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Vergüenza de género

La lista de frases para justificar la guerra preventiva continúa incrementándose: desde la frase de la ministra de Asuntos Exteriores del Gobierno de Aznar, Ana Palacio, cuando en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas alegó como una gran razón para iniciar una guerra "no parecer que tenemos alguna debilidad", a las afirmaciones de Condoleezza Rice para justificar con ardor la agresión preventiva, nos han congelado la sangre y nos han indignado.

Las ajetreadas últimas semanas de Aznar, lacayo de los deseos de Bush o chico de los recados (todo tiene muchas lecturas), han convertido la política exterior española en la gran abanderada de la violencia simbólica: agredir o matar para no parecer débil. Las razones para desarmar se expresan por la boca de los más armados.

Pero quizá la costumbre de que en la sociedad patriarcal cualquier disputa por el poder, político o económico, acabe en una explosión de violencia y de fuerza haga más fácil entender el deseo de guerrear para resolver los problemas en el caso de los hombres. Lo que ha provocado vergüenza de género es que dos mujeres, y una incluso de raza negra, defiendan y justifiquen la violencia como forma preventiva de resolución de conflictos. La violencia simbólica se está expresando, entrecortadamente pero sin límites, en boca de algunas mujeres.

Cuánta razón tenía Pierre Bourdieu cuando decía que hemos internalizado tanto la violencia que ha rodeado nuestras vidas desde que tenemos uso de razón, que se convierte en violencia simbólica e incluso acaba intentando introducirse como ética que justifique las actitudes agresivas y violentas. Cuántos hombres han introducido en sus mentes esta justificación ideológica de sus actitudes: tengo miedo de parecer débil, tengo miedo de ser inferior... por lo tanto voy a pegarle preventivamente para desarmarla, para humillarla y para destruirla.

Cuando Bush apuesta por la guerra como única forma de desarmar a Irak, expresa actitudes prepotentes con frases agresivas, gestos incluso que nos recuerdan antiguas películas de vaqueros, pero ninguna idea que convenza. Sólo la dialéctica del miedo en boca de un hombre al que también traiciona su inconsciente con su deseo de vengar a su padre. Sadam Husein, arrasando al pueblo kurdo o manteniendo encarceladas por razones políticas a mujeres desde hace más de veinte años, conserva férreamente su dictadura y ejerce también el máximo exponente de la violencia simbólica.

Pero todavía nos sorprende y nos repugna que esta violencia se haya expresado en un foro mundial por boca de una mujer. Y no porque creamos en la homogeneidad del sexo femenino; sabemos desde hace tiempo que hablar de mujer-mujer como esencia es un argumento de políticos conservadores que ha escondido la diversidad de mujeres, tanto económica como de opciones vitales y políticas. Simplemente sorprende que, ausentes desde hace tanto tiempo como sujetos de la historia pública, que no de la cotidiana, cuando una mujer tiene voz la ejerza en defensa de la violencia falocrática.

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Christa y Peter Bürger, cuando reflexionan sobre la desaparición del sujeto en la historia, señalan al hilo del relato de Penélope de Cavanero, como se oponen a la historia primigenia de la subjetividad masculina los restos dispersos de la femenina: "Visible resulta por tanto la imagen de una mujer que ni participa en el orden de los héroes, que la custodian combatiendo entre sí y contra una naturaleza prepotente, ni en el orden de la producción útil, sino cuyo completo afán está dirigido a producir tiempo en el que ella y sus doncellas se pertenecen a sí mismas: un orden de la vida que se opondría al orden masculino de la muerte".

Aunque ya sabemos que algunas mujeres se han adscrito al orden masculino de la muerte y ejercen la violencia simbólica que durante años nos ha oprimido, miles de manifestantes en todo el mundo se han dedicado a demostrar que quieren ser sujetos activos de la historia y que no desean participar en el orden prepotente de los que combaten entre sí. Se apuntan al orden femenino de la producción útil, la producción de vida, la producción de tiempo. Miles de ciudadanos y ciudadanas en todo el mundo han ganado tiempo y vida esperando que la lucha diplomática, la acción pacífica de los inspectores y la presión de la opinión pública mundial logren cambiar el destino fatídico que una guerra proclamada unilateralmente parecía anunciar.

Bueno es recordar alrededor del Día Mundial de la Mujer Trabajadora que, a pesar de los malos augurios que desde Montaigne a Blanchot anunciaban la desaparición del sujeto en la historia, el 15 de febrero demostrará en los futuros libros de historia que la ciudadanía tiene voz y quiere ser sujeto de su futuro, aunque algunos de sus políticos y políticas, con mentes sumergidas en la violencia simbólica, intenten ignorarla y silenciarla.

Carme Valls i Llobet es diputada del Partit dels Socialistes-Ciutadans pel Canvi.

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