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Aproximaciones
Columna
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El padre de Blancanieves

COMO EN EL CUENTO de Blancanieves suele haber en los discursos, en los países, en los distintos momentos de la historia algo de lo que no se habla. ¿Dónde está el padre de Blancanieves? ¿Qué dice el padre de las maquinaciones de la madrastra? Y si no dice: ¿Por qué no nos lo dicen? Como en el cuento de Blancanieves, aquello de lo que no se habla suele ser aquello de lo que trata el cuento en realidad, lo que no está resuelto, a veces la causa o el efecto o el fundamento último de la acción.

Durante las semanas que han seguido al atentado de las Torres Gemelas, pero también meses antes, años antes, está habiendo un tema del que no se habla. Igual que el padre de Blancanieves vive en la casa de Blancanieves, duerme en la cama de la madrastra, habremos de decir que la violencia, el acto de imponer daño a otros por la fuerza, vive en la casa, se acuesta cada día con el consenso, con el derecho, con el Estado democrático vigente. Habremos, acaso, de decir que si el terror se juzga como el peor enemigo de la democracia, peor que la injusticia, peor que las catástrofes naturales, peor que catástrofes artificiales, no es porque el terror use un elemento extraño a las democracias, sino porque, precisamente, se apropia de eso que las democracias burguesas quieren tener en exclusiva: la violencia y, sobre todo, la capacidad de imponer una determinada definición de violencia legítima.

En las democracias que conocemos, las personas no dejan de robar porque consideren que hay legitimidad en el modo de producción ni, por tanto, de distribución de la riqueza. En las democracias que conocemos, la mayoría de las personas no roba porque hay policía y perros y vallas con cristales en la piedra y sistemas de alarma. En las democracias que conocemos, nadie piensa que sea muy interesante trabajar cincuenta horas a la semana fuera de contrato y fuera de convenio metiendo datos en un ordenador con miedo a equivocarse.

En las democracias que conocemos, las relaciones de trabajo se sostienen porque se puede matar, golpear o violar, pero también una organización corporativa puede privar por la fuerza a una persona de la posibilidad de obtener un medio de vida.

Duerme la violencia en la cama de las democracias y a veces ha compartido su lecho con pequeños apuntes de legitimidad. Los servicios públicos eran el intento de una posible legitimidad. Después de que varios siglos de despojamiento forzoso derivasen en un régimen político injusto y desequilibrado, un ala de la socialdemocracia dijo: si el individuo A está obligado a vivir al día mientras que el individuo B posee capital acumulado suficiente para vivir él y su familia durante varias generaciones, A deseará robar a B. Y ese ala de la socialdemocracia dijo: debemos demostrarle a A que existe la voluntad política de que sus hijos accedan a una educación espléndida, hemos de esforzarnos para lograr que cuando A enferme reciba el mismo trato que B. Los servicios públicos eran pequeños apuntes de legitimidad que adormecían las conciencias. Hoy ya no las adormecen. Hoy los servicios públicos se han convertido en algo llamado a decaer año tras año con la plena complicidad del régimen.

¿Entonces por qué las masas no se sublevan, preguntarán los grandes defensores de estas democracias? Las masas no se sublevan porque hay policía, porque las masas están hechas de personas que tienen miedo a perder su trabajo y, tal vez, porque a la legitimidad de la justicia posible está sobreviniendo la legitimidad americana de la lotería. Sobre esa legitimidad trabajan ahora la mayoría de las narraciones, la mayoría de los discursos, la mayoría de los grupos políticos: aún no te ha tocado, pero también a ti podría tocarte. Duermen en la cama de la madrastra a un lado la violencia y al otro lado la lotería. Es una legitimidad útil para conservar el orden, de momento, pero es una pobre legitimidad cuando se trata de pedir que mueras por ella.

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