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El compromiso de las primarias

No hace tantos meses que en el amplio auditorio del Palacio de Congresos del recinto ferial de Madrid, los candidatos a recoger el testigo de la nueva dirección del Partido Socialista Obrero Español, se deshacían en promesas de poner fin a la vieja tradición de señalar con el dedo a los principales candidatos a disputar los cargos de mayor responsabilidad en las instituciones públicas. Fundamentalmente, presidencias de gobiernos autonómicos y alcaldías de poblaciones importantes por su censo vecinal. La euforia democratizadora se extendió a la elección de los secretarios generales de las federaciones, comarcas e incluso agrupaciones locales. El Congreso Federal acogió, entre complacido e incrédulo, tales avances que, con más triunfalismo que experiencia, nos apresuramos a exhibir como elemento formal diferenciador con los partidos del centro-derecha.

Como si tocaran campanas a rebato, la fórmula allí aprobada pareció tan saludable que ninguno de los candidatos acreditados ante el IX Congreso del PSPV-PSOE de Alicante, osó desmarcarse de lo que sin la menor duda parecía atraer el plus de votos que cada cual ansiaba cosechar de los delegados al congreso. Unos, se lo creían de verdad. Otros, no estaban de acuerdo con tan novedosos cambios, pero no se atrevieron a manifestarlo por el peligro de quedar suspendidos en el vacío político. Hubo quien, como siempre ocurre, se reservó el derecho a disponer, llegado el caso, a su particular gusto y provecho 'lo que más conviniera al partido'. Esta última actitud me parece, además de rácana y torticera, de una soberbia incompatible con la ética socialista, porque confiere al militante elegido para cumplir los acuerdos congresuales, la atribución de interpretar los intereses colectivos de toda la militancia y, por extensión, de la sociedad destinataria última de unas decisiones que llegarán a afectarle más pronto que tarde. Sin importarle un bledo que su particular interpretación choque frontalmente con el espíritu y alcance de esos acuerdos.

Pues hete aquí que el anuncio de la reciente apertura de un proceso de elecciones primarias invitando a los menguados efectivos a ejercitar nuestro derecho a presentar/nos como candidatos, se ha visto acompañado de las primeras y significativas adhesiones e incluso llamamientos a cargos públicos y secretarios de las comarcas con la clara finalidad de frustrar cualquier posibilidad seria de competir. Por si no fuera obstáculo suficiente la falta de normas reguladoras del proceso o la negativa del derecho de otros candidatos a disponer del censo de votantes, se recuerda a estos que sus flexiones y striptease político ante el colegio electoral deberán coincidir, precisamente, en fechas tan poco apropiadas para el exhibicionismo, aunque sea ideológico, como son los días de Semana Santa.

Como es lógico, nada tengo que objetar a las adhesiones y lealtades personales, por más que yo comparta solamente la fidelidad a las ideas. Sin embargo, mi censura y rechazo se centran en la recusable alteración de las etapas por las que debería transitar el proceso de las primarias: en primer lugar, acuerdo y transmisión de la normativa reguladora de dicho proceso, con apertura del plazo para que puedan aflorar los candidatos y opten por alguna de las vías de acceso a los avales, conforme al sistema acordado por la Comisión Ejecutiva Federal y sólo en la siguiente fase será llegado el momento de publicitar cuantos apoyos consiga allegar cada candidato.

Al haberse hecho al revés, todo el procedimiento ha quedado viciado, lo que, a mi modo de ver, es grave porque en realidad se nos ha privado del derecho que cada militante teníamos asumido como conquista de los últimos congresos, a elegir en comicios internos libres y convocados desde la más estricta imparcialidad, entre una pluralidad de candidatos. Pero aún me preocupa mucho más la consecuencia que previsiblemente seguirá a este escamoteo, porque alguien tendrá que corresponder en su momento a tanta lealtad y adhesión, como si del pago de una ronda de vinos se tratara, con asignaciones anticipadas de puestos en listas electorales y cargos disponibles en las más diversas instituciones. El problema es que el pago se hará, una vez más, a costa de nuestro silencio y como telón de fondo se hará tremolar el supremo interés del partido.

Ante tamaños nubarrones en claro presagio de tormentas venideras, que nadie con dos dedos de frente deseamos volver a padecer, creo sinceramente que la solución no está en callar, sino en defender nuestros derechos. Me atrevo por tanto a sugerir la creación de una plataforma en la que coincidiéramos todos los militantes que nos creímos de verdad haber enterrado los tiempos de la foto fija, con sus figuras inmóviles de pura sumisión. Quienes no estamos dispuestos a renunciar colectivamente y por anticipado a ninguno de nuestros derechos y quienes hemos defendido y seguiremos haciéndolo, la necesidad de profundizar en los mecanismos democratizadores de nuestro partido. Solamente después de que hayamos ejercido nuestros derechos, podremos, con dignidad, expresar públicamente la confianza en los candidatos de nuestra preferencia y transmitir a nuestros posibles electores los mismos valores que nosotros practicamos, sin miedo, sin complejos y sin contradicciones.

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Francisco Granados Calero es miembro del Comité Nacional del PSPV-PSOE.

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