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VISTO / OÍDO
Columna
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El gran teatro del mundo

Una vez más, Tamayo repone su monumento clásico El gran teatro del mundo: para una obra donde aparece Dios, qué menos que otra creación barroca. A pesar de todo, Calderón sostiene una tristeza, un aburrimiento, una melancolía del Siglo de Oro español (a mi juicio, el mejor siglo de oro fue medio: de finales del XIX hasta el horrible Día de la Victoria de 1939) que llega hasta nosotros. Cité hace unos días, al presentar la colección Vidas Literarias (Omega, Barcelona), una frase de Mira de Amescua, finales del XVI: 'Este camino corre el mundo, que de atrás le viene al garbanzo el pico. No tiene medio ni remedio y así lo hallamos, así lo dejaremos, ni se espere mejor tiempo ni se espere que lo fue el pasado. Todo ha sido, es y será una misma cosa. El primer padre fue alevoso. La primera madre, mentirosa. El primer hijo, ladrón y fratricida. ¿Qué hay ahora que no hubo? ¿O qué se espera del porvenir?'. Parece ser que somos una misma cosa con nuestro pasado, y sería extraño buscar algo más -en lo intelectual- en la España de hoy: aunque se podría esperar un Mira de Amescua que lo dijera y un Calderón, al que cité hace dos o tres días en una de sus frases más dolorosas, 'sueña el rey que es rey'; ni siquiera él es cierto, sino un representante, una ilusión de su propio sueño. De la frase de Mira de Amescua escojo unas palabras inquietantes: '...ni se espere que lo fue el pasado'. La idea negativa de esperanza por el pasado indica que también son sueños o mentiras o ilusiones lo que nos cuentan, o lo que contamos nosotros de aquello que no se sabrá jamás cómo existió, cómo fue, qué nos dejó.

Esta pena barroca puede explicar el tiempo presente, El gran teatro del mundo con personajes que parecen movidos por Tamayo entre cartón piedra. Nada más falso que las verdaderas cuevas y la increíble aridez de Afganistán, nada más falso que el presidente que sueña que es presidente buscando a un fugitivo que parece un extra sacado de Hollywood para decir unas cuantas palabras de texto. Nada más falso que esta pugna de Aznar y sus mesnadas de trovadores contra Zapatero por la conquista del reino de Marruecos. El palacio de Laeken, donde se trata de una constitución europea, parece un decorado de Tamayo y la constitución un oratorio barroco, inseguro y misterioso: allá quien tenga esa esperanza para su porvenir.

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