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La historia, ese viejo estorbo

'Asumimos la idea de España con naturalidad y sin complejos históricos', proclama en una de sus aseveraciones más rotundas la ponencia sobre El patriotismo constitucional que el congreso del Partido Popular acaba de aprobar. Es verdad. Y son tales la naturalidad y la ausencia de complejos históricos que el PP ha exhibido a lo largo del pasado fin de semana, que en el conjunto de sus ponencias congresuales (75 apretados folios antes de enmiendas, unas 40.000 palabras en total) no hay ni una sola referencia significativa a la guerra fratricida de 1936-1939 o a la dictadura de Franco, es decir, a las dos experiencias colectivas que han marcado más a los españoles durante la centuria recién terminada. Como mucho, alguna eufemística alusión al feliz tránsito 'de la dictadura a la democracia', al exitoso reencuentro entre 'las dos Españas', a la superación 'de siglo y medio de enfrentamientos civiles'...; la palabra franquismo sólo aparece una vez, y de modo incidental, cuando se cita 'el problema irresuelto, y además agravado por el franquismo, de la pluralidad de España'.

No, evidentemente, el congreso de un partido político -y más aún de uno que gobierna- no es un seminario de estudiosos del pasado, ni cabe esperar de él sesudos análisis históricos. Sin embargo, la llamativa ausencia que acabo de señalar, la apología de la amnesia que Josep Ramoneda (España va a menos) denunciaba en EL PAÍS del pasado viernes -'tierra sobre el ayer, como si fuera lo mismo el franquismo que la resistencia, el golpismo que la legalidad republicana'- no tienen nada de fortuito; son, al contrario, del todo consecuentes y armónicas con el tenaz rechazo del grupo parlamentario del PP a condenar en el Congreso de los Diputados el golpe faccioso de 1936 y las subsiguientes cuatro décadas de dictadura, o con aquellas declaraciones de la futura alcaldesa de Madrid, Mercedes de la Merced, que pintaban a Franco poco menos que como un precursor de la democracia cristiana. Esa misma y selectiva desmemoria acerca de casi la mitad del siglo XX, ese convertir la guerra civil y su infame hijo, el franquismo, en un tabú que no es de buen tono evocar, o en un edulcorado paréntesis 'autoritario' sin mayores consecuencias, esos escamoteos o manipulaciones del pasado son también comunes, a otros niveles, en el entorno institucional e ideológico del PP: basta hojear tantos papeles de la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), o aquellos inefables libros de la Real Academia de la Historia que se recrean en el Siglo de Oro y despachan luego con una frase la dictadura de Franco (vean, si creen que exagero, España como nación, Planeta, 2000), o los hábiles best sellers del historiador favorito de La Moncloa, Fernando García de Cortázar.

La casualidad ha querido que, coincidiendo con la semana triunfal del aznarato, TV-3 emitiese los dos capítulos del documental que lleva por título Els nens perduts del franquisme, realizado por Montse Armengou y Ricard Belis con el asesoramiento del profesor Ricard Vinyes. Se trata de un trabajo espléndido, equiparable por la seriedad del contenido y el rigor formal a los mejores productos del género, los que salen de las factorías de la BBC o de la televisión pública estadounidense, e inserto en la trayectoria cualitativa que ya marcaron otros programas de la casa -Operació Nikolai; Cambó; Lluís Companys, camins retrobats...- firmados por Dolors Genovès, Montserrat Besses, etcétera.

La novedad, esta vez, es que Els nens perduts del franquisme nos introduce directamente en el corazón de las tinieblas dictatoriales, en el vientre de la bestia. Y nos da a conocer la siniestra figura de Antonio Vallejo Nágera, el doctor Mengele de la psiquiatría franquista. Y nos muestra espeluznantes retazos de la realidad policíaca, penal y concentracionaria de la posguerra, tan parecida a la del nazismo entonces triunfante. Y habla de las desapariciones y los secuestros legales de niños, de las adopciones irregulares, de los cambios arbitrarios de apellidos. Y evoca el papel cómplice de la Iglesia católica. Y contrasta los estremecedores testimonios de las víctimas, la frialdad de los documentos exhumados, con el cinismo de la propaganda oficial de aquellos años, con el orgullo y la buena conciencia que, aún hoy, exhibe ante la cámara Mercedes Sanz Bachiller, la viuda del líder fascista Onésimo Redondo y fundadora del Auxilio Social. Els nens perduts... es, en resumen, un retrato implacable, demoledor, de la catadura moral del franquismo. De ese mismo franquismo que el PP se esfuerza por sepultar en el olvido o la trivialización.

Y bien, ¿resulta eso compatible con la flamante y machacona melodía del 'patriotismo constitucional'? Cuando Habermas propuso ese hoy malogrado concepto para la Alemania de la segunda mitad del siglo XX, ¿lo basó acaso en la ocultación del nazismo? Muy al contrario, lo fundamentó en la crítica implacable del Tercer Reich y de sus raíces doctrinales y políticas, en la exigencia a sus compatriotas de una radical contrición acerca del pasado belicista y de los crímenes cometidos en nombre del pueblo alemán. El desacomplejamiento histórico de que hace gala el Partido Popular español se halla en las antípodas de Habermas. ¿Qué clase de 'patriotismo constitucional' cabe levantar en un país muchos de cuyos ciudadanos saben infinitamente más sobre los crímenes de Videla y Pinochet que sobre los de Franco?

Si deseara hacer creíble su nuevo discurso, el PP podría comenzar por disponer de forma inmediata la emisión de Los niños perdidos del franquismo en TVE-1, justo después del telediario de Alfredo Urdaci, en ese mismo prime time que suele reservarse a las entrevistas áulicas con el presidente Aznar. Eso sí sería patriotismo constitucional del bueno...

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Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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