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¿Por quién sonaban las cacerolas?

Con la puesta en libertad el pasado lunes de los dos últimos magrebíes residentes en Cataluña que permanecían encarcelados desde enero acusados de ser miembros de Al Qaeda, se desvanece por completo esa magna operación contra un supuesto grupo terrorista que poseía sustancias como el ántrax, que luego resultó ser sólo jabón. Operación de la que se enorgulleció José María Aznar, y a la que hizo referencia Colin Powell en su comparecencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la que dio múltiples detalles, que ahora se han confirmado como falsos, de la conexión de Irak con Al Qaeda y de la posesión de armas de destrucción masiva. Certezas por las que Estados Unidos, Reino Unido y España justificaron la guerra.

En esta guerra, más que en ninguna otra, la verdad ha sido la primera víctima. Por eso a Estados Unidos le resultaban molestos los periodistas que no controlaba e intentó amedrentarlos en plena batalla de Bagdad disparando contra el hotel Palestina y las instalaciones de Al-Jazira, para que se alejaran del frente y así seguir bombardeando contra todo lo que se moviera, fueran fedayines o ciudadanos en busca de agua, con total impunidad. Ahora, pese a no haber rastro de las armas de Sadam, nos muestran algo que ya conocíamos, su evidente brutalidad contra los chiíes que se levantaron en 1991 por indicación de Bush padre, quien luego les abandonó y permitió su masacre. Nos muestran también el vídeo de la ejecución de agentes iraníes dinamitados vivos en 1985. ¿Acaso no fue Estados Unidos el que tras la humillación de los rehenes de la Embajada en Teherán, animó y armó, también con armas químicas, a Sadam para acabar con Jomeini? La ejecución de iraníes con explosivos es un crimen, pero ¿con qué métodos de tortura y ejecución instruía la CIA por aquel entonces a los cuerpos represivos de tantos lugares del mundo? ¿De dónde salían en 1985 los asesores y los manuales de tortura y ejecución que, sin muchos reparos, aplicaban en Guatemala y El Salvador las unidades antiinsurgentes contra los indígenas y poblados sospechosos de colaborar con la guerrilla?

Cataluña y la ciudad de Barcelona, como reconoció Bush padre, se manifestaron con especial vigor contra la guerra. Manifestaciones multitudinarias, pancartas en los balcones -¿debo retirar ya la mía, desgarrada y descolorida?- y las caceroladas que se repitieron durante casi tres semanas. Cuando José Couso fue asesinado por un tanque, pocas horas después que un misil iraquí hubiera acabado con la vida de Julio Anguita Parrado, me refugié en los textos de Ernest Hemingway. Hemingway, maestro de reporteros de guerra, estuvo en España durante la Guerra Civil, donde, además de contar en sus crónicas el avance del fascismo, obtuvo el material para el maravilloso libro Por quién doblan las campanas. En dicha obra, un voluntario de las Brigadas Internacionales intentará volar un puente para frenar el avance franquista, pese a saber que la guerra probablemente está perdida. Como ha reconocido el jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, la decisión de iniciar la guerra se había tomado ya mucho antes, y la misión de los inspectores estaba perdida; por ello Bush hijo atacó antes que pudieran concluir que las armas de destrucción masiva se habían destruido 12 años atrás.

Como muchos imaginábamos, una vez iniciada la ofensiva, la victoria de Estados Unidos estaba asegurada. Quienes con la denuncia, la movilización, la pancarta o la cacerola decíamos no a la guerra, intuíamos, como el protagonista de la novela de Hemingway, que nada podría parar la ofensiva y, pese a todo, tocábamos noche tras noche las cacerolas. Unas cacerolas que sonaban en solidaridad con las víctimas, esa población iraquí y esa ciudad de Bagdad que al menos a mí me sedujo cuando la visité en enero. Sonaban también en solidaridad con los periodistas que narraban desde el hotel Palestina y tantos otros lugares la barbarie de la guerra, combatiendo la mentira, lo cual pagaron algunos con la vida, pese a no tener la vocación de héroes de los personajes de Hemingway. Pero sobre todo, pienso, sonaban contra el Gobierno de Aznar, que para salir en los libros de historia y conseguir algo de petróleo se puso en el lado bueno del que hablan Rumsfeld y Bush hijo. Y también, cómo no, las cacerolas sonaban por todos nosotros, los ciudadanos que al no sentirnos representados por el Gobierno de España y no tener esos días la posibilidad de acudir a las urnas para hablar, queríamos hacer oír nuestra voz.

Para este sábado, día de reflexión anterior a las elecciones municipales, la Plataforma Aturem la Guerra ha convocado otra cacerolada contra una guerra que no ha terminado, puesto que muchos iraquíes que no querían morir por Sadam, sí piensan luchar contra la ocupación extranjera. Una guerra que no ha terminado puesto que Bush hijo desea buscar ahora nuevos culpables en Siria o Irán. Los ciudadanos votaremos el domingo y la posición de los políticos ante la guerra influirá en las urnas. Unas urnas y unos colegios electorales en cuya cercanía la Junta Electoral ha intentado prohibir, generando una confusión que ha sido finalmente incapaz de aclarar, que hubiera alusiones a la guerra y en favor de la paz, algo que no se exigió en el referéndum de la OTAN. La última cacicada de un Gobierno que resultará rídicula. Se retirarán de las escuelas los murales que aludan a la paz. Pero puestos a llegar al absurdo, en las escuelas religiosas, ¿habrá que retirar, por ejemplo, alusiones al Pacem in Terris, que llevan allí colgadas desde tiempos de Juan XIII?

Xavier Rius-Sant es periodista.

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