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Columna
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Concomitancias

De los argumentos esgrimidos por el mea culpa del progresismo político francés ante el fracaso del primer ministro socialista Jospin al no pasar a la segunda vuelta de las presidenciales francesas, hay uno que por sus características nos es bien conocido a los valencianos. En efecto, la acusación abierta -y por otra parte no nueva-, de la complacencia con que el extinto Miterrand trató al Frente Nacional para debilitar a sus competidores de la derecha (el neogolista RPR), y asegurarse, así, su propia mayoría, habría pasado factura ahora, al coincidir otros datos como la propia crisis ideológica y programática del conjunto de las izquierdas, al aprendiz de brujo que fue el ex-presidente en las carnes de uno de sus correligionarios. Que Jospin haya quedado apeado de la segunda vuelta por haberle arrebatado uno de los dos primeros puestos que daban el ticket para ello el líder de la ultraderecha francesa hace recordar ahora, y con mucha rabia, que se debe a la cuota parte que corresponda a la miserable política de Miterrand de favorecer a Le Pen de todas las maneras posibles (apoyo mediático, cambio del sistema electoral para la Asamblea Nacional, etc., etc., ).

No siendo la única ni la más importante de las razones que han abocado al estupor político de las izquierdas, la complacencia instrumental que protagonizó aquel sospechoso socialista que empezó su carrera en los círculos de la propia extrema derecha en los años treinta, recuerda la formidable manipulación que se llevó a cabo de los sentimientos derechistas, proto-franquistas, reaccionarios y folclóricos que se dieron cita en la creación del confuso magma que dio lugar a UV.

Sabido y comprobado que el primer blaverismo nació de la mano y en la propia casa madrileña de AP como una baza para reunir en una sigla diferente a una confluencia de negaciones (anticatalanismo, autoritarismo, franquismo residual, fanatismo religioso populachero, plebeyismo militante, etc., etc., ) para sumar así una mayor cuota de electores en el frente anti-socialista, el invento se le fue de la mano a AP. Primero en Valencia y en su circunscripción provincial (91) y después en el contexto autonómico (95) UV arrodilló al PP emergente obligándole a una extraña fórmula de colaboración-absorción-acoso y derribo para liquidarle, finalmente exitosa, en la que todavía persiste.

Lo grave de ese proceso, no obstante, no fue que el PP tuviese que corregir lo que AP alumbró de manera irresponsable (por las consecuencias de fractura social y frustración colectiva que generó el ascenso de ese lepenismo a la valenciana que fue el lizondismo): el propio PSPV-PSOE, desalojado del poder en las tres capitales de provincia del país (91), vencido aquí en las generales del 93 y 96, y relevado del gobierno de la Generalitat en el 95, a la vista de la sobrevenida y feroz competencia que UV mantenía con el PP durante la década de los 90, cayó en la tentación de flirtear con UV (como prueba la hemeroteca), y a punto estuvo de propiciar un entendimiento con UV en el 95, contra el PP, que los resultados electorales frustraron. Lo que a los progresistas franceses les ha costado la desolación de estos días y la automática apuesta vergonzante y anómala de un voto útil para la segunda vuelta (al detestado Chirac), recuerda a aquél modesto debate de los noventa donde algunos intuíamos que la normalidad sólo vendría, dada la inevitable derrota del PSOE, si el PP liquidaba a su particular criatura. Curioso.

Vicent.franch@eresmas.net

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