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Crítica:LA OPORTUNIDAD
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Triunfa Sergio Marín

Lo mejor en la final de La Oportunidad, que lleva el nombre de José Miguel Arroyo, Joselito, fue, sin dudarlo, la respuesta del público, que casi llenó la plaza. Una gozada para todos. Sin embargo, como ocurre en tantos eventos taurinos, falló la bravura del ganado, y el festejo resultó deslucido. No obstante, hubo pasajes de interés y emoción, pues lo que se dice ganas sí tuvieron los tres ilusionados finalistas, que hicieron cuanto estuvo en sus manos toreras, párvulas todavía, pero bañadas en afición y torería.

Sergio Marín, ganador del certamen, espigado y dueño de un temple que puede llegar a ser exquisito, ejerció muy bien de enfermero en el eralillo que, a guisa de sardina, hubo de torear en primer lugar. En los lances de saludo llegó a mecer alguna verónica muy templada, de dibujo cristalino, y después, con la muleta, tras sortear algún achuchón, no era de buen gusto obligar al enclenque animalito, barrió la arena en varios templados naturales. En su segundo, feote y destartalado, volvió a dejar constancia de su temple en pases de pecho al hombro contrario, y en series de redondos finales que se inventó, ya que el inválido no estaba para alardes ni hazañas.

Victoriano / Marín, Aguilar, Carrero

Erales de Victoriano del Río, mal presentados, deslucidos, 5º, sobrero de Pablo Mayoral. Sergio Marín: vuelta y oreja. Alberto Aguilar: oreja; aviso y ovación. Pedro Carrero: saludos y silencio. Palacio Vistalegre, 19 de enero. Casi lleno.

Alberto Aguilar hizo un generoso derroche en sus dos erales con percal y muleta, así como en el tercio de banderillas. En su primero realizó una larga y variada faena, en muletazos de distintas marcas, temple y concepción. Y en su segundo, un sobrero que sacó genio a raudales, manseó cuanto pudo y le pidió el salvoconducto de torero, plantó batalla, sorteó achuchones y volteretas, y se templó a ratos. Para nunca volver la cara.

Pedro Carrero sacó lances de buen estilo en sus dos deslucidos erales, aportó entusiasmo y algún chispazo de clase. Se le vislumbran cualidades, esas que saldrán a flote con un oficio que ayer se le echó en falta. Es algo lógico, claro, la lección se aprende con el tiempo y una caña de templar, por supuesto.

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