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EL ARTISTA DEL ESPACIO Y EL VACÍO
Columna
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30 años de pugna estéril

Al menos en el País Vasco, el nombre de Eduardo Chillida siempre se ha ligado al de Jorge Oteiza, el otro gran escultor guipuzcoano. Y viceversa. Muerto Chillida viene al recuerdo la pugna absurda y estéril, promovida por Oteiza -hay que decirlo sin ambages-, que les tuvo 30 años enemistados. Permanece confuso el origen de todo. Al principio llegaban los rumores de que se acusaban entre ellos de plagio. Más tarde los rumores se hicieron públicos. Mientras Chillida reaccionaba con evidente mesura, la vehemencia de Oteiza se dejaba oír tronante. A estos desencuentros, de quienes fueron en otro tiempo amigos, se añadía la circunstancia de que Chillida iba alzándose a pasos agigantados como un acreditado escultor de fama universal, en tanto Oteiza cerraba su propio camino al despedirse de la creación artística con unas lapidarias palabras: 'Mi conclusión en 1958 fue con un espacio vacío puramente receptivo que me dejó sin escultura en las manos'.

A partir de ahí, los partidarios de uno y otro alentaron una pugna cerril entre ambos artistas, sin darse cuenta de que las actitudes de cada uno frente al arte no pueden ser más antitéticas. Si bien los dos pertenecen a una generación luminosa en la que el arte tenía sentido, porque eran ellos el sentido mismo, sus pautas de creación son divergentes. La potencia expresiva de Chillida por hacerse con el espacio es lo primordial, y llega al punto de verse compelido hasta límites insospechados. La culminación de los logros le libera y salva. Oteiza busca volverse impersonal, y por ende, más personal que nunca, a través de la 'desocupación del cubo', en una aspiración por fijar nuevas leyes universales.

Toda esa artificiosa polémica sobre quién de los dos era superior al otro no deja de tener su equivalente en aquello que aducía Goethe en sus conversaciones con Eckermann: 'Ahora, de veinte años a esta parte, le ha dado a la gente por discutir sobre quién es más grande, si Schiller o yo, en vez de alegrarse de contar con dos hombres como nosotros sobre quienes poder discutir'.

Sin duda, hubiera sido muy provechoso el que las gentes que alentaron la pugna entre los dos principales escultores vascos conocieran las atinadas palabras del escritor alemán. Claro que en este País Vasco en el que vivimos (o nos vive) lo normal es que nos peguemos con los montes porque son verdes y quebrados, o iniciemos un cataclismo espiritual por el simple roce de una mosca azul.

La tan esperada reconciliación entre los dos artistas llegó en diciembre de 1997. Quienes fuimos amigos y admiradores de los dos lo celebramos con una alegría infinita. Hasta aquel momento, las trayectorias personales de los dos había discurrido por cauces diferentes. Mientras el modo equilibrado de Chillida le granjeaba el respeto y estima de todos, la radicalidad tronante y rebelde de Oteiza le proporcionaba enemigos por todas las esquinas.

Se habló demasiado de la enemistad de los dos, y se dejó de escuchar lo que las obras hablaban de ambos. No querían saber que el arte no habla de más, salvo cuando es malo. Vale más escuchar la voz del arte verdadero y hacer oídos sordos de la voz de sus creadores, cuando esa voz no se ocupa del arte.

Reflexiones de alto calado poseen cada uno de los dos en términos plásticos. Mas como quien se ha ido primero es Chillida, dejemos que sea él quien aporte esta pequeña y conmovida muestra de sus pensamientos. Pensamientos que parecen haberse esculpido con ideas hechas de hierro, hormigón, acero, alabastro y otros materiales afines al arte de este vasco universal. Éstos son algunos en forma de aforismos: 'El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo'. 'Cada escultor tiene un lugar ideal. Se puede decir que son la esculturas las que buscan el lugar exacto. Lo que tienes que hacer tú es estar atento a eso que te está pidiendo la escultura'. 'Creo cada vez más que mi obra está hecha con infinidad de errores que se compensan unos con otros'. Y, finalmente: 'Lo que es de uno no es de nadie...'.

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