_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las familias y el desplome bursátil

Los escándalos contables de las grandes corporaciones norteamericanas han acentuado la tendencia bajista en los mercados bursátiles que ya se venía manifestando, con gran intensidad, desde el primer trimestre del año 2000. Los efectos son devastadores: los índices bursátiles están volviendo a los valores alcanzados en 1997. ¿En qué condiciones están abordando las familias españolas esta situación de los mercados?.

No es necesario realizar un análisis muy exhaustivo para constatar que, a partir de la década de los ochenta, las familias han ido transformando profundamente sus hábitos de inversión financiera. Las tradicionales cartillas de ahorro, símbolo financiero de las familias durante años, han acabado arrinconadas frente a sofisticados fondos de inversión de renta variable, letras del Tesoro o fondos de pensiones desgravables.

La inversión de las familias españolas en acciones y fondos alcanzó el récord de 530.447 millones de euros en 2000
La capacidad de las familias para gestionar sus activos será determinante a nivel financiero y de la economía real

Fue en la segunda mitad de la década de los noventa cuando la inversión financiera de las familias experimentó el cambio cualitativo de mayor intensidad. Como se puede observar en el gráfico, en el momento de la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea, la mayor parte de la riqueza financiera de las familias estaba constituida por dinero en efectivo y depósitos bancarios (un 69% del total), mientras que las acciones no representaban más de un 16%. Quince años después, en pleno proceso de unión monetaria, la inversión en acciones (incluidos ahora fondos de inversión), superó a la de activos tradicionales (46% frente a 39%).

Además, durante todos estos años el volumen de inversión financiera de las familias, una vez descontado el efecto de la variación de los precios, casi se triplicó, superando a finales de la década de los noventa el nivel del billón de euros. Así, en el año 2000 el volumen de inversión financiera en acciones y fondos de inversión en manos de las familias alcanzó el record de 530.447 millones de euros.

El cambio en el comportamiento financiero de las familias españolas, al igual que en muchos otros aspectos nuestra vida social y económica, se produjo de forma tardía y acelerada respecto de la experiencia de los principales países desarrollados. En Estados Unidos existe una larga tradición en distribuir la inversión financiera entre un conjunto amplio y diverso de activos. El volumen de riqueza financiera de las familias norteamericanas es muy alto y creció, como ocurrió en España, a tasas muy elevadas durante la segunda mitad de la década de los noventa. Aun así el volumen relativo de inversión en acciones, en torno a un 25% de la inversión total, ni de lejos, alcanza los niveles mantenidos en España. En las antípodas se encuentra el caso de Japón, cuyas familias mantienen mayoritariamente su voluminosa inversión financiera en forma de efectivo y depósitos y sólo una pequeña parte en forma de acciones, en torno a un 5% de la inversión total. En Alemania la tradición de diversificar la inversión es más reciente, comenzó a principios de los años ochenta. Con todo, el volumen de saldos en efectivo y depósitos sigue siendo hoy el principal de los destinos de la riqueza financiera de las familias, un 35% del total. Es Francia el país en el que sí encontramos una experiencia semejante a la española. Una década antes que en España, las familias francesas, de forma paralela a los procesos de privatización de las empresas públicas, comenzaron a acumular importantes cantidades de acciones en sus carteras de activos. A finales de los años ochenta el volumen de acciones en manos de las familias ya superaba ampliamente el de los activos tradicionales (un 49% frente a un 39%). Los sucesivos vaivenes que se produjeron en los mercados desde esos años, no modificaron sustancialmente sus decisiones de inversión financiera.

Aunque no es este el lugar para exponer las razones que explican este proceso de cambio en el comportamiento financiero de las familias españolas, sí quizás arroje algo de luz, sobre la respuesta a la interrogante antes planteada, señalar las que creemos más significativas. El crecimiento de la renta de las familias y de su capital humano jugaron un papel fundamental, así como los bajos tipos de interés que se mantuvieron en los últimos años noventa, que alentaron una decidida estrategia competitiva de los intermediarios financieros para la captación del ahorro de las familias. La posibilidad de integrar a las economías domésticas en el atractivo mundo de las finanzas resultó clave a las instituciones financieras para no perder cuota de mercado. La euforia alentada por los mensajes de la nueva economía, acabó por conformar un escenario que resultó irresistible para las familias, que se lanzaron a la compra de títulos de alta rentabilidad y, aunque la euforia del momento no ayudaba a entenderlo, también de alto riesgo.

Fue por tanto, durante el largo e intenso episodio de crecimiento económico que se produjo en la segunda mitad de la década de los noventa, cuando con más fuerza se volcaron las familias españolas en la inversión financiera. La rentabilidad media bursátil anual en España desde 1995 hasta marzo de 2000 (máximo histórico alcanzado por el Ibex 35) superó el 67%. En este mismo intervalo de tiempo, la rentabilidad media anual de las imposiciones a plazo apenas alcanzó el 4,5%. Los beneficios obtenidos se convertían en un incentivo adicional que hizo más tupido el velo de la ignorancia que impedía valorar adecuadamente el riesgo de la inversión. Al margen de los condicionantes próximos que explican la severa caída de los valores bursátiles de los últimos meses, las pérdidas medias anuales del 20% en los últimos dos años y medio, son un fiel reflejo del alto riesgo asumido.

No podía existir sustento real para aquellos niveles de rendimiento. Si a principios de 1995 una familia hubiese invertido el equivalente a 100 euros en acciones, en marzo de 2000 su inversión se habría revalorizado hasta los 385 euros. De no haber liquidado esas acciones, su valor en la actualidad rondaría los 200 euros.

La globalización de los mercados impone hoy en día una lógica evidente: los condicionantes a los que se enfrentan los inversores de distintos países sólo se distinguen en pequeños matices; las tendencias claves del rendimiento y el riesgo son homogéneas en el contexto internacional. La estrategia de las familias españolas, en su afán por diversificar el destino de sus inversiones, requiere una gran sofisticación. La contrapartida a la mayor rentabilidad que han obtenido en los últimos años, por la alta tenencia de acciones, es su mayor vulnerabilidad a los vaivenes de los mercados financieros. De ahí que este proceso de ajuste bursátil al que venimos asistiendo les afecte en mayor medida que a las familias de otros países, con la excepción, claro está, de Francia.

Si en algo se distinguen de estas últimas es que es esta la primera vez que las familias españolas afrontan una situación de esta naturaleza. De ello deberán sacar importantes lecciones para el futuro. El enorme volumen de la inversión financiera que han venido acumulando se ha volatilizado en una parte importante en sólo unos meses. Es este contexto de ciclos alcistas y bajistas al que tendrán que habituarse. En cualquier caso, la envergadura del fenómeno que aquí tratamos es tal que introdujo un cambio cualitativo de enorme importancia en la economía española. Por supuesto que la capacidad de las familias para gestionar adecuadamente su cartera de activos será determinante en sus decisiones futuras, no sólo de las financieras sino también, por su efecto sobre el consumo, de las reales.

Ana Esther Castro y José Francisco Teixeira son profesores titulares del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_