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Columna
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Algeciras, bahía del miedo

En poco más de 24 horas se han disparado todas las alarmas de la bahía de Algeciras, la bahía del miedo. Las alarmas que todo el mundo se sabe de memoria, desde tiempo inmemorial. Cualquiera que se haya asomado últimamente a ese maravilloso capricho de la naturaleza, habrá comprendido de inmediato que un día cualquiera puede ocurrir, podía ocurrir, lo peor. Que los tornasoles a la deriva que flotan en la superficie de sus aguas tranquilas no son espejos del cielo, ni en él se miran las gaviotas, los alcatraces; sino que más bien actúan como balizas de peligro, enseñan por dónde no hay que navegar, ni pescar, ni practicar deportes acuáticos.

En menos de 24 horas, un conflicto de la policía de su Rocosa Majestad con ecologistas y periodistas valerosos, más el hundimiento de una gabarra monocasco -precisamente lo que denunciaban los de Greenpeace-, en raras circunstancias de mar, han desnudado de sopetón toda retórica oficial en torno a la cruda realidad de la Bahía.

A la hora de escribir esta reflexión apresurada, aún no se sabe si la mancha de petróleo de un kilómetro cuadrado que deambula por las inmediaciones del Spabunker 4, la gabarra hundida, es o no es un nuevo salidero del capitalismo salvaje que se cierne sobre este enclave, con la inestimable colaboración de su Rocosa Majestad, del amigo de Aznar, de las mafias rusas, de las gasolineras flotantes que el señor Caruana tiene esparcidas por su entorno de pringues especulativas. "Bandolerismo moderno", ha definido el alcalde de Algeciras, Patricio González, a las actividades de estos extraños hijos de la Gran Bretaña. Curioso. Antaño eran los viajeros ingleses los que, tras desembarcar en Gibraltar, su colonia, pasaban al interior de la península, a recorrer los caminos de Ronda, con la secreta esperanza, normalmente fallida, de toparse con algún bandolero andaluz. Hoy la actividad delictiva, y no de trabucazo precisamente, está al otro lado. Pronto habrían los británicos de crear en sus islas una ruta turística especial: conozcan ustedes lo que da de sí el último estertor del Imperio, la traca final de la piratería inglesa. Pasen y vean: un aeropuerto donde los aviones esperan en los semáforos a que pase la gente, y situado en un terreno que no nos pertenece; además de las rojas cabinas de teléfono, la hora del té, todo igualito que si estuviéramos en casa, para crear una ficción extraordinaria de cobertura legal en todo. Pasen y asómbrense de cómo el amigo de Tony Blair trata a los andaluces, esa gente tan divertida. Pasen y pásmense de no ver cómo en un territorio de embuste caben 29.000 sociedades de tráfico oscurantista, libres de impuestos y de todo control democrático, que ni Bruselas puede ya con ellas. Pasen y admiren, señoras y señores súbditos de la resistente libra esterlina, cómo tratamos aquí a esos ecologistas de mierda que nos quieren arruinar el negocio.

"Esto es Gibraltar y te vas a enterar" ha contado uno de aquellos valientes periodistas que le dijo uno de esos policías imperiales cuando lo tuvo en el suelo, contra su dignidad de hombre. Y entretanto, Aznar maquinando en la sombra, con Blair y con Bush, la manera de atacar Irak, para tener más petróleo, siempre el petróleo.

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