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Columna
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Reto

De entre las lamentaciones, justificaciones y excusas sobre los resultados electorales del pasado 25 de mayo quiero destacar dos que me parecen como el cenit del despropósito: una, de Joan Ignasi Pla, y la otra, de Pere Mayor.

El primero, en su comparecencia del sábado ante el Comité Nacional del PSPV-PSOE, al referirse a lo que entendía una discriminación poco razonable a cargo de la cúpula estatal de su partido con respecto a la agrupación valenciana declaró que no está dispuesto a tolerar ninguna otra. Hablaba Pla, sin citarlo expresamente, de que para los dirigentes españoles de su partido, apoyar la posición anti-PHN de los socialistas aragoneses era apostar claramente por mantener la presidencia de la CA de Aragón para Iglesias y ganar la Alcaldía de Zaragoza para Belloch en claro detrimento de las aspiraciones de los socialistas valencianos en su batalla por conseguir acercarse en votos al PP, y, así, abrir la posibilidad de un gobierno alternativo en el País Valenciano.

Para el segundo, todavía dirigente del BNV, no pretendiendo encontrar ninguna explicación plausible para analizar su propio e intransferible fracaso elección tras elección, le vino a la cabeza algún consejo del aprendiz de márketing que le debe haber estado asesorando en los ya legendarios 20 años de derrotas que jalonan la carrera política más sorprendente de cuantas haya dado a luz la democracia en nuestro país y declaró que el problema está en que el elector "no conoce la marca", la marca Bloc, se entiende.

Por lo que se refiere a Pla, es bastante inaudito que algo que ya sabíamos constituya para él un asunto de enfado post-electoral, pues era vox populi que la posición del PSOE ante el PHN apadrinado por el PP estaba directamente ligada a mantener el tono demagógico que acaudillaba Iglesias contra un Plan que, por otra parte, supone la mayor inversión en infraestructuras hidráulicas directamente beneficiosas para ese país de toda su historia. Que Pla había sido sacrificado por su partido al obligarle a mantener una posición contra el PHN sin reservas era algo que él sabía y que aceptó; y quien acepta, por disciplina de partido, aunque sin convicción, sacrificarse, no puede después quejarse como si le hubiesen hecho trampa. Más bien parece que aún y con el handicap creyó que ganaría; aceptó el riesgo y perdió. Su advertencia del sábado suena a levantar las cartas sin calibrar las consecuencias.

En lo tocante a la inefable capacidad de Mayor para convertir su estricta responsabilidad en una nueva cortina de humo donde enmascarar algo tan evidente como que la valenciana es la única nacionalidad del Estado donde no hay manera de que un partido nacionalista, democrático y progresista tenga representación en el parlamento autónomo, resulta patético que su organización esgrima de nuevo el sonsonete de siempre según el cual Mayor no tiene recambio y hay que plegarse al patético destino de que algún día, aunque sea por casualidad, los electores se apiaden de los canosos activistas de comarcas que mantienen el mástil sin bandera en que se ha convertido el nacionalismo valenciano y le otorguen caritativamente ese puñado de votos que les separa de la gloria.

Reducir el fiasco al grado de conocimiento de la marca es una burla.

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Alguien debería retar al mago de ese fracaso permanente, o a quien finalmente le suceda, a un sereno debate sobre lo que le ocurre ahora y aquí al nacionalismo democrático valenciano, porque esto ya no se puede aguantar.

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