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Columna
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La rebelión de los pequeños accionistas

Joaquín Estefanía

El caso más cercano ha sido el de Terra, donde un puñado de pequeños accionistas se resiste a vender sus valores a Telefónica a un precio que consideran un fraude. Uno de ellos declaraba a la salida de una asamblea de resistencia: "Prefiero quemar las acciones antes que vendérselas a Telefónica"; este accionista compró las acciones de Terra a 30 euros (hubo quien las compró a más de 150) y ahora se las intentan comprar a él a 5,25 euros.

El motivo más común del enfado de los inversores no suele ser, sin embargo, el precio de sus acciones -aunque hayan bajado tanto en los últimos tres años-, sino lo que consideran escasos sacrificios de los altos directivos de las empresas (poco solidarios con los propietarios y con el resto de los trabajadores) ante la parte baja del ciclo económico: los altísimos sueldos, inelásticos a la coyuntura, y las indemnizaciones desproporcionadas por despido. El paroxismo llegó cuando se supo que, en distintas empresas estadounidenses, la diferencia de emolumentos entre el más humilde trabajador de las mismas y su primer ejecutivo había superado ¡las 400 veces!

La rebelión de esos pequeños accionistas se ha manifestado en las juntas generales de distintas empresas, sobre todo en Gran Bretaña, EE UU y Francia. Sociedades como la farmacéutica GlaxoSmithkline (que pretendía pagar a su primer ejecutivo 28 millones de dólares en caso de despido), HSBC (unos emolumentos al primer directivo de 37,5 millones de dólares en los próximos tres años), Hollinger (los inversores enfurecieron por los 200 millones de dólares que se embolsaron los directivos en el último trienio), Shell Schröder, Barclays, Royal Bank of Scotland, Vivendi, Disney, etcétera, han visto salpicadas sus juntas generales de incidentes. A España apenas ha llegado este enfrentamiento entre propietarios y ejecutivos, aunque ha habido algunos indicios con las cantidades destinadas a la jubilación de los antiguos directivos del SCH, José María Amusátegui y Ángel Corcóstegui.

Las respuestas a este tipo de excesos en el seno de la empresa están siendo diferentes. El Gobierno británico reaccionó ante los primeros casos de quejas: Patricia Hewitt, secretaria de Comercio, acaba de hacer público un documento titulado Premio al fracaso, en el que recomienda que la remuneración de los altos ejecutivos se ligue a los resultados y que la antigüedad no compute en su indemnización por despido. Por el contrario, Jack Welch, ex presidente de General Electric (muy criticado cuando se hizo público el tamaño de su jubilación, que incluía un sustancioso salario en especie), se mostró recientemente muy crítico en Madrid con las prácticas del buen gobierno, las retribuciones de los directivos y las indemnizaciones millonarias: "Todo esto es una tontería y, como siempre, los medios de comunicación se han vuelto locos. Vivimos en el mercado libre que tiene sus fisuras, pero también muchas cosas a favor. Permite a la gente cumplir sus sueños... Intentar poner ratios es una tontería. Un directivo no puede ganar más de 40 veces lo de un obrero. ¿Por qué? Esto es el libre mercado" (Expansión, 23 de mayo de 2003).

No es ésa la opinión de Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo (según la revista Forbes, el segundo, detrás de Bill Gates), que acaba de pedir en la junta general del conglomerado que preside (Berkshire Hathaway, presente en más de cien sectores, y accionista de Coca-Cola, American Express, Gillette, The Washington Post) una alianza entre los inversores corporativos ("ya que los pequeños accionistas son un cero a la izquierda") de cada empresa para corregir los abusos de los ejecutivos, dada la inoperancia de los órganos reguladores, compañías auditoras y bancos de negocios que han permitido la multiplicación de la contabilidad creativa en la América Corporativa. Buffet ha puesto este ejemplo: "Si las Memorias [de las empresas] no se entienden es porque los directivos no quieren que se entiendan. Y si no quieren que se entiendan es que algo ocultan".

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