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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Una historia ejemplar

Había escrito la historia probable de la rama materna, los Spottorno, y finalizado la de la rama paterna con Los Ortega, cuyo centro iba a ser la figura de su padre. El enfoque lo tenía muy claro y le venía dado por las palabras de Fernando Vela que gustaba repetir: 'Ortega ha sido para España, más que un hombre, un acontecimiento'. Pero había dos reparos. Uno, el que 'mi padre era enemigo de los recuerdos'. Y es cierto que Ortega detestaba ese regodeo en las minucias de la infancia y juventud, al ser etapas de la vida dependiente. Pero apreciaba la biografía, la escritura de la vida, y en particular las memorias. Éstas son el testimonio de una existencia plena que vuelve sobre sí misma en la espalda de la vida y se pasa la mano agradecida del recuerdo. El otro reparo era más de índole personal y lo recogía de un Camus admirador de su padre: 'Las obras de un hombre retoman a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, pero nunca su propia historia'. Una frase, más que certera, inquietante, ya que apunta en varias direcciones.

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En ellas pensaba yo, metido a editor ocasional, cuando don José me confió el 'Preámbulo' de Los Ortega. Y volví a recordarlas en mayo de 1999 cuando presentamos en la Residencia de Estudiantes el número de la Revista de Occidente dedicado a Ortega: las empresas de un intelectual. Al ir desgranando las empresas culturales del padre no pude por menos de recordar las de su hijo José, allí, a mi lado. También aquello que las había hecho posible: una singular ética de los negocios fundada en un especial sentido ético de la vida. En 1919, un Ortega sobrado de ideas, pero no de recursos económicos, se dirige al empresario Nicolás María de Urgoiti, con el que fundará el periódico El Sol: 'Al comienzo de su Ética dice bellamente Aristóteles: '¿Busca el arquero un blanco para sus flechas y no lo buscaremos para nuestras vidas?'. Es usted, amigo mío, uno de los pocos hombres-arquero que he encontrado en nuestra España, uno de los pocos para quienes la vida es elección de una noble meta y la aspiración grave, seria y continuada hacia ella'.

Efectivamente, para Ortega, la vida misma es una empresa. No es un sustantivo, algo hecho, sino un gerundio, algo por hacer. Quizá lo más importante no es lo que se hace, sino el cómo se hacen las cosas, el estilo. Y Ortega imaginaba que la virtud principal del empresario guerrero de antaño había pasado en algunos casos a los empresarios industriales de ahora: el imperativo de excelencia. Así, la hacienda no era algo que se heredaba, sino en la medida en que se conquistaba, que era un faciendum, algo por hacer. Ese imperativo de excelencia, de heredar pero de añadir, le había llevado a don José a fundar Alianza, un sello editorial de calidad, de altura y de estilo, cuyo diseño llegó incluso a convertirse en un emblema para generaciones de españoles. También contribuyó a la fundación del diario EL PAÍS, un referente ineludible de la transición española a la democracia. En reconocimiento a su talante liberal y méritos propios, fue don José durante esta etapa, y por breve tiempo, senador por designación real. Pero quizá todo esto, al ser tan notable y notorio, le había sido ya suficientemente reconocido. No así (y lo echaba de menos) su labor editorial en Revista de Occidente, que reflota a partir de 1940. Publica, con gran éxito, la Historia de la Filosofía de Julián Marías. Y le da una gran alegría a su padre cuando le pide, a iniciativa de Marías, un epílogo para ella, ya que el prólogo lo había escrito Zubiri. Ortega se pone manos a la obra en Lisboa, y el material crece hasta convertirse en un libro, el libro de su vida, que acabó como otros, al decir suyo, de cazador, 'trasconejado'. A la impaciencia del editor y epilogado opone Ortega el ardor súbitamente juvenil de un hombre de sesenta años que en esa historia de la filosofía quiere enhebrar la suya propia, pues 'la filosofía es la forma que toma la juventud floreciendo y madurando en el hombre viejo'.

A esas labores editoriales hay que añadir la de la Revista de Occidente propiamente dicha. Fundada en 1923 por su padre, con Fernando Vela como secretario, tras el paréntesis de la guerra reanuda su publicación en 1962, siendo don José su director, y Paulino Garagorri, el secretario. Más tarde destacará en su haber esa segunda época '...que duró, no sin tribulaciones, más de catorce años'. Esta actividad editorial de la posguerra hace que el contacto epistolar y personal con su padre sea muy estrecho. Recordaba en el mencionado 'Preámbulo': 'En mi caso, el centro de mi vida ha sido, naturalmente, mi padre: por su personalidad, por el atractivo de su modo de ser y de sus ideas, por la bondad de su carácter, por la convivencia asidua con él y porque los acontecimientos de nuestra reciente historia me llevaron a ocuparme más de él en los momentos difíciles de la guerra civil, del exilio y de la posguerra'. Don José acaba en la posguerra su carrera de ingeniero agrónomo, dando clases particulares, intentando aprobar el dibujo, que se le resiste, distrayéndose con las obras de Neville. Y, al mismo tiempo, intentando mantener a flote los proyectos editoriales del padre, que los sigue de cerca epistolarmente. De un lado, las prosaicas y difíciles gestiones para conseguir papel, y del otro, las consultas constantes con su padre sobre qué imprimir.

Los recuerdos de don José, al igual que los de sus hermanos doña Soledad y don Miguel, desvelan una faceta indispensable para entender a Ortega. Ellos hablan de Ortega, mi padre. Nosotros recibimos algo más que anécdotas, descubrimos a Ortega como padre. De esta forma se iluminan muchas presencias, pero también algunos silencios. Las presencias, entrañables, en los álbumes familiares. Los silencios son los de un padre enfermo grave, angustiado por los hijos durante la guerra civil, pendiente luego de su situación económica, que intenta aliviar en medio de los agobios de la suya, a los que echa constantemente de menos en el exilio, y que son quizá la verdadera razón de una vuelta a España para no quedarse en ella. La historia de esas presencias y silencios queda ahora más incompleta todavía con la partida de don José. Al dolor personal se une la pérdida generacional de esas historias que quedan por escribir, de esos testimonios que se van. Decía que el centro de su vida había sido su padre, quien se enteró de su nacimiento por telegrama, al estar de viaje en la Argentina. Y que le correspondió con un afecto sabido, y unas palabras que don José desconocía, pero que es oportuno traer ahora, cuando se ha ido el hombre de la mirada clara: '¡Qué encanto de chico! Es de una bondad, de un espíritu de sacrificio y de una inteligencia que no se comprende cómo, en ese grado, pueden darse juntos'.

José Luis Molinuevo es catedrático de la Universidad de Salamanca.

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