_
_
_
_
_
Tribuna:GUERRA EN IRAK | Opinión sobre el ataque
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los paraguas europeos

El autor opina que en el tránsito de un siglo a otro parece

En las calles de Estrasburgo se encuentran muchos vendedores ambulantes de unos paraguas que, al abrirlos, despliegan esplendorosas banderas europeas. Son artilugios baratos, pero llenos de simbolismo. Algunos fabricantes, en un exceso de celo por la causa unionista, aumentaron hasta quince las estrellas que en armonioso círculo amarillo estampaban sobre el fondo azul, sin conocer que su número de doce no representaba la cantidad de países integrantes en el momento dado, sino una alegoría a la perfección. También en Bruselas los venden, en una calle de trazado irregular y de incómoda pendiente, en una tienda oficial de productos con los colores y los logotipos que representan a la Unión. Unos y otros sirven para lo más obvio: proteger de la lluvia. La lluvia fecunda que alimenta la vida.

¿Hay mejor demostración que los acontecimientos actuales de que para nosotros Europa es la solución?
Más información
El dilema del prisionero
1.500 personas forman una cadena contra la guerra en Vinaròs
Zaplana acusa a la oposición de buscar el "mayor rendimiento posible" de la crisis
LAS TORRES DE SERRANOS SE 'VISTEN' CONTRA LA GUERRA.

Pero no es de este benéfico fenómeno atmosférico -que, a lo más, en primavera reduce su incomodidad a la descarga de un imprevisto chaparrón- de lo que toca ahora a muchos protegerse. Se trata de otra lluvia muy distinta, cruel, sangrienta y vengativa: de bombas y misiles. Ante este peligro -ya desgracia para muchos- urge que se busque protección si no para hoy, que ya es tarde, para mañana, donde está escrito el futuro de la humanidad, de todos los países próximos o lejanos.

El aislamiento español en Europa ha sido patético y crónico desde hace varios siglos, con pequeños paréntesis donde el europeismo se ha colado por las rendijas de las puertas, carcomidas por la cerrazón ortodoxa, mal encajadas. Con la entrada de España en la Unión Europea -en aquel momento se llamaba Comunidad Europea- se inició un periodo lleno de vitalismo y esperanza. A los que viajábamos bastante por otros países del Continente nos producía un orgullo repleto de íntimas convicciones los comentarios elogiosos que se hacían entonces del dinamismo de nuestro país, de nuestra voluntad colectiva, conocida más allá de cualquier frontera física, de ser activistas en el "enraizamiento" del europeismo. Fuimos herederos de la visión orteguiana de esta sociedad para la que España era el problema, Europa la solución. Un sentimiento que tuvo también mucho que ver, tiempo atrás, con la formación y maduración de la extraordinaria generación que alumbró la Segunda República: pléyade de sabios, literatos, artistas o médicos de ideales y espíritus grandes, que atropelló aquel insufrible rencor cainita alimentado por la ignorancia.

Parece que se está cerrando, con el tránsito de un siglo a otro, un periodo optimista de la historia de este país, que nos arrebatan la visión alegre del mañana. Es como si el camino, a base de dar vueltas sin sentido, se reorientase hacia el pasado, en estos días amargos de guerra, con niños mutilados por misiles teledirigidos con instrumentos de alta sofisticación, con mujeres y hombres hambrientos y descalzos con las manos levantadas ante fusiles de sublime precisión que les apuntan a menos de un palmo de sus cabezas. A las imágenes angustiosas, donde los pobres mueren y los mercenarios de los ricos disparan, se superponen otras como la del presidente del gobierno español amenazando, insultando. De su apoyo depende la destrucción de aldeas, polvorientas y míseras, y el aniquilamiento de jóvenes harapientos, obligados a empuñar las armas por el tirano Sadam que un día fue un sátrapa de los que hoy han decretado su fin. El jefe del gobierno de España parece tener los mismos objetivos de la dictadura franquista: palo a los débiles de dentro, sumisión nauseabunda ante los poderosos norteamericanos. ¡Qué panorama más espantoso! Veinticinco años de libertad, veinticinco días de ridículo. ¡Que acabe la pesadilla! ¡Que se acorten los días y lleguen pronto las elecciones para decir: basta, fuera!

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Hoy más que nunca, porque nos sentimos desvalidos ante la prepotencia americana y ante los desmanes de sus siervos celtibéricos, hay que pedir a gritos, con firmeza, con pasión: ¡más Europa! ¿Hay mejor demostración que los acontecimientos actuales de que para nosotros Europa es la solución? Pero Europa está herida. Bruto y sus amigos la han apuñalado a traición. Herida sí, pero muerta no. Las heridas tienen cura y, para que el sol alegre mañana nuestras caras, como decía Nietzsche que lo hacía cada día con la de Zaratrusta, cuanto antes sane mejor. Aprendiendo de esta lección, construyamos los europeos Europa con más energía que hasta hoy. Construyamos un paraguas intelectual europeo. Que sea un modelo moral para las siguientes generaciones, basado en la pluralidad, la tolerancia, el respeto al diferente. Una Europa cohesionada por pujantes políticas sociales. ¿Qué lecciones se atreven a darnos hoy los señoritos metidos a políticos ultraliberales, acunados por Aznar, que exigían que se adelgazase el Estado? ¿En el hueco de su delgadez les caben las toneladas de chapapote que generosos voluntarios han limpiado y limpian? Más Europa, por favor. Creo en el futuro, o sea en Europa. Una Europa de los ciudadanos donde la educación sea la piedra angular. Que la solidaridad entre los europeos tenga como protagonista principal a la educación. Urge que más temprano que tarde Europa, entendida como plural y heredera de los valores de la Revolución francesa, tenga peso suficiente en el orden mundial para oponerse a los atropellos imperiales, para que los más desfavorecidos tengan un defensor de causas justas que se movilice a su favor. Más Europa es más europeismo radical, en el sentido positivo que Unamuno otorgaba a la expresión; más Europa es más educación en sus valores culturales e históricos; más Europa es ocuparse hoy de formar ciudadanos europeos desde las escuelas de párvulos hasta los últimos cursos universitarios. Una Europa integradora, multicultural, plurilingüística, tolerante que aproveche la riqueza que otorga la diversidad. Será un paraguas europeo que podrá proteger a los habitantes del planeta de futuras tormentas, como la que hoy atrona en el desierto iraquí y en las conciencias de los seres libres y sensibles del planeta.

Durante la primera década de este siglo que llevamos mil días estrenando, se pretende la armonización de los diferentes sistemas de educación superior de los países de la Unión. Estamos ante una oportunidad excepcional de construir Europa construyendo su Universidad. Ninguna política social podrá desarrollar la Unión Europea en los próximos años de manera tan trascendente. La homologación de los estudios cursados entre todos los países de la Unión y la verdadera movilidad de los europeos tiene mucho que ver con ella, pues determinan la posibilidad de acceder en igualdad de condiciones al mundo laboral en todos los puntos de su geografía.

Ciudadanía y oportunidades laborales, valores humanos y cooperación científica, tecnologías educativas y movilidad académica. Estos son algunos de los binomios que debe contener la fórmula certera de las políticas de educación superior que lleven a cabo los países de la Unión.

De ser habitante del Viejo Continente, estoy muy satisfecho. Viendo el comportamiento y su poco ejemplar trayectoria vital, que el Secretario de Defensa americano Donald Rumsfeld utilice como improperio la vieja Europa, me lleva a pedir que me apunten a ella ¡Viva la Vieja Europa! Allá aquéllos que por sus complejos, causados por un pasado joseantoniano, hablan del rincón de Europa y de los países que no cuentan. No quiero tener nada en común con sus patrañas. Porque a mí, y a muchos como a mí, según decía Bogart "siempre nos quedará París"

Francesc Michavila es catedrático y Director de la Cátedra UNESCO de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_