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1.784 votos decidirán el futuro presidente Gore pide que el nuevo escrutinio en Florida se realice "con dignidad y respeto a la voluntad popular"

El candidato republicano a la Casa Blanca, George Bush, esperaba ayer a que se complete al final de la jornada de hoy el nuevo recuento de votos en el disputado Estado de Florida para proclamarse el 43º presidente de EE UU. Pero el fantasma del fraude electoral planeaba sobre ese territorio tras las denuncias de irregularidades que se fueron haciendo públicas a medida que avanzaba el escrutinio. El gobernador de Florida, Jeb Bush, hermano del candidato republicano, anunció anoche que no iba a formar parte de la comisión electoral del Estado. En lo que respecta a los comicios al Congreso, los republicanos conservan el control de la Cámara de Representantes mientras se tiende a un empate en el Senado.

De 1.784 votos de Florida, los que Bush le sacó a Gore en el primer recuento, dependía ayer el nombre de la persona que ocupará a partir de enero el cargo político más poderoso del planeta. Gore, una vez escrutados la práctica totalidad de los votos a escala nacional, le sacó a Bush una corta ventaja en ese terreno: unos 48,8 millones frente a 48,5 millones. Eso era un ligero bálsamo para el cuartel general demócrata en Nashville. Pero si finalmente Bush se hace con Florida, el republicano habrá ganado en lo importante: el número de compromisarios del Colegio Electoral, elegidos Estado por Estado, que se precisa para conquistar la Casa Blanca. A falta de saber lo ocurrido con Florida y sus 25 compromisarios y de otro Estado confuso, Oregón, y sus siete compromisarios, Gore contaba ayer con 260 votos del Colegio Electoral y Bush con 246. Ni Bush ni Gore podían alcanzar la cifra mágica de los 270 sin cosechar Florida. Y las noticias y rumores que de allí procedían eran de lo más confusos. Sobre la mesa no estaba sólo el hecho de la corta ventaja de 1.784 votos anunciada inicialmente para Bush, sino denuncias de irregularidades.

Voto por correo

Un grupo de jubilados de Palm Beach denunciaban que, a causa de una confusión en las papeletas, habían votado al ultraderechista Pat Buchanan cuando querían hacerlo por Gore. Y se calculaba que había más de 2.000 votos por correo, probablemente republicanos en su mayoría, que aún no habían sido contados. El escrutinio de esos votos por correo podría tardar diez días. Todo podría culminar en los tribunales, incluido el nombre del titular de la Casa Blanca. Gore compareció ayer en Nashville para tranquilizar a sus compatriotas y asegurarles que la crisis tendrá una solución rápida y justa. Y añadió que, pese a su ventaja en el voto popular, "el Colegio Electoral es el modo constitucional de elegir un presidente en EE UU". El vicepresidente ofreció garantías al mundo entero de que el proceso culminará "con dignidad y respeto a la voluntad popular". Clinton también intervino y señaló con sentido de la oportunidad que "a nadie debe quedarle dudas sobre la importancia de cada voto en una democracia". "El pueblo norteamericano ha hablado y ahora necesitamos un poco de tiempo para saber qué es lo que ha dicho exactamente", dijo con una sonrisa. En una primera intervención como senadora electa por Nueva York, Hillary Clinton se declaró convencida de que, tras el examen del caso de Florida, Gore sustituirá a su esposo. Desde Austin, Bush se declaró convencido de que será proclamado el 43º presidente de EE UU "en cuestión de tiempo". El segundo conteo de Florida es, según la ley de ese Estado, de oficio, dada la estrecha diferencia entre candidatos. Gore envió ayer al ex secretario de Estado, Warren Christopher, para representarle legalmente, y Bush hizo lo propio con el también ex secretario de Estado James Baker. Que el nombre del presidente dependiera de 1.784 votos sobre unos 100 millones emitidos era, en cierto modo, una noticia anunciada. Analistas y periodistas habían señalado hasta la saciedad en las últimas semanas que éstas eran las elecciones más reñidas desde las que enfrentaron a John Kennedy y Richard Nixon en 1960. Pero aquellas no tuvieron los efectos teatrales del pulso entre Bush y Gore y, al final, no fue preciso efectuar nuevos recuentos. En la mañana del día siguiente a las elecciones, Nixon aceptó haber sido derrotado por un puñado de votos. Gore no tenía ayer la menor intención de hacerlo. Históricas de verdad, estas elecciones han confirmado que EE UU está dividido en dos mitades iguales tras los éxitos y escándalos de la presidencia de Clinton. De momento, el político de Arkansas sólo ha conseguido una de las tres revanchas frente a los republicanos que planeó cuando el caso Lewinsky: que su esposa Hillary sea elegida senadora por Nueva York. Otro, que Gore le suceda, seguía ayer en el aire y el tercero parecía perdido, porque los republicanos mantenían cortas mayorías en las dos cámaras del Congreso. Ni Gore ni Bush han terminado de convencer por completo a los estadounidenses, y por eso ayer estaban como estaban. El que termine ganando lo habrá hecho por los pelos, por un puñado de votos. Gore no logró desprenderse de esa imagen fría, ambiciosa y pedante que desagrada a muchos de sus compatriotas. Rechazó la ayuda de Clinton, quiso ganar por sí mismo y no sedujo. Buscando un chivo expiatorio, el cuartel general de Gore en Nashville lo encontró de inmediato en Ralph Nader, el candidato del Partido Verde, que obtuvo un 3% del voto nacional y en Florida se llevó 96.000 valiosos sufragios progresistas. Bush, al que las televisiones proclamaron presidente para luego desdecirse, tampoco fue Ronald Reagan. Las dudas sobre su inteligencia y experiencia le impidieron rematar la faena en las urnas. Al final, el gobernador de Tejas sólo consiguió apoyos sólidos en sectores electorales y Estados tradicionalmente conservadores. La perplejidad reinaba ayer en su cuartel general en Austin. Otras noticias de los comicios reforzaban la atmósfera surrealista: Hillary Clinton era la primera primera dama en ganar unas elecciones; el fallecido gobernador demócrata Mel Carnahan conquistaba un escaño en el Senado por Missouri, que heredará su viuda; John Corzine, por el Partido Demócrata, se hacía con otro en New Jersey a base de gastarse 60 millones de dólares (casi 12.000 millones de pesetas) de su fortuna personal.

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