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Columna
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Mensajeros

En la crisis que se cierne sobre nuestras cabezas, el sector de la comunicación no se escapará a sus consecuencias, ni tampoco lo están pasando mucho mejor las empresas y grupos empresariales, dedicados al proceloso mundo de la información. Medios, compañías y profesionales tienen ante sí un panorama crudo. El entramado que se había encumbrado con el presuntuoso cartel de la 'nueva economía', es una necesidad inevitable pero padece todas las miserias de los viejos y los modernos comportamientos económicos.

Los profesionales de la comunicación no logramos saber si disponemos de un papel concreto en la llamada sociedad de la información. Los aparatos, las redes y los sistemas, a pesar de todo su potencial hacen agua por todas partes cuando un maldito virus puede colapsar su capacidad operativa. Este accidente ha ocurrido y ha sido suficiente para paralizar cientos y miles de centros neurálgicos de trabajo y actividad en la Comunidad Valenciana.

Los periodistas, mensajeros en muchos casos, en la intrincada sociedad de la información, tenemos la capacidad de aparecer como sospechosos en los escenarios actuales. Los medios de comunicación pueden concentrar las maldiciones que se lanzan sobre todo lo que ocurre. Gescartera, la financiación irregular de los partidos, Filesa, el caso del hermano de Alfonso Guerra, la pantomima de los GAL, junto con los muchos temas que, a escala española o internacional, acaban convirtiéndose en escándalo, se achacan a los periodistas o a la prensa.

Sobre los profesionales de la información corren todo tipo de bulos e insidias. Hay una excelente película dirigida por Louis Malle, que en España se tituló Adiós muchachos, donde se recoge perfectamente la perfidia de los delatores y de todos aquellos que construyen sus ganancias y sus posiciones a base de despedazar a los demás. Los periodistas en esta lotería nos encontramos entre los que más números disponen. La información, los datos, los secretos, la imagen, la propaganda, la comunicación y la edición encuentran, en los medios escritos y audiovisuales, un excelente caldo de cultivo para convertirse en proyectiles cargados de maldad contra las personas y contra las empresas.

Siempre se ha dicho que aquel periódico o éste otro periodista eran rojos, del partido gobernante o de quienes lideran la oposición. Por su parte, los medios y quienes los nutren también buscan raíces y establecen conclusiones baratas, pero cargadas de intención. Algún día se recogerán en un libro las malediciencias y los rumores falseados que han predominado en la Comunidad Valenciana en los últimos años. En ocasiones han tenido consecuencias funestas. El mensajero es la parte más débil de una cadena que limita y constriñe extraordinariamente a una sociedad, como la valenciana, que necesita volar con libertad. A menudo, quienes tejen las redes y los propagadores de las insidias acaban siendo víctimas de sus propias artimañas. Es el destino de los miserables que no saben ver que, para progresar, sobran ataduras y hace falta una infinita amplitud de miras.

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