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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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Formación profesional... esa gran desconocida

Lejana, complicada, extraña, y en muchas ocasiones posible refugio de presuntos perdedores... así es como se ve todavía en amplios sectores de la sociedad española a nuestra formación profesional. Y, sin embargo, el perfil profesional de más del 70% de los puestos existentes en el mercado de trabajo requiere el nivel de titulación de dicha formación.

A la formación profesional hay que darle la importancia que realmente tiene, que es mucha, y para ello es imprescindible que la veamos como una apuesta estratégica, con un futuro necesariamente prometedor, y con la necesidad urgente de que pasemos de las palabras a los hechos, ya que en la medida que seamos capaces de ajustar la preparación de nuestros recursos humanos a las necesidades de nuestros sectores productivos seremos capaces de mantener y aumentar nuestra competitividad, el avance de nuestras economías y el bienestar de nuestra sociedad.

La FP en España ha tenido momentos importantes, para lo bueno y para lo malo
Necesitamos que sea más ágil, flexible y eficaz, que se adapte con realismo a los cambios

La formación profesional en España ha tenido momentos especialmente importantes, para lo bueno y para lo malo. La Ley de la Formación Profesional Industrial, aprobada en 1955, supuso la primera regulación bien estructurada de dicha formación, fijando los niveles de oficialía y de maestría. Posteriormente, la Ley General de Educación, aprobada en 1970, fue una ley de un diseño avanzadísimo, con una FP1 dirigida a los alumnos que terminaban los estudios de EGB, una FP2 dirigida a los alumnos que terminaban el bachiller y una FP3 que estaba preparada para recibir a alumnos universitarios que hubieran realizado dos o tres años de carrera, y que además establecía por primera vez las prácticas en la empresa como algo implícito en el aprendizaje de este tipo de formación. Pero el desarrollo de la misma, con la aprobación de dos decretos, uno en 1974 y otro en 1976, la destrozó, consiguiendo que dicha ley se quedara en nada, y haciendo que una formación pensada en clave de avance y progreso se convirtiera en una vía paralela al bachiller, con una FP1 que se convirtió en refugio de los que ya no tenían ninguna otra opción, que recibía alumnos con una preparación en muchos casos pésima, con altos porcentajes de abandono y de fracaso escolar; una FP2 que consiguió, con un esfuerzo impresionante por parte del profesorado, dar una respuesta razonablemente buena a lo que las empresas necesitaban, y una FP3 que ni siquiera comenzó a funcionar. Si esta ley se hubiera desarrollado de la manera adecuada, nos hubiera situado en una posición de privilegio con respecto a otros países.

En 1990 se aprueba, en lo que a la formación profesional se refiere, una de las mejores leyes que hemos tenido, la LOGSE, bien concebida, moderna, con visión de futuro, con un planteamiento nuevo que cambiaba entre otras cosas la forma de estructurar una formación que por primera vez se basaba en un concepto innovador, la competencia profesional, y con la que nos situamos entre los países europeos con una formación profesional realmente moderna. Unos ciclos formativos bien estructurados en general, quizá algunos se han quedado cortos en el tiempo de formación, y con un diseño de competencias específicas y transversales, estas últimas también llamadas clave, muy acertadas.

En junio de 2002 se aprobó la nueva Ley de las Cualificaciones y la Formación Profesional. Esta ley nace sin haber realizado ninguna evaluación de lo que se había conseguido con la LOGSE, con una amplia oposición, con una visión bastante corta para las necesidades actuales, y con una necesidad de desarrollo excesivamente grande. No obstante, se podrán conseguir unos resultados razonablemente buenos, en relación directa a la implicación y cooperación que las comunidades autónomas y los agentes sociales mantengan con el Gobierno del Estado, y para ello es absolutamente necesario el diálogo, el consenso y los acuerdos entre todos. Con la Ley de Cualificaciones y Formación Profesional eso no ocurrió. Esperemos que con el desarrollo de la misma busquemos los puntos de encuentro necesarios y podamos entre todos diseñar la formación profesional que realmente necesitamos.

Las sociedades van avanzando, nuestras empresas cada vez tienen más competencia interna y externa, la formación que se va necesitando hay que ajustarla cada vez más a los puestos de trabajo existentes, y a otros que van a ir surgiendo; la incorporación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación está produciendo cambios muy significativos en un corto espacio de tiempo, con unos datos demográficos actuales preocupantes, que nos sitúan ante un escenario complicado, ya que para el año 2010 habrá más personas que salen del mundo productivo, debido a su edad, que las que ingresan en el mismo, y con un avance hacia una sociedad del conocimiento, en donde va a ser fundamental fomentar la adquisición y el incremento de diferentes competencias profesionales, así como su actualización a través del aprendizaje permanente.

Todo ello nos obliga a establecer un planteamiento diferente ante una formación profesional que se apoya en tres vías diferentes, la inicial, la ocupacional y la continua, que no tienen ningún referente en común, y que en ocasiones generan solapamientos haciendo planteamientos muy diferentes para, en muchos casos, fines similares, con estructuras rígidas y lentas, y con unos centros de formación infrautilizados en ocasiones. Nuestras empresas han necesitado emprender procesos de cambio que les han obligado a flexibilizar sus estructuras para poder adaptarse a la cada vez más rápida evolución de sus sistemas de producción; concebir nuevos modelos de gestión y funcionamiento; investigar e innovar para mejorar sus productos o fabricar otros nuevos; invertir en equipamientos más modernos, en nuevas tecnologías, en formación, o implantar procesos avanzados de gestión de la calidad, y nuevos modelos de organización en los que se transfiere mayor responsabilidad, autonomía y capacidad de decisión a los trabajadores, bien de forma individual o en equipo. De la misma manera, la formación profesional también tiene que evolucionar, avanzando en la implantación de un nuevo modelo, más flexible y abierto, con nuevos modos de organización y gestión que faciliten un funcionamiento más ágil, en el que la formación se conciba como algo cercano, adaptada a las necesidades de las empresas y de las personas, y con una calidad contrastada que garantice su eficacia y sus resultados.

Por tanto, necesitamos una formación profesional ágil, flexible y eficaz que se adapte con realismo a los cambios que se van produciendo; con una formación inicial realmente abierta y profesionalizadora; con una formación ocupacional que se adapte con garantías de calidad y de inserción laboral a las personas desocupadas, y con una formación continua que se ajuste con eficacia a un nuevo modelo que sirva para cumplir realmente con sus objetivos prioritarios, como son la competitividad de las empresas y la empleabilidad de los trabajadores; con un diseño de centros diferente al actual; con una planificación de los mismos integral, es decir, que los centros impartan tanto la formación profesional específica como la continua y/o la ocupacional. Esto último requiere que con urgencia se dote de mayor autonomía a los centros, se estabilice al mayor número de profesores posible, de manera que todos ellos se sientan implicados en los proyectos que se establezcan; se potencie y se adecue la formación del profesorado; se invierta, y mucho, en equipamientos modernos priorizando la compra de equipos reales de producción. Y, sobre todo, se busque una mayor cercanía entre los centros de formación y las empresas, aumentando su relación y sus experiencias conjuntas, y no sólo en lo que a la formación en centros de trabajo se refiere, sino consiguiendo ser un referente claro y un apoyo real para el desarrollo de las empresas que se sitúen en su entorno y con las que cada centro tenga relación.

En el País Vasco, la formación profesional siempre ha tenido un arraigo notable, y la relación entre los centros de formación profesional y las empresas es excelente. Tras la aprobación en 1997 del Plan Vasco de Formación Profesional, hemos trabajado en base a cuatro ejes fundamentales: la calidad, la innovación, las nuevas tecnologías y la puesta en marcha de un sistema integrado de cualificaciones y formación profesional. Los seis centros con 400 puntos EFQM, o los 32 centros con certificaciones ISO 9002, o los 14 centros con los 300 puntos EFQM, conseguidas a lo largo de estos años, así como los diferentes proyectos de innovación puestos en marcha, o los nuevos modelos de gestión, o la introducción de nuevas aulas digitales interactivas, se han ido produciendo con la orientación y la ayuda de las empresas más punteras del País Vasco. Los resultados que estamos consiguiendo están siendo realmente buenos. También Galicia, Andalucía, Navarra, Cataluña, Castilla- La Mancha, Comuniad Valenciana, Baleares, Cantabria, Castilla y León y Extremadura están trabajando en sus propios planes de formación profesional. Hay que aprovechar todas estas experiencias, y conseguir que ese desconocimiento que todavía existe desaparezca, y que las empresas y la sociedad vean la formación profesional como algo cercano e importante, con el prestigio que realmente se merece, que es mucho, y que de esa manera llegue a ser uno de los soportes importantes del aprendizaje permanente, para que podamos conseguir cambiar las formas de impartir la formación, lograr los niveles de cualificación y formación más altos, y acercar dicho aprendizaje a las personas de una manera más sencilla y cómoda, de forma que puedan combinar trabajo, familia, ocio y aprendizaje.

Confianza, implicación, mejora continua y cooperación son las expresiones imprescindibles para poder llevar adelante unos cambios no sólo necesarios, sino urgentes.

Jorge Arévalo es viceconsejero de Formación Profesional y Aprendizaje Permanente de la Consejería de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno vasco.

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