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Crítica:LOS ENCUENTROS DE SANTANDER
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos tardes de cámara

Continúan los maestros el ejercicio de su condición para aleccionarnos a todos en materia de música de cámara, tanto la del pasado que perdura como la del presente que se instala. Así, Bruno Canino, el insuperable intérprete y compositor italiano, gobernó desde el piano el Quinteto en mi bemol de Beethoven en unión de un oboísta ejemplar, el checo Fabien Thouand, el clarinetista de Basilea, Eduard Brunner, profesor de la Escuela Superior de Saarbrücken, el fagotista Klaus Thunemann, un estrecho colaborador de Holliger y el trompa croata Vlatovic, actualmente titular del instrumento en la Escuela Reina Sofía. Total: otra versión que sienta cátedra y levantó oleadas entusiastas de aplausos en la sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander.

No hay gran intérprete ni gran docente que no posea el don de la flexibilidad. Bruno Canino puede servir de modelo y en unión del grande y famoso violonchelista David Geringas, de las violonistas Margulis y Nemtanu y de la viola Berthaud, nos descubrieron la magia sonora de Schnitke en un quinteto de 1976, íntimamente desolado cuando no de un lirismo que acepta las herencias clásico-románticas y el antecedente fascinante de Webern con el supremo valor de la nota frente al de la frase.

Antes, el polifacético norteamericano Samuel Barber mostraba su permeabilidad en su Música de verano para quinteto de vientos, deudora del verbo francés tanto como del rigor didáctico del Instituto Curtis. Y como final de la jornada del viernes, el eterno y gran Septeto opus 20, para cuatro cuerdas, clarinete, fagot y trompa. Con Brunner, Schönermark y Vlatovic evidenció su calidad y larga experiencia el español José Luis García Asensio y una estupenda contrabajista madrileña de 20 años, Priscilla Vela, ahormada en la Escuela Reina Sofía y en su grupo Scarlatti. La fluida textura del septeto nacido en el cruce de los siglos XVIII y XIX se expresa en el lenguaje vienés de Haydn y Mozart sin que falten las connotaciones individuales de Beethoven.

Aquí culminó el triunfo de dos tardes de cámara completa, variada, ambiciosa y magistral que quedaría mal reseñada sin aludir al Prokofiev de las Melodías para violín y piano opus 33 bis enaltecidas por el supermaestro Zakhar Bron e Irina Vinogradova, su colaboradora asidua, después de haberlo sido de Rapin y Bengerov.

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