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A Villatoro, sobre el método y la función

No será un servidor el que ponga en duda las capacidades intelectuales y periodísticas de Vicenç Villatoro para ejercer como director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV). No lo haré aunque no le agraden según qué metáforas vertidas en el fragor del debate parlamentario. Me guardaré muy bien de criticar su talante pacífico. No me place y no sería políticamente correcto. Incluso, si me apuran, puedo llegar a reconocer que comparto el hilo argumental de su reciente artículo publicado en estas páginas (véase EL PAÍS del 16 de abril). Villatoro abogaba en él, con esa desenvoltura que le caracteriza, por considerar el ejercicio activo de la política -la militancia partidaria- como una circunstancia que no debe estigmatizar a nadie, que no debe marcar negativamente a los individuos impidiéndoles retomar una función o gestión 'civil'.

Suscribo esta tesis y comparto la idea de que los cargos electos no son seres unidimensionales exentos de trayectoria personal. Pero llegados a ese extremo creo que el amigo Vicenç incurre en un error. Intenta levitar sobre lo concreto desentendiéndose de la coyuntura política, penetra en un espacio de universales abstractos inocuo en el que todo es placentero. Ahí, en su Shangri-La particular, diserta como si nada sobre la trascendencia del compromiso político e individual y sus consecuencias. Parece como si quisiera desentenderse de las circunstancias que le han llevado a un nombramiento digital, por imperativo legal y consentido como mal menor. Un proceso que él mismo ha calificado como antiestético. Y es que la profunda crisis por la que están atravesando los medios de comunicación dependientes de la Generalitat no pueden ser tratados como una anécdota o una escaramuza parlamentaria. No pueden ser obviados por elevación.

Todo el mundo recuerda que en los inicios de esta legislatura el Parlament mantuvo un intenso debate sobre el modelo audiovisual catalán. Aquel proceso culminó con un conjunto de acuerdos políticos y legislativos con el objetivo central de reformar a fondo la CCRTV y primar la profesionalidad de los medios sobre el consignismo gubernamental. El Consejo del Audiovisual de Cataluña comenzó a ejercer sus tareas con solvencia y autoridad. El nombramiento pactado de Miquel Puig como director general trajo consigo un nuevo estilo de gestión y un talante participativo que los trabajadores del ente estimaron positivos, pero todo ello, y mucho más, se truncó merced al afán controlador y la presión que ejerce el consejero Artur Mas. Estalla la crisis. Se nombra bajo protestas a Joan Oliver como director de TV-3, cesa Clavaguera en Catalunya Ràdio, dimite Puig, y al final de la refriega aparece sin consensuar un nuevo director general diputado / escritor / periodista como si nada hubiera ocurrido, como formando parte de un relato desapasionado, revindicando el derecho (indiscutible, insisto) a la militancia. Pero, ¿se pueden obviar la historia, el proceso, el acuerdo, las ilusiones despertadas? ¿Es legítimo hacer tabla rasa como si nada hubiera acontecido? Las objeciones que enarbolamos desde la oposición respecto a la designación de Villatoro no pueden ni deben descontextualizarse. Mecerse en la reflexión no exime de afrontar con equidad lo cotidiano. Y es que la gente que ha trabajado por una radio y televisión pública más plural, competitiva y profesional ha sufrido una gran decepción. Ha visto como se desmoronaban un montón de esperanzas, un discurso ejemplar. Y es en esa tesitura, amigo Villatoro, rodeado de esa historia frustrada que te han legado, que te invito a reflexionar no sobre la legitimidad de la pertenencia, sino sobre la función, el método y la estética con que has aceptado -supongo que libremente- el compromiso político.

Joan Ferran es diputado socialista en el Parlament de Catalunya.

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