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Reportaje:

'¡Ah! ¿Pero no era yo el líder?'

Belda, el director, sólo ve una 'rabieta' en el anuncio de Sevilla de querer irse del Kelme

Carlos Arribas

Mediada la temporada, sus amigos, sus consejeros, su familia, le dijeron a Óscar Sevilla que tendría que ser más duro; que, de vez en cuando, no viene mal dar un golpe sobre la mesa y dejar las cosas claras. Pero el ciclista los miraba, asentía, sonreía como tan sólo él sabe hacerlo y se callaba. Se callaba y aguantaba.

Aguantó varios meses sin cobrar y en mayo hasta estuvo tentado de liarse la manta a la cabeza, denunciar su contrato con el Kelme y aceptar maravillosas ofertas del extranjero. 'Pero no lo hizo', dice un amigo; 'pensó en los compañeros. Sabía que, si se iba, podría ser el final del equipo y que todos se quedarían en la calle'.

En julio, cuando se vio mal y debió abandonar el Tour de Francia por una enfermedad que aún no sabe muy bien cuál fue, también pensó en hablar alto y claro. También se calló. 'Demostró su señorío', dice un asesor del manchego.

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Durante la Vuelta a España no le faltaron a Sevilla, de 26 años, razones para la rebeldía. Ya se quedó atónito cuando, antes de empezar la carrera, Eufemiano Fuentes, médico y verdadero factótum de todo el entramado Kelme, le llamó y le dijo: 'Si quieres subir al podio este año, tendrás que seguir la rueda de Aitor González'. '¡Ah! ¿Pero no era yo el líder?', respondió Sevilla, que se vio de la noche a la mañana relegado en su propio equipo. También lo intuía porque había solicitado la inclusión de su amigo Vicioso y no se le había atendido.

En la carrera pasó lo que pasó. Hubo lucha de poderes, un doble juego, una ambigüedad alentada por el propio director, Vicente Belda. Sevilla desveló a los rivales el secreto Aitor. González se quitó el auricular y atacó en Ubrique y en Sierra Nevada y en el Angliru. Y ganó la Vuelta. Sevilla tragó. Puso cara de chico bueno y hasta aceptó participar en un paripé de reconciliación. Silencio.

Una actitud de respeto que mantuvo incluso el último domingo, en el estadio Bernabéu, cuando una inusitada serie de averías mecánicas -utilizó tres bicicletas, todas defectuosas, en la contrarreloj final: con la primera salió ya pinchado; a la segunda se le rompió un apoyo para los codos; a la tercera no le funcionaban los cambios- le hicieron perder el podio y, con ello, 120.000 euros de prima que figuraban en su contrato. No abrió la boca.

El jueves, por fin, el volcán Sevilla entró en erupción. Lo hizo en su pueblo, Ossa de Montiel (Albacete), donde 1.500 paisanos le ofrecían un homenaje. 'Me gustaría cambiar de equipo', dijo; 'han pasado muchas cosas que han hecho desbordar el vaso'.

El problema es que a Sevilla aún le queda un año de contrato con el equipo alicantino y que la cláusula de rescisión es de 1,2 millones de euros, una cantidad fuera del alcance de cualquier equipo. 'Y nunca se nos pasaría por la cabeza recurrir judicialmente la cláusula', advierten los representantes del corredor; 'así que la única salida sería negociar con el patrón, Pepe Quiles'.

Pero quizás todo se quede en nada. O eso es lo que piensa Belda: 'Todo ha sido una rabieta. Una forma de justificarse ante sus vecinos por haber fallado en la Vuelta'.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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