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El eje y el oso

Hace poco se inauguraba el túnel de Somport, una infraestructura de capital importancia en la autovía que completará el eje Sagunto-Somport. Presentado como una joya de la ingeniería viaria, el túnel taladra los Pirineos junto a la majestuosa y abandonada estación de Canfranc, mítico lugar cuyas ruinas permanecen como homenaje a la huida y al exilio. Diversos medios han recogido con profusión los beneficios que para la economía valenciana reportará la nueva infraestructura, cifrados en los ahorros de unos litros de gasolina y unas horas de carretera a los transportistas que realicen sus trayectos hacia Europa. Se prevé que el túnel sea usado por dos mil vehículos diarios. Junto a la alegría se añadía la nota luctuosa. A la salida del túnel por la parte francesa nos toparemos con una carretera comarcal de alta montaña que llega hasta Pau, donde se conecta con la red de autopistas, tras atravesar por el centro varios pequeños pueblos.

Efectivamente, la RN-134 francesa serpentea por el espectacular valle de Aspe, también conocido como el valle del oso y cruza pequeñas localidades como la bella Urdos. Atravesado el túnel nos encontraremos con una carretera comarcal sin arcenes, en la que son habituales los cicloturistas aguerridos, el lejano tolón-tolón de los cencerros y los grupos de andarines dispuestos a completar una randonnée por alguno de los muchos senderos balizados de la zona. Es una de esas estrechas carreteras por las que transita el Tour cuando llega a los Pirineos. Por este valle circuló la etapa del Tour del 96, Argeles Gazost-Pamplona, en la que Bjarne Riis asestó una minutada a Indurain, la etapa del principio del fin.

El pequeño detalle que falta agregar a esta historia es que el túnel se encuentra en medio del parque nacional francés de los Pirineos, en una de las mejores reservas naturales de Europa, un espacio en el que resisten algunas especies en trance de extinción como el oso, el quebrantahuesos -gigante rapaz osteófaga-, o hasta hace poco el bucardo o cabra pirenaica, especie extinguida tras la muerte de su último ejemplar el 6 de enero de 2000. De los 107 mamíferos que habitan en Francia, 75 están presentes en los Pirineos. En el valle de Aspe, junto con el de Ossau, perviven los últimos osos autóctonos frente a otras áreas de los Pirineos donde se han afianzado las repoblaciones de osos eslovenos. De los autóctonos quedan seis: Papillon, Chocolat, Cannelle, Pyrène, Camille y un osezno nacido en 1998. Los grupos conservacionistas franceses están en contra de ampliar la carretera y de las circunvalaciones; y han llegado hasta el punto de adquirir terrenos adyacentes para impedir las expropiaciones. Proponen el transporte ferroviario de mercancías como una alternativa menos dañina. Dejando de un lado los argumentos estrictamente biológicos, tampoco uno entiende qué derecho nos asiste para machacar un pequeño y aislado valle rural dedicado al pastoreo hasta convertirlo en un atrafagado sumidero de trailers. La pregunta es: Por qué los intereses del transporte internacional son superiores a los paisajísticos. Por qué nuestro concepto de lo rentable sigue inmutable desde los tiempos del fordismo más simplón.

Sin duda los transportistas hubieran preferido toparse con una autovía de tres carriles, con su iluminación, su nomenclátor gigante, sus áreas de servicio y sus gasolineras. Es comprensible que tras quinientos o seiscientos kilómetros apurando tacómetro uno no tenga el cuerpo para dar un rodeo proteccionista. Parte del problema reside en que el cuidado de los bienes de la comunidad nunca debe quedar bajo el influjo exclusivo de quienes tienen intereses en los mismos. Clavar una autovía por medio de un ecosistema como el de los Pirineos es una bendición para los camioneros y una catástrofe ambiental frente a la que luchan los ecologistas franceses desde hace diez años. A los letales problemas de contaminación, ruido y luminosidad, una infraestructura de esta envergadura tiene el efecto muralla que impide los desplazamientos animales, fragmentando las colonias y destrozando las migraciones. Un apunte: Los atropellos en la carretera que une Villamanrique (Sevilla) con El Rocío (Huelva) son el punto más negro que amenaza a la última colonia de linces ibéricos del mundo. Cuando la Junta de Andalucía ha intentado cortar temporalmente la carretera, los vecinos han protestado airadamente argumentando que: Si cuando muere una persona no se corta una carretera, qué sentido tiene hacerlo cuando muere un lince. Impagable axioma de honda raigambre antropológica a incorporar en los anales de la cultura popular más irracional.

En una sociedad como la nuestra no podemos esperar otra cosa que el concepto general de progreso coincida con el concepto particular de los camioneros. Sin duda representamos la idea de progreso más primitiva y miope de cuantas habitan en Europa, aquella que considera exclusivamente la rentabilidad económica como único factor legitimador. Y no dejemos atrás lo extremadamente hábiles que son nuestros empresarios cuando equiparan hasta la confusión sus intereses particulares con los de la sociedad. Geniales. Como si la mala conciencia subdesarrollista permaneciera agazapada en nuestro interior y nos impidiera dejar bien claro que el beneficio económico de unos pocos nada tiene que ver con el beneficio no económico general. Este concepto de progreso es el mismo que ha destrozado nuestro entorno litoral bajo ese discurso monocorde que exalta sin fisuras el turismo de masas. Y ojito con el que me ponga mala cara.

Si yo fuera un consumidor europeo me gustaría comer naranjas valencianas cuyo transporte hubiera sido lo más limpio y respetuoso posible con el medio ambiente y con las personas. Seguro que esto resulta algo más lento y costoso. Quizás la naranja me salga un poco más cara y llegue un poco más pocha. Lógico. Pero el camino a tomar es el de una sociedad dispuesta a pagar más por mantener un entorno más habitable y el de unos empresarios dispuestos a renunciar a un enriquecimiento non stop, exprimiendo beneficios sin límite alguno. Mientras espero la utopía me gustaría que, al menos, los poderes públicos intervinieran en el mercado para permitirme diferenciar -y optar-, como ciudadano y como consumidor, entre la naranja salvaje y la naranja respetuosa. Salvemos el valle de Aspe.

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Manuel Menéndez Almazora es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

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