_
_
_
_
_
Reportaje:RUTAS URBANAS

Vitoria, pensada para vivir

Calidad urbana en una ciudad verde y peatonal

Paloma Díaz-Mas

Paseando por ella, nadie diría que Vitoria es una ciudad industrial. La mayor parte de los itinerarios urbanos pueden hacerse bajo el follaje de los árboles, atravesando parques y recorriendo calles arboladas y paseos llenos de vegetación; en la ciudad hay más árboles que personas.

También los alrededores forman un anillo verde de parques periurbanos (Armentia, Zabalgana, Salburúa), verdaderas islas de bosque desde las que puede contemplarse, muy cercana, una Vitoria-Gasteiz aparentemente dormida.

Pero entreverados con esas zonas verdes periurbanas, rodeando la ciudad, hay también un activo anillo de polígonos industriales. Fue el desarrollo de ese cinturón industrial lo que dio origen a la expansión de Vitoria en los años sesenta y setenta. En 1950 era una pequeña y soñolienta capital de provincias con poco más de 50.000 habitantes; su mayor industria -aparte de la archiconocida fábrica de naipes de Heraclio Fournier, cuyos productos todos hemos tenido alguna vez en las manos- era nada más y nada menos que el Seminario Diocesano, auténtica fábrica de curas. En 1981 la población casi se había multiplicado por cuatro, gracias al desarrollo de la industria. Hoy la ciudad tiene unos 220.000 habitantes.

Naturalmente, ese aumento de la población no se debió a una milagrosa explosión demográfica; lo que motivó entonces el desarrollo, la expansión y la prosperidad de Vitoria fue la inmigración procedente de la España pobre: de los pueblos que iban quedándose vacíos en el norte de Castilla o en León, de las aldeas de Galicia, del campo de Andalucía. Al hilo de las sucesivas oleadas migratorias fueron construyéndose los nuevos barrios.

Vitoria acogió a estos inmigrantes con naturalidad y les proporcionó una integración bastante cómoda. Buena parte de las construcciones de ese ensanche ciudadano de los años sesenta, setenta y primeros de los ochenta son pisos de protección oficial, pero paseando por estos barrios no se tiene la sensación de adentrarse en una ciudad dormitorio: simplemente, el casco urbano ha crecido, con edificios dignos, de alturas moderadas; con iglesias, escuelas y mucho pequeño comercio; con plazuelas o jardincitos en los remansos que dejan unas calles llenas de vida; con grandes parques que quiebran aquí y allá la monotonía del asfalto. El crecimiento de la ciudad no se hizo de forma caótica ni improvisada, sino bajo los auspicios de un bien pensado plan urbanístico. En las últimas dos décadas, además, se ha llevado a cabo un ambicioso plan de centros cívicos, que en cada barrio proporcionan instalaciones culturales y deportivas a los vecinos. La elección de Vitoria-Gasteiz como capital administrativa y sede del Gobierno vasco y el desarrollo del campus de la Universidad del País Vasco han venido también a aumentar la vitalidad de la población. Por todas esas cosas, Vitoria está presente en muchos congresos de urbanismo como ejemplo de ciudad sostenible y es uno de los núcleos urbanos con mayor calidad de vida de España.

Sin embargo, no es esa cara cotidiana de la ciudad la que suele ver el visitante ocasional. Probablemente, lo primero que contemple el turista será la plaza de la Virgen Blanca. A principios del siglo XIX era un amplio descampado extramuros, frente a las puertas de las calles de la Herrería y la Zapatería que cerraban el recinto amurallado del casco viejo. Luego se convirtió en el centro del comercio de la ciudad: las tradicionales droguerías, ferreterías, relojerías o tiendas de tejidos atraían clientes de todo el entorno rural de la Llanada de Álava e incluso de la cercana localidad burgalesa de Miranda de Ebro. Hoy la mayor parte de los nombres, las fachadas y hasta los viejos rótulos de las tiendas se conservan, pero sus interiores se han convertido en comercios más modernos, y, sobre todo, en cafeterías y bares que exhiben en su barra un buen surtido de pinchos. Desde esa plaza lo más probable es que el viajero decida dar un paseo por la calle de Dato y aledaños, que constituye el ensanche urbano trazado en el siglo XIX y hoy es la zona peatonal más comercial de la ciudad. O puede que opte por atravesar la hermosa plaza de España, obra neoclásica del arquitecto Olaguíbel, donde todavía hasta las primeras décadas del siglo XX tenía lugar el mercado al aire libre. Desde allí subirá por los Arquillos a la iglesia de San Miguel, pasará ante la hornacina con la imagen de la Virgen Blanca (una delicada escultura gótica protegida desde hace años por un cristal blindado a prueba de vándalos) y se adentrará en el casco viejo.

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

El casco viejo vitoriano es uno de los conjuntos urbanísticos de España que mejor conserva el trazado medieval. Se levanta sobre la colina donde se fundó la antigua aldea de Gasteiz, refundada como Nova Victoria por el rey Sancho el Sabio de Navarra allá por el siglo XII. En torno al Campillo, donde se eleva la catedral vieja -edificio gótico, hoy en un interesante proceso de restauración y excavación arqueológica- se ordenan en anillos concéntricos descendentes las calles de nombres gremiales (Cuchillería, Zapatería, Pintorería, Herrería, Correría), formando algo así como una almendra de vías peatonales de ambiente variopinto: según la zona, el día y la hora puede encontrar el viajero un conjunto de callecitas recoletas y silenciosas en las que todo el mundo parece dormir, una hilera de tiendas de brocantes y anticuarios o, muy cerca, los ruidosos y bullangueros baretos de la más radical movida abertzale. Bares de pinchos o de vino de Rioja a palo seco y hasta de algunas sustancias estimulantes menos ortodoxas, chiringuitos cutres junto a viejos palacios góticos o renacentistas cuidadosamente restaurados.

Modestas casas

El casco viejo es el que más atrae e interesa al visitante, pero el menos apreciado por los vitorianos para vivir -aunque esté cuidado con mimo en su mayor parte-; por eso sigue siendo un barrio con bolsas de pobreza y en el que se asienta la mayoría de los inmigrantes extranjeros, ya que sus modestas casas les resultan las únicas medianamente asequibles en una ciudad de precios inmobiliarios inverosímiles, en continua escalada.

Todavía podrá el visitante seguir callejeando o podrá optar por dar un paseo por el parque de la Florida (el pulmón de la ciudad decimonónica), con su coqueto templete de la música y su corro de reyes godos de caliza blanca, sobrantes -como sus hermanos del parque del Retiro madrileño- de la fachada del Palacio Real de Madrid. Si es andarín, el visitante deberá tomar el paseo de la Senda (una de las más bellas perspectivas que pueda uno imaginarse) y, bajo su bóveda de ramas de árboles centenarios, llegar hasta el cercano pueblo de Armentia (situado a unos tres kilómetros) para, tras echar una ojeada a la basílica románica, reponer fuerzas en alguna de las sidrerías de la zona. Por el camino habrá ido dejando a derecha e izquierda edificios singulares o, como se dice ahora, emblemáticos: la sede del Parlamento vasco, en el edificio dieciochesco del antiguo Instituto de Enseñanza Media; el palacio de Ajuria-Enea, residencia del lehendakari; las caprichosas casas señoriales construidas por la burguesía vitoriana de principios del siglo XX, o el campo de fútbol de Mendizorroza, el templo de un exultante Deportivo Alavés, el 'bravo equipo albiazul' al que sus seguidores animan con un himno castizo: 'Ánimo, pues, valiente Deportivo; ánimo, pues'.

Sólo una advertencia: todo esto es mejor hacerlo andando. La mayor parte del centro urbano está peatonalizado, y eso, unido al plano circular de la ciudad, convierten la pretensión de desplazarse en coche en una auténtica desesperación: uno puede estar una hora dando vueltas en círculo sin lograr penetrar adecuadamente en el meollo de la ciudad, concebida para peatones. Lo mejor es aparcar el vehículo cuanto antes y emprender la aventura a pie.

GUÍA PRÁCTICA

Dormir

- Hotel Almoneda (945 15 40 84). Florida, 7. Confortable y bien situado. Habitación doble, desde 52 euros. - Hotel Ciudad de Vitoria (945 14 10 00). Ramón y Cajal, 5. La doble, desde 63,07 euros (tarifa de fin de semana). - Hotel General Álava (945 21 50 00). Avenida de Gasteiz, 79. La doble (en fin de semana), 73,90 euros.

Comer

- Zabala (945 23 00 09). Mateo Benigno Moraza, 9. Precio medio, entre 20 y 25 euros. - Arkupe (945 23 00 80). Mateo Benigno Moraza, 13. Unos 30 euros.

Información

- Oficina de Turismo de Vitoria (945 16 15 98 y www.vitoria-gasteiz.org).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_