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Raíces
Columna
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Prejuicios

Siempre me ha llamado la atención que la inteligencia humana funcione por partes. No sólo porque no hay nadie que sirva para todo, sino porque incluso quienes trabajan con el razonamiento, la reflexión y la lógica tienen sus rincones donde actúan el prejuicio, la visceralidad, la pataleta. Como es tristemente sabido, es en la evocación del lugar en que se ha nacido y en el juicio sobre los otros donde tales irracionalidades tienen particularmente su asiento.

A principios del siglo pasado, uno de nuestros más brillantes cerebros, entonces y ahora, Miguel de Unamuno, en carta privada a un coterráneo y conmilitante suyo (era la época socialista de Unamuno), decía cosas como éstas: 'No puedo tragar a esa gente entre la que usted vive; me parecen huecos, inconsistentes, realmente tontos. El andaluz es en España una especie inferior, por mucho talento que tenga es memo por dentro, yo no los resisto'; o: 'esta sí que es casta incapaz de redención intelectual'. No se trata de simples desahogos privados (¿tienen que ser así los desahogos? ¿es ésa una justificación?), pues años más tarde, en entrevista concedida a Miguel Ángel Asturias volvía sobre lo mismo: 'Este Primo de Rivera tiene la charlatanería de los andaluces'. No era el único: otro día les traeré más perlas.

Claro que a la inversa la cosa no mejora mucho. Cuando Cernuda responde con andaluz a la palabra preferida por él ('Por lo callado de su ritmo, / Que deja un eco cuando se ha dicho', 'Por todo lo que en ella tiembla, / Hiriendo el pecho como saeta') nos emociona, sí, pero ni eso es una valoración asumible colectivamente, en especial por los no andaluces, ni descansa en nada objetivo. Salvando la abismal distancia que hay entre uno y otra, ese verso cernudiano podría situarse en una línea parecida a la que llevó hace pocos días a una joven folclórica pretendidamente flamenca a afirmar que 'hablar andaluz es lo más bonito que hay en el mundo'.

No, ni hablar andaluz es lo más bonito, ni los andaluces, uno a uno, somos más tontos o más listos que bilbaínos, finlandeses o vietnamitas. La estructura social y los hábitos colectivos no están ni en los genes ni en la sangre, ni nos tienen que determinar como seres humanos. La cultura podría liberarnos de los prejuicios, nuestros y ajenos, pero ya vemos que tampoco siempre lo consigue.

Postdata sobre el habla andaluza: si nuestro cine fuera siempre como Padre Coraje sobrarían loas, quejas y reivindicaciones. En esa película, el andaluz es vida, realidad trágica y dura pero también cotidiana y pequeña: humana, en una palabra. No se concibe dicha de otra manera. Claro que no acaba ahí la extraordinaria sensibilidad lingüística de su director; pero eso es tema para otra columna.

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