pueblos que, teniendo una identidad colectiva bien definida, han sido o son víctimas de la dominación o de la presión que otro pueblo ejerce sobre ellos. Polonia ha sido una nación condenada a muerte por sus países vecinos (Alemania y Rusia), pero ha sobrevivido como nación y ha salvado su identidad colectiva. "Ha preservado su soberanía nacional", dice el Papa, "y no porque haya utilizado el recurso de la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su cultura, una cultura que ha tenido un poder superior a todas las fuerzas contrarias".

El Vaticano se ha expresado a favor del nacionalismo, pero no ha habido referencia a él en la visita del Papa

A la vista de las diversas intervenciones del pontífice de la Iglesia católica ante las instancias internacionales (Unesco y ONU), se puede concluir que uno de los ejes básicos de la doctrina sociopolítica del Vaticano es la afirmación rotunda de la legitimidad del nacionalismo, con o sin Estado propio, como expresión de amor a la propia nación y como factor cohesionador de la comunidad humana donde uno ha nacido.

Ni una sola mención a esta doctrina se dio en el reciente viaje de Juan Pablo II a Madrid. ¿Habrá alguien que lo haya impedido? Pero hay todavía más. De acuerdo con la doctrina divulgada en estos últimos años, los pueblos dotados de conciencia nacional, como Euskadi y Cataluña, poseen una soberanía fundamental y tienen derecho a sobrevivir, aunque no dispongan de un Estado que la sustente. El pensamiento sociopolítico actual de la Iglesia establece el concepto de soberanía cultural, que equipara a soberanía nacional, soberanía que es distinta de la soberanía estatal. En consecuencia, el hecho de que una nación defienda su soberanía cultural y, juntamente con ella, aquella estructura política que es capaz de salvaguardarla no es fruto de ningún nacionalismo ofensivo, sino que es un deber de justicia para con los ciudadanos de esa nación. El Papa va aún más lejos y estimula a dubitativos y desencantados con palabras entusiastas e inequívocas: "Os digo que, con todos los medios de que dispongáis, veléis por esta soberanía fundamental. Protegedla como a la niña de los ojos para el futuro de la gran familia humana. No consintáis que se convierta en víctima de los totalitarismos o de las hegemonías, en las que el hombre no cuenta sino como objeto de dominación y no como sujeto de su propia existencia humana". Éste es precisamente el pensamiento que preside el contenido del célebre documento de los obispos catalanes -Arrels cristianes de Catalunya-, dado a conocer a principios de 1987, actualmente en plena vigencia y del que podría aparecer una versión que tenga en cuenta los últimos episodios de la inmigración.

El Gobierno español, alentado desde diversos baluartes conservadores y deseoso de granjearse el apoyo del brazo protector de la máxima jerarquía cató-

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lica, llevó al Papa a Madrid y lo hizo objeto de los vítores de las masas, pero no se ha interesado nunca por inspirarse en la doctrina sociopolítica sobre el nacionalismo, que Juan Pablo II ha actualizado. La ignorancia del Partido Popular sobre este tema causa escalofríos y provoca iras entre los nacionalistas más moderados. Para el PP los nacionalismos son todos malos o al menos sospechosos, excepto el nacionalismo español. El PP y Convergència i Unió se han fumado juntos algunas pipas de la paz, por pura conveniencia mutua, pero ¿quién, desde el Partido Popular, se ha manifestado abierto a la articulación de los nacionalismos en la estructura -la vigente u otra por inventar- del Estado?

Tampoco los obispos españoles, exceptuados los catalanes y vascos, se atreven a aplicar la doctrina social pontificia sobre este asunto. Si la inhibición y la cobardía son las actitudes que adoptan las autoridades eclesiásticas, ¿qué han de pensar los ciudadanos católicos? A estos ciudadanos les falta hoy una orientación y unos puntos de referencia doctrinales que servirían para aclarar ideas y disponer los ánimos para adoptar posturas más objetivas y dialogantes. Pienso que se debe hacer un esfuerzo general para afrontar los procesos de afirmación nacional sin caer en la frivolidad o en la descalificación sistemática. La viabilidad sociocultural y política de los nacionalismos en España es y seguirá siendo un tema ineludible, que sólo se puede tratar con las herramientas de la sensibilidad, la comprensión y la voluntad de negociación.

Josep Maria Puigjaner es escritor y periodista.

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