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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | El horror del régimen de Sadam

Basora, sumida en la miseria y el caos tras dos décadas de guerras

La capital del sur de Irak ha sido escenario de las primeras venganzas contra miembros del régimen de Sadam Husein

Guillermo Altares

El viejo mercado de pescado de Basora está lleno de basura y la mercancía apenas puede verse a través de una nube de moscas. El hedor es insoportable. Un poco más allá, en una galería, el género tiene mejor aspecto y está cubierto de hielo. Son peces que vienen del golfo Pérsico, a 50 kilómetros de la ciudad más importante del sur de Irak, de 1,2 millones de habitantes. "Basora fue maravillosa y había de todo", dice Abú Salá, que regenta uno de los comercios. Antes los pescadores salían del puerto de la ciudad, de amplia mayoría chiíta. Ahora, a causa de la cantidad ingente de barcos hundidos durante las sucesivas guerras, está inutilizado.

La famosa pregunta que se hizo Mario Vargas Llosa para Perú tiene aquí una fácil respuesta: ¿Cuándo se jodió Basora? El 22 de septiembre de 1980, cuando empezó la guerra entre Irán e Irak. Desde entonces, todo ha sido deterioro y muerte. Tras el final del conflicto con Teherán, en 1988, llegó la guerra del Golfo y luego, en marzo de 1991, la rebelión chií y la salvaje represión de 1991, que se prolongó, con un implacable castigo económico del régimen baasista, hasta la guerra actual. Basora estuvo sitiada por las fuerzas británicas entre el 22 de marzo y el 7 de abril. El Reino Unido sigue teniendo 25.000 hombres en la zona.

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"Todo empezó durante la guerra con Irán", afirma Abú Sala, quien recuerda la ciudad de su infancia como uno de los puertos más bellos de Oriente Próximo. El hecho de que Sadam Husein pueda estar todavía vivo, sigue provocando temores entre la población. "De él no hemos visto nada bueno", agrega. "Sadam no tiene piedad", señala un vendedor de gallinas, Haider Mohamed, de 29 años.

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La guía Bradt de Irak, publicada en 2002, dice que Basora, la ciudad de Simbad el Marino, fue comparada "durante cientos de años con Venecia y Amsterdam" por su "espectacular arquitectura" y por sus canales, que ahora son una fuente maloliente de infecciones y de cólera endémico en una localidad en la que, actualmente, la mitad de sus habitantes carecen de agua potable. Su famoso paseo marítimo es una sucesión de barcos que llevan años sin moverse y el puerto industrial está cerrado. El viejo Basora se cae a pedazos y no queda una muestra de su famosa arquitectura.

Aunque menos palpable que en las ciudades santas chiítas de Nayaf o Kerbala, la influencia religiosa es evidente. En la calle no se ven mujeres sin chador. En el hospital Al Taharir, situado en un barrio pobre, donde se han dado esta semana nueve posibles casos de cólera, el doctor Abdalá Judier explica: "Después de un embargo de 13 años la situación sanitaria está muy mal". La seguridad y los salarios en este centro médico, donde se cobra a los pacientes, son proporcionados por la escuela islámica de la zona. La importancia del partido islamista Al Dawa y del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak es creciente.

La única ventaja que tienen los británicos a la hora de imponer el orden en Basora con respecto a los estadounidenses en Bagdad es que las cosas llevan mucho tiempo a la deriva. Cuando se pregunta por los cortes (o la ausencia) de luz y de agua, la respuesta habitual es: "Antes también los había". Pero la situación no es sencilla. El general de brigada Graham Grinns, comandante de las ratas del desierto en la zona, habló abiertamente la semana pasada de la posibilidad de que se produzca una rebelión si las cosas no mejoran. En el terreno político se han realizado avances -ha sido elegido un Consejo local con poderes limitados dirigido por el jeque Mzahem y un ex diplomático danés convertido al islam, Ole Woehlers Olsen, ha sido designado administrador de la ciudad por las fuerzas de ocupación-, pero su reflejo en la realidad es mínimo. Las comisarías conjuntas británico-iraquíes son un ejemplo muy claro de la lentitud de los progresos.

Frente a una de ellas, en pleno centro de la ciudad, hay unos 20 jóvenes esperando conseguir un trabajo. Han rellenado un formulario y pasan las horas muertas en la calle. En la puerta de la comisaría hay dos blindados británicos junto a dos iraquíes, vestidos de civil y armados con fusiles Kaláshnikov, que hacen guardia bajo un sol de justicia. Su acreditación como agentes de la ley es una gorra azul y una tarjeta de papel plastificada en la que puede leerse: "El poseedor de esta carta ha sido designado para servir como policía militar". Los AK-47 están descargados y no tienen percutores. "Con esto no puedo ni protegerme a mí mismo", se lamenta el agente Kadum Jawal, de 20 años.

Una mujer vende equipos electrónicos en lo que se conoce en Basora como el <i>mercado de los saqueadores,</i> debido a la procedencia de las mercancías.
Una mujer vende equipos electrónicos en lo que se conoce en Basora como el mercado de los saqueadores, debido a la procedencia de las mercancías.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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