Chicos y chicas de todas partes
La descentralización del último decenio, una de las claves de los actuales éxitos españoles
Para ser atleta de alto nivel y vivir, entrenarse y competir como tal no hay por qué irse a Madrid o Barcelona a residencias subvencionadas, a someterse a la disciplina y los conocimientos de famosos entrenadores y a trabajar en los Centros de Alto Rendimiento (CAR) que empezaron a funcionar en los noventa, cuando la gran revolución de Barcelona 92. En el último decenio, con el desarrollo del atletismo español a nivel de élite y con la multiplicación de estadios sintéticos e infraestructuras varias, se produjo, alentado desde el centro, un curioso fenómeno de descentralización e incluso de divisiones más pequeñas, por barrios casi, en las grandes ciudades. Y el fenómeno no sólo afecta a los atletas. Guiados por el lema federativo, Que atletas y técnicos crezcan juntos, modestos entrenadores de provincias, esa gente a la que antes se miraba por encima del hombro desde el centro, han ido progresando con sus chicas y chicos, alcanzando o mejorando el nivel de sus pupilos. Y en todo ello también hay hueco para ex atletas que ahora entrenan, ojean, controlan. Nada se les escapa suceda donde suceda.
Ahora mismo, en este verano tan prometedor, en vísperas de Múnich 2002, aquél que quisiera visitar para conocer cómo viven y trabajan los mejores atletas españoles debería alquilar un buen coche y echarse un mapa de carreteras y autovías y lanzarse a conocer España. Descubriría cosas curiosas. Descubriría, por ejemplo, que si llega a León se encontrará con algunos de los mejores lanzadores del mundo. Allí, en la ciudad del río Órbigo, se cruzaron un día el entusiasmo y el conocimiento de Charly Burón con la calidad y la vocación de Manolo Martínez. Martínez es, tras una progresión medida y constante, uno de los mejores lanzadores de peso y Burón un nombre mítico al que acuden quienes quieren ser buenos, como el canario Mario Pestano, enorme discóbolo, a quien no le importó cambiar el calor de sus islas por las heladas leonesas y las estrecheces del lugar de trabajo de Burón. La pareja canario-leonesa son la punta del iceberg de un entramado que seguirá, mientras dure el entusiasmo, dando sus frutos.
Desde León uno podría subir a Cantabria para saludar a José Manuel Abascal y su último descubrimiento, Iris Fuentes Pila, y después lanzarse a Castilla, con paradas intermedias en Palencia para ver rodar a la rubia fondista de la rosa cinta, Marta Domínguez, por el páramo pensando en futuras derrotas de Yegorovas y Szabos varias mientras su entrenador, también de la tierra, Mariano Díez, no suelta el cronómetro y el silbato. Y Valladolid, donde se entrena, vive y trabaja Mayte Martínez, chica de dos minutos cada dos vueltas de pista (800 metros), chica que también tiene entrenador de la tierra, Juan Carlos Granados, que además es su chico, para terminar en Soria, la tierra del gran fondo y del medio fondo. Allí, en invierno, cuando el aliento se hace hielo y duele, se machacaban corriendo por el monte de Valonsadero los míticos Abel Antón, maratoniano campeón del mundo, y Fermín Cacho, el campeón olímpico del 1.500 en Barcelona, al ritmo que les dictaba cada mañana su entrenador común, Enrique Pascual. Tanto era su atractivo que se les unió Roberto Parra, esperanza del 800 hundido por las lesiones y después, el último invierno, Reyes Estévez, otro atleta de gran clase que necesitaba dar un giro a su vida. Es el relevo de un grupo que ha ido envejeciendo y retirándose.
Cataluña no es sólo Barcelona ni el CAR de Sant Cugat. José Marín, histórico marchador, tiene en Barcelona su central, pero sus atletas son autónomos. María Vasco vive en Premià de Dalt, donde también trabaja, entrenado por Juan Ramón Muñoz, el fondista José Ríos, la gran esperanza del 10.000 tras la fascitis de Roncero, y Jesús Ángel García Bragado en Lleida. En Tarragona está Natalia Rodríguez, la chica de los magníficos tobillos y el pelo platino, la mejor del 1.500, de tan sólo 23 años, aunque es una veterana que siempre ha tenido al mismo entrenador, José María Escalona, que también empezó de joven con ella y que no ha parado de crecer para estar a la altura de su atleta.
Bajando por la costa se llega a Valencia, un emporio, una excepción al sistema. Allí trabaja Rafael Blanquer, el técnico de moda, el que condujo a Niurka Montalvo al título mundial de Sevilla y que después ha ido acogiendo a atletas de todos tipos y especialidades. Yago Lamela, tras su fallido paso por Madrid, allí recaló junto a la nigeriana nacionalizada española Glory Alozie, o al cuatrocentista catalán David Canal, o a la esperanza valenciana de la longitud, Concha Montaner. También en Valencia, pero con otro técnico, Mayordomo, está Redolat, del 1.500.
Más curioso es el caso sevillano, pues tras los Mundiales del 99 florecen los atletas de todos los estilos, cada uno con su técnico y sus sueños: el saltador Raúl Fernández, el obstaculista Penti Jiménez, el mediofondista Antonio Reina... Y en Guadix (Granada) marcha Paquillo, recordman del mundo.
El viaje debería acabar en Madrid, donde también hay fondistas de la escuela de la Casa de Campo que corren por cualquier parque: Alberto García, Luis Miguel Berlanas, Chema Martínez, Jesús España, Alberto Juzdado...
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